DUDAS CORONAVIRUS – Me han multado por estar en la calle ¿Cómo se recurre la sanción?

En este artículo comentábamos qué sanciones pueden imponer por incumplir las obligaciones establecidas en el Estado de Alarma. Pero si has llegado hasta aquí es porque estando en la calle has sido “sancionado” por un agente de la autoridad al considerar que tu estancia en la vía pública no estaba justificada.

Aclarando conceptos

 Antes de nada debes saber que “aun” no estas sancionado. El agente de la autoridad que te paró levantó lo que se llama un acta o boletín de denuncia, que mandará a Delegación de Gobierno. Y será Delegación de Gobierno la que te envíe un carta a tu domicilio, llamado Acuerdo de Iniciación, en la que se te informará que a raíz de dicha denuncia se te abre un expediente sancionador, explicándote que puedes hacer dos cosas:

a) Pagar, con una reducción del 50%.

b) Alegar, pero pierdes el derecho a la reducción por pronto pago.

Por tanto, hasta que no te llegue esa carta a tu domicilio no tienes que hacer nada más que esperar y confiar en tener la suerte de que dicha carta nunca llegue…

Alegar o no alegar, esa es la cuestión

Esta es la primera gran decisión que debes tomar: Si te merece la pena alegar o no. Desde que se aprobó la conocida como Ley Mordaza (Ley de Seguridad Ciudadana) se introdujo como novedad en estas sanciones el pronto pago: si pagas ya, solo pagas el 50%. Si alegas y discutes la sanción, pero luego pierdes, deberás pagar el 100%.

Las sanciones que se están aplicando suelen ser por desobediencia, y ascienden entre los 601 y los 10.400 euros (si es tu primera sanción). Lo lógico es que la sanción ronde el mínimo, esto es, los 601.-€. Por tanto la duda es si pagar (al 50% serían 300,50.-€) o alegar.

Para ello nuestro consejo es que valores si el motivo de que estuvieras en la calle esta justificado o no, y lo que es más importante, si puedes justificarlo. Para ello vamos a acudir al propio Real Decreto 463/2020 que declaró el Estado de Alarma que establece sobre la limitación de movimientos:

Artículo 7. Limitación de la libertad de circulación de las personas.

1. Durante la vigencia del estado de alarma las personas únicamente podrán circular por las vías o espacios de uso público para la realización de las siguientes actividades, que deberán realizarse individualmente, salvo que se acompañe a personas con discapacidad, menores, mayores, o por otra causa justificada:

a) Adquisición de alimentos, productos farmacéuticos y de primera necesidad.
b) Asistencia a centros, servicios y establecimientos sanitarios.
c) Desplazamiento al lugar de trabajo para efectuar su prestación laboral, profesional o empresarial.
d) Retorno al lugar de residencia habitual.
e) Asistencia y cuidado a mayores, menores, dependientes, personas con discapacidad o personas especialmente vulnerables.
f) Desplazamiento a entidades financieras y de seguros.
g) Por causa de fuerza mayor o situación de necesidad.
h) Cualquier otra actividad de análoga naturaleza.

2. Igualmente, se permitirá la circulación de vehículos particulares por las vías de uso público para la realización de las actividades referidas en el apartado anterior o para el repostaje en gasolineras o estaciones de servicio.

Nuestra opinión es que si te encontrabas en la vía pública por alguno de estos motivos y puedes probarlo mínimamente, tienes posibilidades de conseguir anular la sanción, ya que tu estancia en la vía pública estaría justificada

¿Cómo puedo probarlo? La pruebas admitidas y posibles son varias: desde el tique de compra del super del que venías, el contrato del trabajo al que ibas o del que venías, el convenio regulador con tu expareja que demuestre que a vuestro hijo/a le tocaba cambiar de domicilio ese día, testigos, citas médicas, etc…

El procedimiento

Si finalmente decides alegar debes saber que para ello no es necesario hacerlo con abogado/a, pero en la mayoría de los caso es recomendable.

El procedimiento administrativo muy resumido sería el siguiente:

a) Acuerdo de Iniciación que te llega a casa.
b) Tienes 15 días para alegar, exponer tus razones y aportar o proponer prueba.
c) Si has propuesto prueba, te deben contestar sobre ella.
d) Lo siguiente que te llegará es la Propuesta de Resolución en la que a la luz de la prueba o bien archivan el expediente (te libraste!) o bien proponen ya una sanción.
e) Vuelves a tener 15 días para alegar.
f) Lo siguiente que te llegará es la Resolución en la que ya formalmente estas sancionado.
g) Tienes un mes para interponer Recurso de Alzada ante el superior jerárquico

Si este recurso de alzada es desestimado (no te dan la razón) lo único que te queda es llevar esto ante un Juez Contencioso-administrativo, quien decidirá si has sido bien sancionado o no. Es aquí donde si la razón te asiste, más posibilidades tengas de ganarlo, pero claro, estamos hablando ya de un procedimiento judicial.

Podemos ayudarte

En Red Jurídica tenemos una amplia experiencia en recurrir sanciones de la llamada Ley Mordaza, por lo que si lo deseas podemos defender tus intereses, hacer una valoración inicial de las posibilidades de éxito y encargarnos de realizar todas las alegaciones y recursos.

Si estas interesado/a, no dudes en ponerte en contacto con nosotras en el formulario de contacto.

Yo me lo guiso yo me lo como

Por otro lado queremos compartir un manual para poder hacerte las alegaciones tú mismo/a que realizó el colectivo de la Comisión Legal Sol del 15M.

Este manual esta pensado como una herramienta de autodefensa para poder construirte tus alegaciones frente a sanciones basadas en la conocida como Ley Mordaza. Puedes encontrarlo aquí.

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Ten en cuenta que las respuestas son comunes y no podemos tener en cuenta todas las circunstancias personales concretas. Por tanto, para poder asesorarte teniendo en cuenta tu situación concreta, y poder contratar con nosotras una consulta telefónica o por videollamada, no dudes en ponerte directamente en contacto con nosotras aquí.

RED JURÍDICA

La crisis del coronavirus y la amenaza del ecofascismo


Desde que se detectó en China hace meses el CoVid-19 (coronavirus) sabemos que éste es muy contagioso, que no alberga demasiado riesgo para la mayoría de la gente (el 80% de las contagiadas cursan síntomas leves) pero cuenta con una tasa de mortalidad considerable para gente vulnerable (personas de más de 60 años y/o con patologías previas). Asimismo, un porcentaje suficientemente alto de gente contagiada necesita cuidados intensivos como para saturar el sistema de salud estatal si se extiende de manera amplia.

Hay que frenar la curva. Fuente: The Lancet

Por eso, con la intención de ralentizar la tasa de contagios para evitar la ruptura del sistema (“frenar la curva” se llama), el Gobierno nos confinó a todas en nuestras casas, por Decreto, el pasado 14 de marzo y el ejército y la policía ocuparon las calles de las principales ciudades. Eso sí, manteniendo abiertos todos los puestos de trabajo (no vaya a ser que colapse la economía) que no fueran de cara al público y, por consiguiente, seguimos cruzándonos con muchas personas por la calle, en el metro y en el autobús, lo cual ha permitido una mayor propagación del virus de lo esperable.

La UME en Madrid. Fotografía de Álvaro Minguito (El Salto)

Lo que la crisis del coronavirus nos muestra sobre la salud de nuestro planeta

Tras unos días de encierro y reclusión, los medios han empezado a dar cuenta de algunas imágenes insólitas que se están dando en los epicentros turísticos del mundo: en los canales de Venecia discurre agua cristalina, se vislumbran algas bajo las góndolas y navegan peces y patos entre ellas; en la ciudad japonesa de Nara, los ciervos campan a sus anchas; en Oakland, hacen lo propio pavos reales; y se han avistado jabalíes por las calles de Barcelona.

Un estudio de la Universitat Politècnica de València indica que los niveles de dióxido de nitrógeno, indicadores para medir la contaminación, han descendido dramáticamente en las principales ciudades del Estado en los diez días que siguieron a la declaración del estado de alarma: un 83% en Barcelona, un 73% en Madrid y un 64% en València.

Otro estudio, desarrollado por la Società Italiana di Medicina Ambientale indica que la reducción de las emisiones no sólo es positiva en general para el medioambiente, sino incluso para evitar la propagación del virus, pues vincula la propia contaminación (concretamente, el polvo fino en el aire) como vector de propagación del contagio.

La transición a un modelo más sostenible

Estos datos evidencian que bajando el ritmo de producción a niveles más manejables, disminuyendo el consumo de lo innecesario, limitando el turismo destructivo, realizando únicamente los viajes que sean imprescindibles y acabando con la dañina competencia que rige nuestro sistema económico, las emisiones se reducen y nuestro planeta se convierte en un lugar mucho más habitable.

Situaciones como ésta parecen indicar que la transición hacia un modelo productivo con menor uso de recursos (fósiles y de cualquier tipo) es inevitable. La cuestión es cómo se llevará a cabo. Porque ganar la disyuntiva entre una transición liberadora (ecosocialismo) o una que aumente los grados de opresión y diferencias sociales (ecofascismo) parece que será el próximo gran reto de los movimientos sociales.

En la adaptación de la novela a serie de El Cuento de la Criada, la dictadura religioso-fascista de Gilead tiene, en parte, una justificación ecologista. Los comandantes presumen de haber reducido sus emisiones en un 78% en tres años y de tener un modelo de producción orgánica

No es la primera vez que hablamos de este tema. Hace cuatro años Carlos Taibo publicó Colapso: Capitalismo terminal, transición ecosocial, ecofascismo(Catarata, 2016), libro en el que teoriza acerca de la posibilidad de un colapso (entendido como un golpe fuerte que provoca la quiebra de las instituciones preexistentes, como lo podría ser una catástrofe climática) y las dos respuestas que se podrían dar: una transición socialmente justa y comunitaria por un lado, o el ecofascismo por otro, siendo esto último la imposición de restricciones severas por parte de un Estado fuerte y autoritario al que no le tiembla la mano a la hora de usar la violencia para mantener el equilibrio ambiental a cambio de perpetuar las diferencias sociales.

Esta segunda posibilidad, además, cuenta con importantes precedentes. En el mes de febrero reseñamos en este periódico el recomendable ensayo Ecofascismo: Lecciones de la experiencia alemana (Virus, 2019), en el que se recorre los estrechos vínculos entre el Tercer Reich y el mensaje ecologista.

La transición a un modelo más justo

Evidentemente, apostamos por una transición para salir de la emergencia climática que, a su vez, sea socialmente justa. Y no puede haber transición justa sin una transformación en el mundo del trabajo que asegure una reconversión que otorgue protagonismo a las clases trabajadoras, además de que tenga en cuenta los postulados antirracistas y feministas.

El mes pasado reseñamos en este medio el informe de Ecologistas en Acción titulado Sin Planeta No Hay Trabajo: Reflexiones sobre la emergencia climática y sus implicaciones laborales en el marco de una transición justa. Precisamente aborda todas las cuestiones de justicia social que hemos abordado, lo que hace que su importancia sea incluso mayor hoy que entonces.

Otras propuestas de justicia social las encontramos en campañas que han surgido en los últimos días para hacer frente a la crisis del CoVid-19. Una (impulsada por Sindicatos de Inquilinas, PAHs y asambleas populares y políticas) es la que busca la aprobación de un Plan de Choque Social, que defiende la sanidad universal frente a la exclusión sanitaria de personas extranjeras, destinar más ayudas económicas a trabajadoras, intervenir empresas privadas de gestión de servicios esenciales, prohibir los despidos, dotarnos de una renta básica universal, liberar a las personas presas vulnerables, suspender el pago de alquileres, hipotecas y suministros básicos, cerrar los CIEs y suspender la Ley de Extranjería, entre otras.

Otra campaña, conocida en redes como #SuspensiónAlquileres, defiende la suspensión del pago de las rentas del alquiler durante todo el estado de alarma y coquetea con la posibilidad de convocar una huelga de inquilinas si el Ejecutivo no adopta sus medidas (acto que cuenta con un importante precedente que se llevó a cabo en 1930).

El coronavirus no es una oportunidad

Como hemos dicho, la transición climática debe venir acompañada de una transformación del mundo del trabajo para ser justa. Por ello, la crisis del coronavirus que estamos viviendo quizás no sea el mejor ejemplo de decrecimiento y reducción de emisiones que se puede predicar. En unos meses, si no semanas, vamos a empezar a perder nuestros empleos y, con ellos, nuestras viviendas. Todo parece indicar que habrá miles de despidos (en parte, por la ausencia de medidas proteccionistas de clase trabajadora desarrolladas por el gobierno durante el estado de alarma) y pagar los alquileres se va a convertir en una tarea imposible. El resto, ya lo conocemos: recortes (de nuevo, en sanidad y educación), desahucios, etc.

Es un error estratégico, a la hora de intentar ganar la batalla cultural de que tenemos que vivir con menos, asociar la reducción de emisiones a corto plazo a una crisis económica, como también lo es asociar el decrecimiento a una crisis sanitaria grave que tanto dolor está provocando.

Por otro lado, tampoco conviene asociar la transición climática a la crisis del coronavirus por otra razón: después de que el 14 de marzo se decretara el estado de alarma, hemos vivido un repunte de autoritarismo que nos acerca más al ecofascismo que al ecosocialismo. Esto no puede ser el ejemplo de gestión de catástrofes que debemos defender. En menos de dos semanas nos han confinado en nuestras viviendas, el ejército patrulla las calles, los militares dan ruedas de prensa enalteciendo los valores castrenses y llamándonos “soldados”, el lenguaje bélico en la lucha contra el virus se ha normalizado, los drones circulan los aires, el gobierno ha ordenado geolocalizar nuestros móviles para estudiar nuestros comportamientos y se ha dotado de la capacidad para intervenir empresas de telecomunicaciones (estado de excepción digital), se han recortado los derechos de las personas presas, se han cerrado las fronteras, la policía ha detenido a 929 personas e impuesto más de 100.000 multas en una semana, hemos vivido situaciones en las que nuestras vecinas se asoman a la ventana para chivarse de quien se encuentra en la calle, insultan al infractor, aplauden a la policía y justifican la violencia policial (¿os acordáis de los buenos tiempos, en los que simplemente se negaba y no se celebraba?).

Por citar algunos ejemplos: en un artículo titulado «Justicieros de balcón en tiempos de cuarentena: ‘Me han insultado y deseado la muerte por salir con mi hijo con autismo’», la periodista Marta Borraz recoge distintos casos de gente que ha ido por la calle a trabajar, a cuidar de un familiar, o acompañando a un hijo con autismo que han sido increpadas, insultadas o denunciadas ante la policía.

Y ello por no hablar de las actitudes racistas que se están normalizando: Trump y Ortega Smith (Vox) se refieren al CoVid-19 como “virus chino”, y éste último asegura que sus “anticuerpos españoles” le salvarán; tanto SOS Racismo como Es Racismo denuncian un incremento de redadas racistas en Madrid, Bilbao y Barcelona; y Vox propone eliminar la sanidad a los extranjeros en situación irregular en estado de alarma (lo cual no es solo un atentado contra los derechos humanos, sino un peligro de salud pública).

Se está creando un caldo de cultivo de odio, militarismo y prefascismo que debemos combatir con pedagogía, un discurso antiautoritario y asambleario, oponiéndonos a la vigilancia digital permanente, recuperando movimientos populares horizontales como el 15-M y con propuestas de justicia social como las que hemos mencionado sobre estas líneas. Debemos huir del ejemplo del estado de alarma como modo de gestión y proponer la defensa de lo comunitario si pretendemos que la transición ecológica sea justa. Nos va, muy literalmente, la vida en ello.

FUENTE: TODO POR HACER

Ayuda mutua: ética anarquista en tiempos de coronavirus

ENRIQUE JAVIER DÍEZ GUTIÉRREZ / PÚBLICO

Personas con mascarilla en un vagón del metro de Madrid. REUTERS/Susana Vera

«Solo juntos lo conseguiremos». «Este virus lo paramos unidos». «Es el momento de ayudarnos unos a otros»… Todos y todas hemos oído este tipo de mensajes, que se han repetido, desde el inicio de la crisis del coronavirus.

¿Aprenderemos la lección una vez que pase la crisis?

En la escuela, «educar para cooperar» es un principio básico, que se ha venido planteando y proponiendo desde infantil hasta la Universidad (hasta que llegó la LOMCE, con su «competencia estrella» del emprendimiento neoliberal).

Pero ¿y el resto de la sociedad? ¿Educa para cooperar? Puesto que «para educar se necesita a toda la tribu», como ahora todo el mundo recuerda.

Lo cierto es que el mensaje que han recibido constantemente nuestros niños, niñas y jóvenes, ha sido, hasta ahora, el de la competencia individualista del modelo neoliberal. Un mantra ideológico, eje esencial del capitalismo. Un mantra constante y persistente que se repite en los medios de comunicación, se ensalza en el deporte, se induce en el trabajo, se insiste en la economía…

Sorprende este dogma tan extendido y difundido por la agenda mediática, política y económica, cuando los seres humanos preferimos cooperar a competir en nuestra vida diaria, especialmente cuando buscamos el bien común. Esto es lo que ha demostrado el estudio antropológico de la universidad de Oxford que ha encabezado titulares en todo el mundo por la universalidad de sus hallazgos[1].

Sorprende cuando incluso desde la biología, la prestigiosa académica Lynn Margullis, una de las principales figuras en el campo de la evolución biológica, muestra que todos los organismos mayores que las bacterias son, de manera intrínseca, comunidades. Cómo la tendencia es hacia el mutualismo y cómo «la vida no conquistó el planeta mediante combates, sino gracias a la cooperación»[2]. Cómo nuestra evolución no ha sido una competición continuada y sanguinaria entre individuos y especies. Sino que la vida conquistó el planeta no mediante combates, sino gracias a la cooperación. De hecho, los nuevos datos están descubriendo una naturaleza que cuestiona radicalmente la vieja biología: «de cooperación frente a competencia, de comunidades frente a individuos», como concluye Sandin[3]. La tendencia fundamental en la dinámica de la vida, de toda clase de vida, por lo tanto, es la simbiosis mutualista, la cooperación universal[4].

Estas investigaciones confirman lo que ha planteado uno de los grandes pensadores de la economía colaborativa: Kropotkin. Frente al darwinismo social, el anarquista ruso Kropotkin, demostraba que el apoyo mutuo, la cooperación, los mecanismos de solidaridad, el cuidado del otro y el compartir recursos son el fundamento de la evolución como especie del ser humano.

Esta realidad, que se nos vuelve obvia en momentos de crisis como ésta, contrasta con los principios y propuestas que rigen el núcleo y finalidad esencial del capitalismo neoliberal: el individualismo competitivo.

Apoyar al grupo, apoyarnos en la comunidad, contrasta con ese dogma de «libertad individual» al margen del bien común. La solidaridad, el no dejar a nadie atrás, choca con la competitividad que predica el neoliberalismo económico. El relato del «hombre» hecho a sí mismo, competitivo e individualista, que no le debe nada a nadie y que busca conseguir su «idea de éxito» para enriquecerse y olvidarse de las dificultades, suyas y de los demás. Mito difundido por el populismo empresarial norteamericano y que la ideología neoliberal y neoconservadora ha traducido en la escuela a través del mantra del emprendedor. Ideología que mantiene como dogma de fe esencial que la competencia por la riqueza y el poder es el único motor que mueve al ser humano.

Estamos comprendiendo, porque lo estamos comprobando y constatando con esta crisis, que esta ideología neoliberal, que reivindica regularnos mediante «la mano invisible del mercado» es una postverdad[5], una fábula, una invención que no tiene fundamento real. Que cuando vienen mal dadas, cuando nos jugamos lo vital y esencial de las sociedades, necesitamos el amparo del grupo, de la comunidad, de la solidaridad colectiva para superar las crisis.

Es entonces cuando nos lamentamos, tardíamente, de los recortes de miles de millones que se han hecho en la sanidad pública o en la educación pública. Nos arrepentimos de no haber invertido en suficientes residencias públicas de mayores (las privadas tienen como finalidad obtener beneficios). Nos damos cuenta del error que es no tener ya una banca pública que sostenga la economía y la inversión pública para generar nuevos empleos que sustituyan a los que los «temerosos mercados» van a destruir.

La ideología neoliberal siempre ha sido muy clara: aplicarse a sí mismos el capitalismo de «libre mercado» (subvencionado siempre) cuando obtienen beneficios, para repartírselos entre los accionistas. Pero reclamar el socialismo y la intervención del Estado para que se les rescate cuando tienen pérdidas (hemos rescatado a la banca con más de 60.000 millones de euros, a Florentino Pérez con el Castor, a las autopistas…). Es lo que hacen también ahora, con esta crisis. Aunque a algunos les sigue sorprendiendo todavía que estos «creyentes» exijan más medidas de rescate y de intervención del Estado, renegando de su fanático credo en el «libre mercado» y su «mano invisible».

A ver si aprendemos por fin. Y superamos el dogma neoliberal y el sistema económico capitalista y avanzamos hacia un sistema económico e ideológico basado en el bien común, la cooperación, la justicia social, la equidad y la solidaridad.

Esperemos que la salida de esta crisis sea «una oportunidad» para ello. Que el «solo juntos lo conseguiremos» no se olvide tras ella. Y que, después del coronavirus, haya un auténtico Pacto de Estado, consensuado por todos, que blinde y destine cantidades escandalosas de nuestros presupuestos a la Sanidad Pública, a la Educación Pública, a los Servicios Sociales Públicos, a las Pensiones Públicas… Que aprendamos de una vez por todas que el capitalismo y la ideología neoliberal que lo sostiene es tóxico para la especie y el planeta. Y que, sin ayuda mutua, sin cooperación, sin solidaridad y justicia social estamos abocados a la extinción como especie y como planeta.

NOTAS

[1] Scott Curry, O., Mullins, D. A., & Whitehouse, H. (2019). Is it good to cooperate? Current Anthropology60(1), 47-69.
[2] Margulis, L. et al. (2002). Una revolución en la evolución. Valencia: Universitat de Valéncia.
[3] Sandin, M. (2010). Pensando la evolución, pensando la vida. La biología más allá del darwinismo. Cauac: Nativa.
[4] Puche, P. (2019). Hacia una nueva antropología, en un contexto de simbiosis generalizado en el mundo de la vida. Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, 147, 15-34.
[5] Vivero Pol, J.L. (2019). La España vacía está llena de bienes comunes. Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, 147, 85-97.

Coronavirus y lucha de clases

Las grandes contradicciones sociales del capitalismo terminal están saliendo a flote con la crisis del coronavirus. Por ejemplo: podemos subrayar la actualidad absoluta del concepto de lucha de clases. Una lucha, entendida como conflicto, enfrentamiento y presiones y tensiones recurrentes, que se expresa directa y crudamente en los centros de trabajo a la hora de hacer cumplir las medidas de prevención básicas en los estratos más precarios, más desorganizados o, incluso, más estratégicos en estas circunstancias, de la fuerza de trabajo.

Durante esta pasada semana hemos visto cómo, en nuestras “democráticas” y “responsables empresas”, que se ufanan de estar siempre “preocupadas por la gobernanza y los criterios sociales de la Agenda 2030”, los jefes ordenan y se resguardan del virus, y los trabajadores ven cómo su salud no es más que un simple dato macroeconómico a valorar junto al coste monetario de geles, permisos o reducciones horarias. Hay varios ejemplos que lo ilustran.

En las grandes empresas del sector del telemárketing como Konecta, GSS Covisian y otras, en las que trabajan centenares de personas en gigantescas naves, hacinados y compartiendo en función de su turno todo tipo de materiales (auriculares, teclados de ordenador, micrófonos…), la lucha para conseguir que haya geles desinfectantes, que los equipos de trabajo sean de uso individual o que, simplemente, se limpien habitualmente los baños de los trabajadores, ha sido constante, y ha venido marcada por repetidos altibajos derivados de las contradictorias señales enviadas al entramado productivo por los poderes públicos, pese a haberse dado repetidos casos de positivos en coronavirus en las instalaciones, que han sido enfrentados por las empresas con el aislamiento de los trabajadores y la limpieza de los puestos adyacentes a los de los enfermos, y solo muy tardíamente con la implantación del teletrabajo.

En el transporte público, la puesta en marcha de medidas de prevención de la enfermedad para proteger la salud de trabajadores y usuarios ha venido marcada por la presión de las fuerzas sindicales más combativas. En el Metro de Madrid, solo tras la amenaza de la sección sindical de Solidaridad Obrera de convocar una huelga indefinida de 24 horas, la empresa se vio obligada —el viernes pasado—, a cumplir las recomendaciones sanitarias de la misma Comunidad de Madrid. En el Metro de Barcelona, solo tras la aprobación de un decreto de la Conselleria de la Generalitat correspondiente, la dirección acepta negociar con el Comité de Empresa la puesta en marcha de las medidas que está exigiendo la comunidad médica.

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El Salto

El Coronavirus inicia la Crisis Financiera Mundial Diseñada en 2008. Subprimes 2.0, bonos basura y zombis. Análisis

Lo que creíamos que eran tareas inconclusas, flecos, después de la Gran Recesión de 2008 resultó ser un plan premeditado por la Fed para regenerar la crisis cíclica que permite la concentración de capitales. Otro. Las mismas técnicas con los mismos actores que en aquel entonces con unas técnicas y procedimientos constantemente denunciados. Llevan haciendo lo mismo desde hace 500 años pero no hemos aprendido aún cómo frenarlos. Ahora lo que podemos esperar son de 2 a 5 años de purga general y 10 de concentración de capitales para volver a empezar con el ciclo expansivo. Malditos capitalistas.

El artículo se escribió el mismo día del inicio de la guerra del petroleo entre Arabia Saudita y Rusia, que acabaría afectando definitivamente a EEUU, por lo que no pudo analizar el impacto extra de una nueva crisis en la economía. Nos hubiésemos reído.

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Portal Libertario Oaca

Coronavirus, agronegocios y estado de excepción

Coronavirus agronegocios

Mucho se dice sobre el coronavirus Covid-19, y sin embargo muy poco. Hay aspectos fundamentales que permanecen en la sombra. Quiero nombrar algunos de éstos, distintos pero complementarios.

El primero se refiere al perverso mecanismo del capitalismo de ocultar las verdaderas causas de los problemas para no hacer nada sobre ellas, porque afecta sus intereses, pero sí hacer negocios con la aparente cura de los síntomas. Mientras tanto, los estados gastan enormes recursos públicos en medidas de prevención, contención y tratamiento, que tampoco actúan sobre las causas, por lo que esta forma de enfrentar los problemas se transforma en negocio cautivo para las transnacionales, por ejemplo, con vacunas y medicamentos.

La referencia dominante a virus y bacterias es como si éstos fueran exclusivamente organismos nocivos que deben ser eliminados. Prima un enfoque de guerra, como en tantos otros aspectos de la relación del capitalismo con la naturaleza. Sin embargo, por su capacidad de saltar entre especies, virus y bacterias son parte fundamental de la coevolución y adaptación de los seres vivos, así como de sus equilibrios con el ambiente y de su salud, incluyendo a los humanos.

El Covid-19, que ahora ocupa titulares mundiales, es una cepa de la familia de los coronavirus, que provocan enfermedades respiratorias generalmente leves pero que pueden ser graves para un muy pequeño porcentaje de los afectados debido a su vulnerabilidad. Otras cepas de coronavirus causaron el síndrome respiratorio agudo severo (SARS, por sus siglas en inglés), considerado epidemia en Asia en 2003 pero desaparecido desde 2004, y el síndrome respiratorio agudo de Oriente Medio (MERS), prácticamente desaparecido. Al igual que el Covid-19, son virus que pueden estar presentes en animales y humanos, y como sucede con todos los virus, los organismos afectados tienden a desarrollar resistencia, lo cual genera, a su vez, que el virus mute nuevamente.

Hay consenso científico en que el origen de este nuevo virus –al igual que todos los que se han declarado o amenazado ser declarados como pandemia en años recientes, incluyendo la gripe aviar y la gripe porcina que se originó en México– es zoonótico. Es decir, proviene de animales y luego muta, afectando a humanos. En el caso de Covid-19 y SARS se presume que provino de murciélagos. Aunque se culpa al consumo de éstos en mercados asiáticos, en realidad el consumo de animales silvestres en forma tradicional y local no es el problema. El factor fundamental es la destrucción de los hábitats de las especies silvestres y la invasión de éstos por asentamientos urbanos y/o expansión de la agropecuaria industrial, con lo cual se crean situaciones propias para la mutación acelerada de los virus.

La verdadera fábrica sistemática de nuevos virus y bacterias que se transmiten a humanos es la cría industrial de animales, principalmente aves, cerdos y vacas. Más de 70 por ciento de antibióticos a escala global se usan para engorde o prevención de infecciones en animales no enfermos, lo cual ha producido un gravísimo problema de resistencia a los antibióticos, también para los humanos. La OMS llamó desde 2017 a que las industrias agropecuaria, piscicultora y alimentaria dejen de utilizar sistemáticamente antibióticos para estimular el crecimiento de animales sanos. A este caldo las grandes corporaciones agropecuarias y alimentarias le agregan dosis regulares de antivirales y pesticidas dentro de las mismas instalaciones.

No obstante, es más fácil y conveniente señalar unos cuantos murciélagos o civetas –a los que seguramente se ha destruido su hábitat natural– que cuestionar estas fábricas de enfermedades humanas y animales.

La amenaza de pandemia es también selectiva. Todas las enfermedades que se han considerado epidemias en las dos décadas recientes, incluso el Covid-19, han producido mucho menos muertos que enfermedades comunes, como la gripe –de la cual, según la OMS, mueren hasta 650 mil personas por año globalmente. No obstante, estas nuevas epidemias motivan medidas extremas de vigilancia y control.

Tal como plantea el filósofo italiano Giorgio Agamben, se afirma así la tendencia creciente a utilizar el estado de excepción como paradigma normal de gobierno.

Refiriéndose al caso del Covid-19 en Italia, Agamben señala que “el decreto-ley aprobado inmediatamente por el gobierno, por razones de salud y seguridad pública, da lugar a una verdadera militarización de los municipios y zonas en que se desconoce la fuente de transmisión, fórmula tan vaga que permite extender el estado excepción a todas la regiones. A esto, agrega Agamben, se suma el estado de miedo que se ha extendido en los últimos años en las conciencias de los individuos y que se traduce en una necesidad de estados de pánico colectivo, a los que la epidemia vuelve a ofrecer el pretexto ideal. Así, en un círculo vicioso perverso, la limitación de la libertad impuesta por los gobiernos es aceptada en nombre de un deseo de seguridad que ha sido inducido por los mismos gobiernos que ahora intervienen para satisfacerla (https://tinyurl.com/s5pua93).

Pablo Batalla Cueto: “El montañismo que abandona el reloj está en decadencia”

Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987) es licenciado en Historia por la Universidad de Salamanca. Ha sido colaborador en medios como La Voz de Asturias o Atlántica XXII y en la actualidad coordina la revista digital El Cuaderno y dirige A Quemarropa, el periódico de la Semana Negra de Gijón. Nos encontramos con él en la librería-cafetería La Revoltosa, en su ciudad natal, para que nos hable de su nuevo libro La virtud en la montaña. Vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista (Trea Ensayos).

¿Qué es exactamente ese “thatcherismo alpinista” contra el que escribes tu ensayo?
Es un alpinismo que hace suyos y que promueve los valores del capitalismo neoliberal cuyo nacimiento asociamos a Margaret Thatcher: individualismo, competitividad y consumismo. El capitalismo neoliberal no es solo un sistema económico, sino también, cada vez más, una manera de subjetivarse y de comportarse. Thatcher decía que la sociedad no existe, que es un conjunto de individuos sueltos. Cada vez somos más esos individuos sueltos que ya no ven en la libertad del otro condición de posibilidad y una ayuda para la libertad propia, como quería Proudhon cuando hablaba de la “libertad social”, sino una libertad rival: competimos por ver quién es más libre y no tejemos lazos de fraternidad con los demás. Somos empresarios de nosotros mismos que compiten con otros empresarios de sí mismos en un mercado gigantesco. Todo es mercado ahora mismo.

¿Eso cómo se traduce en el montañismo?
En la decadencia creciente de una forma de acercarse a la montaña que tiene detrás una tradición de dos siglos y medio y que era un montañismo sosegado, lento, contemplativo, que reflexionaba, que abandonaba el reloj y que iba atento a todas las posibilidades que la montaña ofrecía. En la segunda parte del libro hago una serie de semblanzas. A mí me gusta mucho citar la de John Ruskin, que es el gran crítico de arte de la Inglaterra victoriana. Es un tipo de una cultura vastísima, de una sensibilidad exquisita y al que le gusta mucho la montaña. Va mucho a los Alpes y va con una mirada que es justamente la mirada que yo reivindico en el libro. Tiene escritos sobre la montaña en los que habla de arte, poesía, botánica, geología. También tiene una mirada política y denuncia la situación de miseria de los campesinos suizos afectados de bocio y de cretinismo. Incluso tiene escritos donde hay una sensibilidad temprana del cambio climático, que ya empieza entonces.

Ese montañismo entra en crisis. Los clubes de montaña, que fueron súper numerosos y súper activos en otro tiempo, tienen cada vez menos gente y gente cada vez más mayor. Hay dificultades para garantizar el relevo generacional. Sin embargo, está en un auge tremendo el mundo de las carreras, los trails, las maratones y las pruebas competitivas, que llenan otra vez la montaña de gente, como antes la llenaban los clubes, pero la llenan de gente muy distinta, que va a competir. Ves los grupos de montaña y suele ser gente mayor, ves los clubes de carreras y suele ser gente joven. Ahí hay una brecha generacional enorme que los clubes de montaña están desesperados por evitar.

Incluyes en el libro una frase de John Muir: “los grandes poetas, filósofos, profetas y hombres capaces cuyos pensamientos y acciones han movido al mundo, han bajado de las montañas”. ¿En la montaña se piensa mejor?
La historia de John Muir es preciosa. Es un tipo que llega a Yosemite huyendo de la Guerra de Secesión y se enamora del lugar. Los escritos que hace sobre él son preciosos, de una ingenuidad infantil muy bonita.

Hay una relación muy antigua entre montañismo y pensamiento. Kierkegaard decía que como mejor se piensa es caminando, que la mejor velocidad para pensar son los cuatro kilómetros/hora. El propio ponerse en marcha pone en marcha el cerebro de una manera que no provoca ni el estar parado ni el estar corriendo. Cuando vas corriendo todo tu cerebro se concentra en el acto de correr, se te llena la cabeza de esa letanía del “tú puedes”, “tú puedes”, “vete a por el objetivo”, “no pienses en nada más”. Nietzsche también tenía una frase parecida sobre cómo caminar favorece los mejores pensamientos. Ya en la Grecia clásica tenemos los paseos socráticos… Hay una figura muy antigua del filósofo que camina, que piensa y que dialoga. Caminar favorece el pensamiento.

¿Es lo mismo caminar por la ciudad que caminar por la montaña?
La montaña te favorece pensamientos distintos de los de la ciudad, pero las dos te favorecen pensar. Hay una figura común que es la del flâneur, el caminante que camina sin un rumbo fijo, que deambula, que va fijándose en lo que le sale el paso y al que eso conduce a relacionar cosas entre sí, a recordar cosas leídas… Se da todo un proceso de emulsión del pensamiento.

Yo nunca cojo autobuses, siempre voy caminando a donde sea, tanto en Gijón, que es una ciudad que lo favorece, como cuando viajo. En las ciudades que visito, me gusta ir caminando a los sitios porque, aparte de los cuatro highlights que tienes que ver me presta ver un poco la intrahistoria que decía Unamuno; la historia de lo “sin historia” y la hermosura de lo no explotado turísticamente.

Afirmas que, al igual que el clima, el alma humana también sufre un “proceso de recalentamiento, de derretimiento y de evaporación”.
Lo traigo a colación justamente a través de Ruskin. Él era crítico de arte y decía que la pintura de paisajes tenía que tener a la vez una “verdad de la impresión” y una “verdad de la forma”, tenía que reflejar un paisaje exterior y un paisaje interior, la montaña que uno ve y la sensaciones que eso le genera en su interior. Eso lo conecto con unas fotografías de los glaciares que Ruskin visitó —y Turner pintó— que hace ahora Emma Stibbon y que muestran cómo se han derretido casi completamente. Empezaron a derretirse en 1850 y hay quien dice que Ruskin ya debió de advertirlo. Esas fotos de glaciares vacíos también reflejan la verdad exterior e interior de nuestro tiempo. Nuestras almas cada vez están más vacías en muchos sentidos. Un sentido posible es que no hay universales. El relativismo de nuestro tiempo: todo fluye, nada importa… No hay grandes principios rectores que nos hermanen, sino que cada uno tiene su verdad.

En cuanto a lo del recalentamiento, una relación posible es que nos atraen cada vez más las estéticas salvajistas. Pensemos, por ejemplo, en algo aparentemente muy inocente: hace veinte años los faros de los coches eran puramente funcionales, cuadrados, de formas rectas, pero cada vez se han ido pareciendo más a los ojos de una bestia salvaje, estirándose y haciéndose puntiagudos. Hay una fascinación por estéticas salvajes de la que también pueden ser expresión los deportes extremos o incluso los reality shows, que al final son una competición salvaje por ganar. Nos fascinan las estéticas salvajes como fascinaban también a los artistas previos al fascismo hace cien años: aquellos cuadros de leones devorando antílopes y demás, que tenían que ver con el Nietzsche que ensalzaba a los matadores de dragones. En una sociedad adocenada y tranquila, la gente estaba cansada de la paz y demandaba una idea de salvajismo, de fuerza, de virilidad. Todas estas cosas tienen que ver ahora también con el auge del posfascismo.

Escribes que “la velocidad arruina e idiotiza”. ¿No son las redes sociales en general y Twitter en particular vectores privilegiados de aceleración?
Es el reino de la consigna, de la frase simple. Todo es complejo y necesitamos argumentos complejos sobre la realidad, pero hay toda una serie de mecanismos que nos imposibilitan ver la realidad así y nos piden pequeñas piecitas, respuestas de Trivial. En el libro hablo de unas profesoras canadienses, Maggie Berg y Barbara K. Seeber, que escriben un libro titulado The Slow Professor, que habla de cómo esta cultura de la rapidez también está permeando la enseñanza.

Cada vez se dan menos clases complejas, con hilos y argumentos complejos, y lo que se imparte en su lugar son conocimientos triviales, pequeñas piezas de conocimiento. Se nos proporciona un conocimiento de pequeñas piezas sueltas que se pueden engarzar, como los engranajes de una máquina, pero que en última instancia están sueltas, y no un conocimiento orgánico que nos enseñe la interrelación profunda de todas las cosas.

¿Cómo podemos hacer frente a ese “fascismo velocitario” que impone el mandato de la aceleración extrema a todas las cosas, empezando por nosotros mismos?
La expresión la tomo de Hartmut Rosa, que tiene un libro muy bueno, Alienación y aceleración. Él decía que la velocidad cumple todas las características del totalitarismo: lo permea todo, nada se escapa a su mandamiento y también hace muy difícil oponerse a ella. Todo totalitarismo dificulta considerablemente la disidencia. Yo mismo puedo estar aquí criticando la velocidad pero vivo en mi tiempo y soy una persona que, por ejemplo, participa en Twitter de esa velocidad.

No tengo una respuesta. Simplemente hacer las cosas despacio allá donde uno pueda hacerlas despacio, recuperar todo un campo semántico que es el del cuidado, la paciencia y la atención. Hay una filósofa que me interesa muchísimo que es Simone Weil, que hablaba de todas esas cosas. Recuperarlas allí donde se pueda y, un poco como hacía el antifranquismo, buscar parcelas de libertad; intersticios y contradicciones del sistema donde podamos colarnos con esa lentitud buscada y después ir expandiendo esas parcelas hasta —teóricamente— derribar el edificio.

Pero es muy complicado, porque la velocidad, ya digo, lo permea todo. Incluso la política se vuelve más veloz. La fascinación que despierta ahora la figura del referéndum, por ejemplo, tiene que ver con eso: respuestas simples, binarias, veloces, a problemas complejos que requerirían una deliberación democrática y que fiamos simplemente a que haya la mitad más uno de personas que deseen una de esas dos opciones. Se acelera el amor con Tinder, quiero tener pareja y lo quiero ya. El mundo de la comida rápida se traslada también a la montaña, los runners toman pastillas y geles, comen alimentos astronáuticos de aporte calórico grande e ingesta rápida. Evidentemente ya no se paran a comer una tortilla tranquilamente por ahí porque eso resta la posibilidad de arañarle segundos al cronómetro. Nos hacen comportarnos así en todos los órdenes de la vida y es muy difícil escapar.

“Caminar es un acto de recuerdo y enriquecimiento; correr suele ser en cambio una forma de olvidar”. ¿Una sociedad de runners es una sociedad espiritualmente empobrecida?
Urdangarin dijo hace poco que corre en la cárcel justamente para no pensar. El éxito del running tiene que ver también con que nos hacen llevar una vida súper desquiciante, llena de preocupaciones, de angustias, de deadlines… Justamente por esa velocidad que se nos impone, por esos criterios de productividad y de mejora constante del rendimiento, estamos súper desquiciados. Correr también es una forma inconsciente de escapar de ello. Estás corriendo y no estás pensando en nada más, ni en la hipoteca, ni en el trabajo, ni en el jefe.

Perelman pensaba —lo recoges en el libro— que el deporte se ha convertido en “el único proyecto de una sociedad sin proyecto”.
En un tiempo que ha abandonado los grandes metarrelatos, el deporte es el gran metarrelato que nos queda. Somos de un equipo de fútbol y eso vertebra nuestra vida. Cambias de novia, cambias de trabajo, cambias de casa, todo cambia, pero de equipo no.

El mismo surgimiento del deporte en el siglo XIX está vinculado al capitalismo. El fútbol, por ejemplo, es un deporte que tiene varios siglos de antigüedad, pero con una forma muy distinta a la de ahora: partidos multitudinarios en los que participaba una aldea entera, sin unas reglas demasiado fijas, sin tiempos medidos. Se soltaba una pelota y salía todo el pueblo desordenadamente a por ella, y los partidos podían durar horas y horas corriendo por las colinas cercanas en busca del balón. El capitalismo agarra eso y lo somete a reglas fijas, a tiempos fijos, lo traslada de las plazas de los pueblos y de la calle a estadios y lo aprovecha como correa de trasmisión de sus valores. El deporte también está muy vinculado a las fábricas de aquel primer capitalismo salvaje. Es una manera de que los trabajadores no se vayan al bar y también es una manera de educarlos en el sentido del tiempo que el capitalismo necesita, en el sentido de la jerarquía que el capitalismo necesita, etc.

Mumford decía que el gran elemento que había desencadenado la revolución industrial no era como se solía creer la máquina de vapor sino el reloj. El reloj es lo que posibilita el capitalismo: la jornada de trabajo, la medición de objetivos cumplidos, etc. Al principio pasaba mucho que los trabajadores trabajaban mientras necesitaban un determinado dinero y una vez lo habían cobrado se iban y no volvían. Y el deporte también sirvió para atornillar al trabajador a la fábrica. Hay otro deporte posible y hay que reivindicarlo, pero el surgimiento mismo del deporte está vinculado al capitalismo. Lo que hay que reivindicar es un ocio distinto, que pueda tener un componente de competición pero que sea una competición más festiva, para la que lo principal sea tejer lazos de fraternidad.

Si lo buscas, lo universal está albergado en cualquier cosa ultralocal y cualquier cosa ultralocal puede servir para ilustrar lo universal.

Yo no estoy en contra radicalmente de la idea de correr por el monte. Siempre hubo carreras populares, cosas como tirar un queso cuesta abajo y que salieran todos detrás de él o aquí en Asturias la subida a la Porra de Enol, en una pequeña montaña que hay encima del lago Enol que tiene una pradera muy cuesta. Es una carrera muy antigua. Yo con eso no tengo ningún problema, eran carreras festivas, sencillas, entrañables, que tejían lazos de fraternidad en la comarca y en el entorno, tal y como lo puede hacer un club de montaña. El problema es que también eso nos lo roban. El capitalismo agarra esas carreras populares y las transforma siguiendo esos criterios suyos de productividad: las internacionaliza, las hace cada vez más disparatadas, las mete por vericuetos y sitios súper recónditos en los que una carrera popular nunca se hubiera metido, revisa a la baja reglamentos de parques naturales para posibilitar carreras que antes no eran posibles y que molestan a la fauna, etc.

“En el tiempo de la construcción de las naciones modernas las vertientes más progresistas del nacionalismo entendían que para amar a la patria primero había que conocerla”. ¿Cuál es la relación entre montañismo y patriotismo?
Unamuno, que era un enamorado de la naturaleza, recomendaba al Estado fomentar los grupos de montaña. Él mismo decía “no, no ha sido en libros, no ha sido en literatos, donde he aprendido a querer a mi Patria: ha sido recorriéndola, ha sido visitando devotamente sus rincones”. Ahora se tiende a buscar el paisaje vacío de civilización, el paisaje inhóspito, dentro de una especie de misantropía que está creciendo: esa idea de que el problema del mundo no es un determinado sistema económico sino la humanidad, de que el ser humano es una plaga y antes se puede imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Aquella gente buscaba goces estéticos, paisajísticos, pero también buscaba a la gente que vivía allá. La Institución Libre de Enseñanza fomentaba sacar a los niños a la naturaleza, pero no se trataba sólo de ver bosques y montañas, sino de conocer a la gente que vivía allí, ver sus oficios, que esa gente enseñase cosas a los niños, todo dentro de una idea de des-elitizar la cultura, también conectada con esa idea de Unamuno de la historia de los “sin historia”.

Casa Museo de Miguel de Unamuno en Salamanca

Los primeros grupos de montaña en todos los países europeos estaban vinculados al patriotismo: había que conocer la patria para amarla, conocer las montañas serviría para protegerse mejor en caso de una invasión. Pero hay versiones progresistas de eso, también. Una cosa particularmente bonita que cuento en el libro es el proyecto de Claudio Lucero en Chile, un montañero que había escalado el Everest y le recomendó a Salvador Allende hacer una cosa que había visto en la URSS: sacar a los niños de los barrios pobres de las ciudades y llevarlos a la montaña.

En el País Vasco se celebra el Concurso de los Cien Montes.
En el País Vasco el PNV fomenta mucho el montañismo. El PNV es un partido muy especial, que aspira a ser una versión en miniatura de la nación y funda grupos de teatro, de danza, de mujeres y también de montañismo, con esa misma idea de conocer la patria para amarla y también para refugiarse en caso de invasión y de tener que defenderla allí. El País Vasco probablemente sea donde mayor afición al montañismo hay en toda España. El Concurso de los Cien Montes coge la pulsión y la seducción del desafío, que es una cosa que existe y a todos nos puede animar en un momento dado, pero la limita y la encauza. Tienes que hacer 100 montes del catálogo de montes de Euskal Herria pero no puedes hacer más de 20 cada año. Una tierra no puedes aprender a amarla de golpe; es un proceso lento. El amor es algo que se construye poco a poco, el amor a una patria también.

El monte Auseva, donde “comenzó la epopeya nacional española” de la Reconquista, ocupa un lugar privilegiado en el imaginario del nacionalismo más reaccionario. ¿Cuál podría ser una montaña de referencia para un proyecto progresista de país?
No se me ocurre un monte concreto pero sí una figura, que es la de “echarse al monte”: esos momentos de la historia en los que la mejor España se echa al monte a defender una determinada idea de libertad. Necesitamos un Augusto Ferrer-Dalmau de izquierdas que pinte nuestras gestas históricas y nos proporcione una memoria histórica más larga y más ancha que la de la Segunda República y la Guerra Civil. Como los laboristas que te hablan de Robin Hood, te hablan de los luditas y se sienten partícipes de un linaje muy antiguo. Una gesta que me gustaría que ese Ferrer-Dalmau de izquierdas pintara es la invasión guerrillera del valle de Arán. Me parece un momento precioso: seis mil tipos lanzándose a por Franco con todo el optimismo de haber ganado la Segunda Guerra Mundial y diciendo “vamos a perder, pero vamos a intentarlo”. Eran los maquis que habían entrado en París y con el chute de optimismo que eso les había dado dijeron: “Ahora vamos a por España”. First we take París y lo siguiente será Madrid. Al final no lo consiguieron pero el momento es precioso.

Citas a Xuan Bello cuando dice que escritores como Dante o Shakespeare “colocaron el lugar del que provenían en el centro del Universo” en lugar de hablar “de una globalidad sin raíces”. ¿La virtud en la montaña es (también) un libro sobre Asturias?
El libro está lleno de ejemplos asturianos de las grandes tendencias de las que hablo. Hubo un momento en el que pensé “¿me estaré pasando?”, cuando es un libro que quiero que se lea fuera de Asturias. Pero, ¿por qué va a ser más legítimo hablar de Yosemite que hablar de Somiedo? Somiedo puede ser tan internacional como Nueva York. Hay una idea de interconexión entre lo ultralocal y lo universal que está en Montaigne, por ejemplo, que a mí me interesa mucho, como me gusta mucho un género histórico que se dio en llamar microhistoria y que consiste contar lo grande a través de lo pequeño. Contarte, como hizo por ejemplo Le Roy Ladurie, la Plena Edad Media francesa a través de la historia de Montaillou, una aldea muy concreta del Pirineo. Si lo buscas, lo universal está albergado en cualquier cosa ultralocal y cualquier cosa ultralocal puede servir para ilustrar lo universal.

Me acordé de aquello que decía Xuan Bello: todos los grandes escritores al final hablaban de lo que conocían, de su sitio, elevarte todo lo que puedas para ver el mundo entero pero verlo desde él y contarlo desde él. Cuando cuentas algo desde lo que conoces lo cuentas mejor. Con respecto a la potencia del fútbol como vector de construcción nacional, Hobsbawm decía que la gran comunidad imaginada de millones de personas es más accesible si se reduce a 11 tipos de los que te conoces los nombres. Algo así. Lo grande es más accesible si se reduce a lo pequeño.

Si después de leer tu libro a alguien le apetece poner en práctica “un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista”, ¿qué montaña asturiana le recomendarías?
Te cuento una anécdota muy triste que me pasó en la presentación del libro aquí en Gijón. Me vino una chavalina joven de 17 años con su madre y me dijo que a ella le gustaba muchísimo la montaña pero que no podía ir porque a todos sus amigos lo que les gustaba era correr. Cuanto más joven la persona, más probable es que solo conozca la vertiente competitiva, que solo corra, que solo haga deporte. El montañismo contemplativo es mucho menos frecuente cuanto más joven es la persona. Hay gente que tiene esa pulsión, que tiene ese interés, pero que no tiene a nadie alrededor para hacerlo.

Siempre recomiendo el Jultayu, que está en el macizo occidental de los Picos de Europa, justo encima de la garganta del Cares, que cae 2.000 metros para abajo desde la cima. Es sobrecogedor verlo desde arriba, y también tienes enfrente unas vistas absolutamente impresionantes del macizo central. Pero es una montaña fácil de subir; una ruta relativamente larga pero asequible: no hay que trepar, no hay que escalar, simplemente caminar p’arriba. En relación entre lo que cuesta y lo que ofrece probablemente sea la montaña más guay de toda Asturias. Además la ruta es muy bonita: sales de los Lagos de Covadonga, pasas por zonas de bosque, por zonas de pradería donde suele haber rebaños, ves a los ganaderos y a los pastores y pasas por el refugio de Vega de Ario, un sitio acojonante donde los guardas del refugio hacen un pan casero muy rico y te puedes tomar una cerveza mientras ves el paisaje. Es una ruta que aparte de la propia cima, te ofrece todo un conjunto de posibilidades en el camino.

Para mí es una montaña muy especial porque la hice por primera vez de pequeño con mi padre y después, a lo largo de la vida, he vuelto muchas veces. Hay una cosa que yo reivindico que es el repetir montañas. Ahora se tiende a querer ir a todas las montañas del mundo y no repetir, porque eso te priva de conocer montañas nuevas. Yo reivindico en el libro la monogamia montañera. He conocido gente —y yo soy cada vez más así— que se centra en una zona y se propone llegar a conocerla como la palma de su mano. Y reivindico el montañismo colectivo, fraterno, de ir con grupos, pero también hay un montañismo individual muy digno, muy bonito y necesario que se puede practicar incluso en las excursiones en grupo, porque hay veces que te descuelgas o vas por delante del grupo y en ese ir solo vas reflexionando sobre ti mismo y sobre tu propia vida. Tampoco estoy en contra del montañismo individualista. Es que también nos roban el individualismo. El individualismo ahora está pensando en la foto que se va a hacer en la cima y en los likes que va a obtener en Instagram. Es un individualismo no para salir de los otros o recluirte en ti mismo sino para que te miren, para que te admiren. En el cuadro de “El caminante sobre el mar de nubes” de Friedrich, el personaje, en vez de estar mirando el paisaje estaría mirando a cámara. Pues bueno, cuando repites montañas, también hay un proceso ahí de acordarte de las veces anteriores que estuviste y de reflexionar sobre tu propia vida, sobre tu propio cambio, que es muy interesante.

Escribías hace poco en un artículo sobre nacionalismo español que “todo credo, ya religioso, ya político, precisa para propagarse lo mismo del esfuerzo de sesudos escolásticos que del de habilidosos misioneros y catequistas capaces de condensar el trabajo abstruso de aquéllos en imágenes simples y parábolas comprensibles”. ¿La izquierda necesita mejores escolásticos o mejores catequistas?
Cualquier religión —y toda ideología política tiene en el fondo mucho de religión— necesita para propagarse éxito en tres niveles: el ideológico, el catequético y el misional. El Santo Tomás de Aquino que te hace diez páginas súper abstrusas sobre la Santísima Trinidad y el San Patricio que se la explicaba a los paganos irlandeses con un trébol de tres hojas. Lo que digo en ese artículo es que el nacionalismo español ahora mismo está teniendo un éxito enorme en esos tres niveles. En el nivel de pensadores o teólogos: Roca Barea o Gustavo Bueno, gente muy falaz, que dice mentiras, pero que las dice de una manera escolástica muy convincente. Pero también tiene todo lo contrario, todos esos gritos que por cierto provienen del fútbol: “yo soy español”, “a por ellos”, “soy español, ¿a qué quieres que te gane?”, el himno de Marta Sánchez… Y luego hay un término medio que es el del arte. Ellos tienen a Pérez-Reverte y a Augusto Ferrer-Dalmau, que está haciendo unos cuadros preciosos sobre las grandes gestas de esa historia idealizada de España. El nacionalismo está teniendo éxito en esos tres niveles. E incluso sabe hacer otra cosa muy clave, que es hacer partícipe a la gente de esa ideología mediante un ritual sencillo que todo el mundo pueda desempeñar, una especie de comunión, que en este caso es el colgar la bandera en el balcón.

A la izquierda lo que le falla es el nivel “bajo”. Tenemos una sobreproducción de ideas, eso lo dice Esteban Hernández: no necesitamos más ideas, ya tenemos todas las del mundo, necesitamos llevarlas a la práctica y traducirlas de manera popular. Esto tiene que ver también con los intentos de Podemos de encontrar un himno que nunca consiguieron. Te ponían “A galopar”, te ponían “El Pueblo unido”, te ponían “L’estaca”… No llegó a haber una canción que nos hermanara. Tampoco hay esa capacidad para el eslogan, para la frase sencilla. Donde sí está cuajando esta necesaria fertilidad en tres niveles, y por eso creo que tenemos que ponernos todos detrás, es en el feminismo. El feminismo tiene grandes teóricas, está produciendo un arte muy interesante en forma de series de televisión, de películas, etcétera, y también tiene consignas y lemas muy buenos: “hermana, yo sí te creo”, “no es no”, etc. Están siendo muy eficaces en eso. En parte también el ecologismo, todavía no tanto como el feminismo pero cada vez más. No en vano está consiguiendo hermanar en sus manifestaciones a todas las generaciones. Tú vas a una manifestación del Primero de Mayo y son todo vieyos levantando el puño con desidia como quien agarra un autobús. Sin embargo, a mí me flipan mucho las manifestaciones del 8M porque ves a chavalinas de 14 años que, al menos aquí en Gijón, no las ves en ningún sitio más salvo en la manifestaciones ecologistas y en la manifestación contra la feria taurina de Begoña. Esas son las cosas que movilizan. Eso a la izquierda le falta, tenemos una sobreproducción de ideas, ideas muy muy buenas, acojonantes; lo difícil es bajar al barro y apretar todo eso grande en algo pequeño y eficaz.

FUENTE: El Salto