Acracia y democracia: atando cabos

«Nada de lo que haya acontecido ha de darse por perdido para la historia»
Walter BenjaminEntre «acracia» y «democracia» discurre una larga historia de encuentros y desencuentros. En realidad, más de desavenencias que de connivencias (y no digamos ya de confluencias). Aunque ambos términos, nombres femeninos, tiene la misma raíz, en este caso el hábito no hace a la causa. El sufijo griego «kratia», equivalente a fuerza, autoridad o gobierno, compromete a los dos conceptos. Pero justamente a la inversa. Incorporado al prefijo «a», se traduce «sin gobierno», y precedido de «demos» significa «el gobierno del pueblo». En ese contexto sintáctico y epistemológico se ubica la tarea de explorar potenciales afinidades entre «acracia» y «democracia». Algo que, a priori y desde las categorías del presentismo dominante, viene ya de fábrica prejuzgado con vehemente hostilidad. La mala reputación de la voz «democracia», hoy asociada con el capitalismo en su formato de «neoliberal y/o representativa», inspira un negacionismo militante para buena parte de la izquierda, ya sea libertaria y/o autoritaria.

Lo de «acracia», como su más genérica «anarquía», definida por el geógrafo Eliseo Reclus como «la más alta expresión del orden», entraña otras opacidades. Se refiere, a pesar de la abundante polisemia que incorpora, a un sistema de organización de la sociedad (el «demos» ampliado de la antigüedad clásica) que prescinde del «gobierno» (del gobierno del Estado, con mayor precisión) para constituirse. Definición que adquiere perspectiva cognoscente si la enriquecemos en la comparativa con los otros dos sinónimos de «kratos» que mejor le cuadran: «autoridad» y «fuerza». Así cotejada, la «acracia» sería un modelo de convivencia que difumina la fuerza coactiva (otra vez, del aparato del Estado, que como sabemos desde Max Weber es el artefacto que ostenta la patente de su uso legítimo) y el principio de autoridad (nicho donde anida la servidumbre voluntaria) para definir su régimen. Lo que conlleva, desde su haz, a negar la necesidad de un orden vertical y jerárquico de arriba-abajo (descendente de menos a más), y, visto desde su envés, la confianza en la capacidad de autoorganización (regulación directa) de las personas para administrarse en común.

Recalcando lo de «en común», porque un «individuo» aislado (se me permitirá la redundancia) carece de vínculos, es como un náufrago a la deriva en la inmensidad de un océano estéril, sin eticidad. Como sostiene el filósofo Emmanuel Levinas «el ser no existe nunca en singular», una actualización de aquel «zoon politikón» de Aristóteles, que en Bakunin cristaliza en forma de solidaridad al enunciar su idea de libertad: «Soy libre solo cuando todos los seres humanos que me rodean son igualmente libres. La libertad de los demás, lejos de restringir o de negar mi libertad, es por el contrario su condición necesaria y su confirmación». Posicionamiento el del gran agitador ruso que pivota en las antípodas del positivismo jurídico que al modo de Isaiah Berlin discrimina (ojo a la curiosa semaforización maniquea) entre «libertades positivas» (las autorizadas desde y por el Poder) y «libertades negativas» (las que nacen de la propia autonomía de la persona en su interacción social). Lo que en la vida corriente se asimila con esa especie de reserva del derecho de admisión, sensu contrario, que predica «mi libertad termina donde comienza la libertad de los demás» y viceversa. Hoy declamada a la oriunda manera ultrapopulista «los nuestros, primero».

Hablamos ciertamente desde la profundidad de los tiempos en que las ideas ensamblaron palabras y cosas. En nuestro entorno cultural el término «acracia» apareció por primera vez en el Diccionario de la Lengua Castellana de D. M. Núñez de Taboada, editado en París en 1825. Por su parte, la voz «democracia» venía de antaño, mostrándose en letra impresa en el lejano 1607 a través del Tesoro de las Lenguas Francesa y Española, debido a Cesar Oudin. Como Napoleón ante las pirámides de Egipto, podemos decir que «muchos siglos les contemplan». Con todo y eso, ambas propuestas no son unívocas, tanto «acracia» como «democracia» están transidas por acepciones varias, que aplicadas a la política cotidiana derivan en tergiversaciones que se despliegan a gusto del consumidor.

Aunque en puridad anfibología «democracia» parece tener aristas inmarcesibles. El saber convencional admite como patrón que así denominamos a un sistema político basado en el «gobierno del pueblo». Incluso, y para mayor abundamiento, este registro se suele completar añadiendo el correlato que Abraham Lincoln universalizó en su discurso del 19 de noviembre de 1863 para conmemorar la batalla de Gettysburg: «el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo». Algo que recuerda a otro hecho de guerra, la oración fúnebre de Tucídides tras la derrota ante los espartanos donde apareció por primera vez la expresión «democracia». Aquí, pues, la clave, al contrario que en la «acracia», estaría en el calificativo «pueblo». ¿Quién compone el «pueblo»? ¿Es una estadística demográfica? ¿Cuáles son sus atributos? Sin recurrir a demasiados artificios ni sofisticaciones, parece lógico afirmar que el «pueblo» lo integra la mayoría de la población (activada o silente). Cuando no el sector de la población más desfavorecido y pobre, que por esa condición doliente suele ser la clase más numerosa. En la democracia así rotulada el poder de gestión lo detentarían los de abajo, el estamento con mayor base de la pirámide social. El laberinto del minotauro, no obstante, se complejiza aún más cuando se mimetiza en proyecciones espacio-temporales como «democracia burguesa», «democracias populares», donde el adjetivo coyuntural de-vora al sustantivo perenne.

Establecido y desarrollado este pautado, podemos entrever que entre «acracia» y «democracia» existe más que un aire de familia, por utilizar la conocida expresión, aunque ciertamente no puede hablarse de parentesco. El horizontalismo que implica el sesgo abajo-arriba (una casa no se empieza por el tejado sino por los cimientos), consignado en la «acracia», goza de parangón y proximidad con el gobierno de la mayoría que singulariza la «democracia», ambos términos idealmente considerados. Parece coherente, pues, deducir que si en democracia son los más los que deciden, nadie en particular manda. Justamente el espíritu que fecunda a la acracia. De ahí que, en un ejercicio que tiene mucho de experimental y proyectivo, hace tiempo me haya arriesgado a pensar la «acracia» y la «democracia» como realidades paralelas condenadas a entenderse, vasos comunicantes malgré lui, porque en ambas mana idéntico alfaguara. Atando cabos. Razón por la cual considero que cabría hablar de un híbrido llamado «demo-acracia», al que supondríamos una democratización de la acracia y una acratización (o anarquización, si mejor se quiere) de la democracia. Un ayuntamiento dúplex con lo mejor de cada microcosmos. Algo que podría servir para explorar nuevas posibilidades políticas cara al siglo XXI, superando las limitaciones de la «acracia» como opción de minorías escasamente representativas (el clásico sambenito de utópica) y rescatar valores de la democracia en cuanto a proveedor de participación política, más allá del anquilosamiento que supone su constante parasitación por los partidos y la cosificación del voto como valor de cambio.

Y vayamos del lado de las inclemencias. Lo que aquí y ahora aleja a la «acracia» de la «democracia» es que la primera se estructura y escalona confederalmente, bajo el signo de la acción directa y, causa y efecto a la vez de ese esquematismo en la intermediación, sin protagonismo de liderazgos inhibidores y jibarizantes de la propia autonomía. Mientras la segunda exige la prótesis de la representación entendida como delegación e, inherente a esa especie de cheque en blanco de los más hacia los menos, encarnado en la maximización y disciplinamiento de un tipo de paternalismo solo consentido en el universo infantil y en el operativo castrense. El simulacro de elección sobre el panel de listas cerradas y bloqueadas; el ascendente del partido sobre los representantes electos; el cortoplacismo gubernamental afecto en primera instancia a capitalizar rendimientos para el grupo político vencedor; y los barreras de salida levantadas para dificultar la expulsión de la función representativa a electos que han sobrevenido corruptos, fraudulentos o venales, son las señas de identidad del modelo de democracia realmente existente frente al ideal de democracia de proximidad anatemizado como irrealizable.

La generalización de las sociedades a escala, propias del desarrollismo demográfico y la masiva urbanización, se argumenta como razón de ser de esa mediación política. Y, a la inversa, como atavismo obsolescente, propio de etapas «prepolíticas», en el caso de la democracia vis a vis que se pregona del estereotipo ácrata. Pero es precisamente en esta encrucijada donde en la actualidad postmoderna refulge una cadena de valores compartidos. La creciente incapacidad del modelo vigente para atender la demanda de una sociedad organizada sobre vectores de libertad, igualdad, solidaridad, prosperidad y respeto de los derechos humanos, un formato que hurta la experiencia de autogobierno de las personas en favor de la profesionalización política, está ya en la diana del debate intelectual. Son muchos los sociólogos y politólogos que alertan sobre el proceso de destrucción de la democracia por su subordinación al capitalismo neoliberal, hasta el punto de producir auténticas mutaciones en su ecosistema. El caso de la China, megapotencia a la vez capitalista y comunista, sería el referente más capcioso. De ahí que estos expertos y teóricos estén desandando el camino de la heteronomía imperante, descubriendo un decrecimiento político (que conlleva otro similar económico) sobre los sillares de la «vieja» democracia directa inserta en la autorrealización individual y colectiva.

En ese plantel, cuya exposición rigurosa requeriría otras tribunas, encontramos opiniones sobre la desescalada de la democracia neoliberal, como la de André Blais, director del Centro de Investigación en Estudios Electorales en la universidad canadiense de Montreal («Hay que probar el sorteo, en pequeñas dosis, para elegir a nuestros representantes», o la de Christian Salmon, autor de Story telling y La era del enfrentamiento, un suma y sigue sobre la brecha abierta entre representantes y representados («Solo podemos contar con la entropía del propio sistema, con el hecho de que, llegado cierto punto, nos demos cuenta que resulta imposible comunicarnos»). Pero sobre todo son especialmente relevantes las aportaciones contenidas en dos obras de reciente publicación: Vida y muerte de la democracia, de John Keane, profesor de política en Sidney (Australia) y en el Wissenschaftszentrum de Berlín, y Demópolis, de Josiah Ober, catedrático de Clásicas, Teoría Política y Filosofía en Stanford (EE.UU.). A los efectos de nuestra exploración demo-acrática, del voluminoso trabajo donde Keane desarrolla el concepto de «democracia monitorizada» reseñamos lo que define como «regla número: tratar el re-cuerdo de las cosas pasadas de la democracia de manera tan vital como sus presentes y futuras» (pág. 850). De Ober su énfasis en repensar la teoría y la práctica de la democracia existente antes del liberalismo, cuando primaba el autogobierno colectivo, porque «[…] en la medida en que una sociedad democrática reduce la presión de la jerarquía del estatus y del control relacionada con la autocracia, se convierte, en general, en un elemento favorecedor para el bienestar humano» (pág.139).

La fructífera trabazón pasado-presente que consignan estos dos investigadores tiene también su huella en los anales del pensamiento anarquista. Desde un Pierre Josep Proudhon, el «padre» de la idea ácrata, que anunciando el contenido de su libro La capacidad política de la clase obrera, escrito en 1864, sentenció: «No encontrarán en él más que una sola idea: la Idea de la nueva democracia», hasta lo expresado más de un siglo después por un libertario no menos talentoso, el italiano Amedeo Bertolo, al identificar la anarquía como «una forma extrema de democracia».

Rafael Cid

Publicado originalmente en el periódico Rojo y Negro # 340, Madrid, diciembre 2019. Número completo accesible en http://rojoynegro.info/sites/default/files/rojoynegro%20340%20diciembre_0.pdf

¿Qué pasa en Catalunya? ¡Anarcopuristas Go Home…!

Acabo de leer en la revista “Catalunya” de la CGT del mes de noviembre dos artículos que encajan bastante bien con la tónica que mantiene ese periódico desde que el Govern” decidió convocar en octubre del 2017 el referéndum sobre la independencia.

Esos artículos celebran la espectacular y contundente respuesta que se ha dado en la calle a la sentencia condenatoria de una parte del Govern, de la Presidenta del Parlament, y de los dos máximos dirigentes de las dos grandes organizaciones nacionalistas catalanas.

En ambos se saluda el coraje, la contundencia, la determinación de esa respuesta popular frente al Estado español y a las fuerzas represivas que de él y de la Generalitat dependen. No solo se justifica la presencia anarquista en esas movilizaciones sino que se celebra esa participación, se llama a intensificarla y se descalifica la presunta inhibición de los y las anarquistas que se encierran en “su torre de marfil”, que no asumen las contradicciones propias de todas las luchas, y que se refugian en “la pureza anarquista”Anarcopuristas Go Home concluye uno de los dos textos con cierto regusto a aquel Yankee Go Home de tiempos pretéritos.

Resulta, sin embargo, que aludir a la defensa de “la pureza anarquista” para dar cuenta del motivo que incitaría a no involucrarse en la actual movilización revela que nada (o bien poco) se ha entendido del talante que anima al anarquismo. Nadie que se pretenda anarquista y sea mínimamente coherente basaría su negativa a implicarse en las actuales movilizaciones en la preocupación por preservar la pureza del anarquismo, por la sencilla razón de que el anarquismo es radicalmente antitético con cualquier pretensión de pureza.

La pretensión de preservar la pureza del anarquismo resulta totalmente absurda para cualquier anarquista porque el anarquismo es constitutivamente impuro. Es mestizo, es diverso, es polifacético, es cambiante y es inevitablemente abierto. La idea de pureza es propia de los planteamientos los más reaccionarios en todos los ámbitos, desde la religión, a las supuestas razas, a las ideologías, a las culturas, etc. etc. Así que, pensar que si se critica una determinada movilización es en nombre de “la pureza anarquista” indica, lo repito, que no se acaba de entender el anarquismo.

Imputar la crítica contra las actuales movilizaciones a “la pureza anarquista” o al encierro en “la torre de marfil” es una manera cómoda y fácil de eludir el debate político acerca de esas movilizaciones.

¿Acaso se puede discrepar políticamente de la implicación anarquista en las actuales movilizaciones sin que sea por la absurda preocupación de preservar una inexistente pureza anarquista, o porque se prefiera contemplar las cosas desde una supuesta torre de marfil? Por supuesto que sí y está claro que no faltan argumentos para contraponerlos a quienes defienden, celebran y alientan esa implicación.

Escribía en un texto reciente: “Por bellas que sean las llamas de las barricadas y por indignantes que sean los disparos de la policía no deberíamos dejar que esas llamas nos impidan ver los caminos engañosos que alumbran, ni dejar que esos disparos nos impidan oír las enseñanzas proporcionadas por la larga historia de nuestras luchas emancipadoras.”. No cabe duda de que quemar contenedores, arrojar objetos o cócteles a la policía, bloquear autopistas y estaciones de ferrocarril, son formas de lucha que nos entusiasman cuando consiguen romper la pasividad y la sumisión reinantes y despiertan solidaridades.

Pero ¿acaso no conviene interrogarnos acerca de quiénes son los que diseñan las estrategias y articulan los medios para que esas movilizaciones sean posibles? ¿preguntarnos cómo y porqué lo hacen? ¿para conseguir qué fines? ¿No deberíamos interrogarnos, por ejemplo, acerca de la supuesta horizontalidad de las decisiones que articulan las movilizaciones del Tsunami Democràtic?)

¿Acaso basta con que una movilización se produzca y adopte formas de enfrentamiento contundentes para que debamos sumarnos a ella? ¿Acaso nuestro lugar estaba en la plaza Maiden, por muy masiva y popular que fuese aquella revuelta y por muy represoras que fuesen las autoridades ucranianas? ¿Acaso el anarquismo no dispone de herramientas para decidir de forma genuinamente autónoma cómo, cuando y para alcanzar qué fines debemos involucrarnos en las luchas?

Frente al mantra de que lo importante es luchar y ya veremos después hacia dónde nos lleva, y qué efectos produce, quizás valdría la pena reconocer la importancia de pensar esas cuestiones y de debatirlas sin recurrir a descalificaciones que obstaculicen el análisis, la reflexión, la discusión, y la plena legitimidad de tomar eventualmente una postura fuertemente crítica ante la implicación anarquista en la movilización actual.

Tomás Ibáñez

Local Anarquista Motín: «Quedada para hacer pancartas antielectorales»

¡QUEDADA PARA HACER PANCARTAS ANTIELECTORALES!!
Lunes 28 de Octubre a las 18:30h
Se acercan las elecciones y con ello nuevamente las calles repletas de propaganda electoral, en los televisores discursos de presidentes y en definitiva reafirmación de la democracia en todas partes…
Mientras tanto uno condena su vida a un trabajo, precario o no, a cambio de una miseria enriqueciendo a otros…. Otros pasan el día estudiando para posteriormente condenar su vida. Otros mueren en fronteras o se pueden en Cíes por el simple hecho de ser extranjeros todo esto y más bajo el beneplácito de la democracia.
Por ello es necesario conocerse, debatir, sacar propaganda y propagar la lucha he ahí el motivo de este tipo de convocatorias
Os esperamos en Motín C/Matilde Hernández 47 <M>Oporto

LOCAL ANARQUISTA MOTÍN

No hay más remedio que intentar lo imposible: Entrevista a Raoul Vaneigem

Hay que considerar a Raoul Vaneigem en sus dos facetas, la de pensador y la de revolucionario. Fue miembro fundamental de la Internacional Situacionista, pero su actividad no se detuvo con su dimisión, al no dar esta más de sí, sino que se ha prolongado hasta el día de hoy, tal como prueba su presencia en los medios contestatarios de diversos lugares, de Portugal a Grecia o Chiapas, sus numerosos artículos de combate, sus entrevistas, sus folletos… Desde los tiempos de “Banalidades de Base” y del “Tratado del Saber Vivir”, que proporcionaron los mejores argumentos a la generación que eclosionó en el 68, hasta su reciente “Llamamiento a la vida contra la tiranía del Estado y la mercancía”, su pensamiento ha evolucionado a lo largo de más de una veintena de libros, siendo el autor que mejor ha conectado la visión subversiva de la realidad presente con la radicalidad crítica formulada en los años sesenta del pasado siglo. La lectura de esta reciente entrevista, aparecida truncada en un medio oficial, me ha incitado a traducirla en su integridad y a difundirla “para uso de las nuevas generaciones” en otros medios más apropiados.

Miguel Amorós, 3 de septiembre de 2019.

NO TENEMOS OTRA ALTERNATIVA QUE INTENTAR LO IMPOSIBLE

Entrevista a RaoulVaneigem realizada por NicolasTruong y publicada en el diario “Le Monde”, 31 de agosto de 2019

¿Cuál es la naturaleza de la mutación -o del derrumbe- en marcha? ¿En qué sentido el fin del mundo no es el fin del mundo, sino el comienzo de uno nuevo? ¿Y cuál es la civilización que veis asomarse tímidamente sobre los escombros de la anterior?

Aunque fracasase en implementar el proyecto de la autogestión de la vida cotidiana, el Movimiento de las Ocupaciones, que fue la tendencia más radical de Mayo del 68, ha podido sin embargo jactarse de un logro de importancia considerable. Suscitó una toma de conciencia que marcaría un punto de no-retorno en la historia de la humanidad. La denuncia masiva del welfarestate –del estado del bienestar consumista, de la felicidad pagada a plazos- dio un golpe mortal a virtudes y conductas impuestas desde hacía milenios y que pasaban por inquebrantables verdades: el poder jerárquico, el respecto de la autoridad, el patriarcado, el miedo a y el desprecio de la mujer y de la naturaleza, la veneración de los ejércitos, la obediencia religiosa e ideológica, la competencia, la depredación, la competición, el sacrificio, la necesidad de trabajar.

Entonces se abrió camino la idea de que la verdadera vida no podía confundirse con la supervivencia que reduce al hombre y la mujer a la condición de bestia de carga y de ave de presa. Ha llegado a creerse que esa radicalidad había desaparecido, barrida por rivalidades internas, por luchas de poder, o debido al sectarismo contestatario; la vimos sofocada por el gobierno y el Partido Comunista, la última victoria de éste. En verdad fue devorada por la formidable oleada de un consumismo triunfante, el mismo que en la actualidad la depauperación creciente contrae lentamente pero sin descanso.

Y aún así, a pesar de la recuperación y de la amplia ocultación de tal movimiento de emancipación ¿qué es lo que estaba a punto de pasar?

Era como si se olvidara que la incitación desbocada a consumir conllevaba la desacralización de los valores antiguos. La liberación ficticia, pregonada por el hedonismo de supermercado, propagaba una abundancia y una diversidad de opciones que solo tenían un inconveniente, el de tener que pagar a la salida. De ahí nació un modelo de democracia en el que las ideologías se difuminaban en provecho de los candidatos, cuya campaña promocional se efectuaba con las técnicas publicitarias más probadas. El clientelismo y la atracción mórbida del poder acabaron de arruinar un pensamiento cuyo alarmante deterioro ningún gobierno teme exhibir.

Cinco decenios han conseguido que se olvide que, bajo la conciencia proletaria, laminada por el consumismo, se manifestaba la conciencia humana a la que un largo letargo no impidió un resurgimiento repentino. La civilización de mercado no es más que el traqueteo de una máquina que tritura el mundo para exprimirle beneficios bursátiles. Mientras todo acaba por bloquearse por arriba, por abajo se materializa en el cuerpo social un sentido de lo humano, una prioridad del ser. En consecuencia, el ser ya no halla su lugar en la burbuja del tener, en los engranajes de la mundialización especuladora. Dado que a partir de ese momento la vida del ser humano y el desarrollo de su conciencia van a ser prioritarios en la insurrección en marcha, me siento con autoridad para evocar el nacimiento de una civilización donde, por vez primera, la facultad creadora inherente a nuestra especie estará libre de la tutela opresiva de los dioses y los amos.

Desde 1967, Vd. no para de describir la agonía de la civilización de mercado. No obstante, esta perdura y se desarrolla más cada día que pasa en la era del capitalismo financiero y digital. ¿No es Vd. prisionero de una visión progresista (o teleológica) de la historia compartida con el neoliberalismo por más que lo combata?

No me importan las etiquetas, las categorías o cualquier otra cosa que salga de los almacenes del espectáculo. Un sistema que se atasca tiene el inconveniente de que su disfuncionamiento puede durar mucho tiempo. Numerosos economistas no paran de gritar como descosidos anunciando un crac financiero ineluctable. Catastrofismo o no, la implosión de la burbuja monetaria está a la orden del día.

El venturoso efecto de un capitalismo que continúa hinchándose hasta reventar, es que a semejanza de un gobierno que en nombre de Francia reprime, condena, mutila, deja tuerto y empobrece al pueblo francés, incita a los de abajo a defender su existencia diaria por encima de todo. Estimula la solidaridad local, anima a responder mediante la desobediencia civil y la auto-organización a los que se resarcen de la miseria, invita a tomar en mano la res publica, la cosa pública que cada día arruinan más y más los fraudes de los poderes financieros. Dejemos que los intelectuales debatan los conceptos de moda en las tristes canchas del egotismo, están en su derecho.

Lo que más atrae mi interés es la creatividad que, en los pueblos, barrios, ciudades y regiones, empieza a reinventar la enseñanza echada a perder por el cierre de escuelas y la educación “concentracionaria”; a restaurar el transporte público; a descubrir nuevas fuentes de energía gratuita; a propagar la perma-cultura al re-naturalizar las tierras envenenadas por la industria agroalimentaria; a promover la horticultura y la alimentación sana; a festejar el apoyo mutuo y la alegría solidaria. La democracia está en las calles, no en las urnas.

Hablar de “totalitarismo democrático” o de “codicia “concentracionaria”” con respecto a nuestro mundo ¿es la manera apropiada de describir la realidad o bien no es más que demagogia revolucionaria?

Denunciar a los opresores y manipuladores no me parece ahora necesario, ya que la mentira se ha vuelto más que evidente. Cualquier recién venido dispone de lo que podríamos llamar “la escala de Trump” con la que medir el nivel de deficiencia mental de los falsificadores sin necesidad de recurrir al juicio moral. Pero lo importante no es eso. Hicieron falta muchos años de embrutecimiento para que un Goebbels tuviera en cuenta que “cuanto más grande es la mentira, mejor funciona”. Quien hoy contemple el estado del sector hospitalario o recuerde las promesas de mejoras ministeriales comprenderá fácilmente que tratar al pueblo como a un atajo de imbéciles no hace sino subrayar los estragos sicopatológicos que sufre la gente del poder.

A mí no me queda otra que apostar por la vida. Me inclino a pensar que bajo el rol de policía, juez, procurador, periodista, político, manipulador, tribuno o experto en subversión, existe un ser humano que soporta cada vez peor la ausencia de autenticidad vivida a la que le ha condenado la alienación de la mentira lucrativa. Soy ajeno a la idea de situarme más a la izquierda que el izquierdista más conspicuo. Es como la idea de plusvalía. No soy jefe, ni gestor de un grupo, ni gurú, ni mentor. Siembro mis ideas sin preocuparme por la fertilidad del suelo en el que caerán. En el caso presente, tengo motivos para congratularme por la aparición de un movimiento que no es populista -tal como lo desearían los instigadores de un caos propicio a los chanchullos-, sino que se trata de un movimiento popular, que proclama desde el principio el rechazo de los jefes y representantes autoproclamados. Eso me quita preocupaciones y me reafirma en la convicción de que mi felicidad personal es inseparable de la felicidad de todos y todas.

El movimiento de los “chalecos amarillos” ¿es reaccionario o revolucionario?

El movimiento de los “chalecos amarillos” solo es el epifenómeno de una conmoción social que corrobora la ruina de la civilización de mercado, y no ha hecho más que empezar. Todavía sufre la mirada embobada de los intelectuales, esos desechos de una cultura anquilosada, quienes tanto tiempo hace que se toman por conductores del pueblo que no se percatan de que, de la noche a la mañana, han sido puestos de patitas en la calle. Pues sí, ese pueblo ha decidido no tener más guía que sí mismo. Tanteará, balbuceará, errará, caerá y se levantará, pero es poseedor de esa luz del pasado, esa aspiración a una vida verdadera y a un mundo mejor que los movimientos de emancipación, antaño reprimidos, machacados o aplastados, en sus impulsos rotos han confiado a nuestro presente a fin de que se retomen en origen y se culminen.  

¿Por qué se ha instaurado un estéril enfrentamiento entre el “izquierdismo paramilitar” y las “hordas policiales”, particularmente desde las manifestaciones contra la ley del trabajo? ¿Cómo salir de él?

Los tecnócratas se obstinan como animales caídos en la trampa de su impotencia arrogante con un cinismo que no sirve más que para atormentar al pueblo, hasta el punto de que resulte asombrosa la moderación mostrada por la cólera popular. El black bloc es la expresión de una cólera alimentada conscientemente por la policía. Se trata de una cólera ciega, fácil de apagar por los mecanismos de la ganancia mundiales. Romper símbolos no es lo mismo que romper el sistema. Es peor que una estupidez, es un desahogo precipitado, poco satisfactorio, frustrante, es el desvío de una energía que estaría mejor empleada en la indispensable construcción de comunas autogestionadas. No me solidarizo con ningún movimiento paramilitar y deseo que el movimiento de los “chalecos amarillos” en particular, y el de la subversión popular en general, no se deje arrastrar por una cólera ciega por la que se deslizaría la generosidad de lo vivo y la conciencia humana. Yo estoy por la expansión del derecho a la felicidad, por un “pacifismo insurreccional” que convierta la vida en un arma absoluta, un arma que no mate.

Vuestra concepción de la insurrección es a la vez radical (negativa a dialogar con el Estado, justificación del sabotaje, etc.) y comedida (rechazo de la lucha armada, de la cólera reducida al estropicio, etc.) ¿Cuál es vuestra ética de la insurrección?

Tras la llamarada de Mayo del 68 no he visto más insurrecciones que la aparición del movimiento zapatista de Chiapas, la emergencia de una sociedad comunalista en Rojava y, en un contexto muy diferente, el nacimiento y multiplicación de las ZAD, las zonas a defender donde la resistencia de una región a la implantación de nocividades ha dado lugar a una solidaridad basada en el vivir juntos. No sé qué significa una ética de la insurrección. Simplemente nos encontramos ante experiencias llenas de alegría y furor, de avances y retrocesos. Entre todos los interrogantes que se plantean, dos me parecen indispensables. ¿Cómo impedir la avalancha de valentones estatistas devastando los lugares para vivir en los que la gratuidad se aviene muy mal con la lógica del beneficio? ¿Cómo evitar que una sociedad que proclama la autonomía individual y colectiva, permita que en su seno se constituya la vieja oposición entre la gente de poder y una base que confía demasiado poco en su potencialidad creadora?

Decís que ni patriarcado, ni matriarcado. ¿Por qué hay que ir más allá del machismo y del feminismo? ¿Y qué es lo que entendéis por “preeminencia acrática de la mujer”?

La trampa del dualismo impide la superación de la contradicción. No luché contra el patriarcado para que le sucediese un matriarcado, que es lo mismo pero al revés. Hay algo masculino en la mujer y algo femenino en el hombre, lo que muestra una gama lo bastante amplia para que la libertad del deseo amoroso se module a gusto. Lo que me apasiona en el hombre y en la mujer es el ser humano. Nunca admitiré que la emancipación de la mujer consista en acceder a aquello que volvió despreciable al macho: el poder, la autoridad, la crueldad guerrera y depredadora. Una mujer ministro, jefe de Estado, policía, gente de negocios, vale tanto como el macho que un día la consideró menos que nada.

Por contra, ahora toca percatarse de que existe una relación entre la opresión de la mujer y la opresión de la naturaleza. Ambas surgen durante el paso de las civilizaciones pre-agrarias a la civilización agro-mercantil de las ciudades-Estado. Me ha parecido que la sociedad que se esboza hoy, en razón de una nueva alianza con la naturaleza, tendría que marcar el final de la antiphysis (de la anti-naturaleza) y, a partir de ahí, reconocer en la mujer el predominio “acrático”, es decir, sin poder, que reinaba antes de la instauración del patriarcado. He tomado el calificativo a la corriente libertaria española de los ácratas.

¿Por qué consideras que el intelectual es “un poeta que reniega de sí mismo” y juzgáis vanas las controversias intelectuales (del post estructuralismo al feminismo, del supervivencialismo o preparacionismo al animalismo)?

La poesía es la vida. El intelectual se envanece por el desempeño de una función igual de alienante que la función manual, ambas salidas del trabajo y de la división del mismo. Se halla enfrentado con el cuerpo, cuyas pulsiones trata de domeñar en vez de afinarlas. Es un tipo cuyas ideas, por interesantes que puedan ser, están separadas de la vida, y cortadas de esa clase de inteligencia sensible que emana de nuestras pulsiones vitales. Las ideas “trabajadas minuciosamente por la mente” nutren una inteligencia abstracta que nunca se desprende del poder que intenta ejercer sobre el propio cuerpo y sobre el cuerpo social.

Vd. escribe: “la comuna revoca el comunitarismo”. ¿Qué es lo que os autoriza a pensar que cuando llegue la era de la autogestión de la vida, los problemas sociales (correlaciones de dominación de toda clase, misoginia, identitarismo, etc.) se resolverán? ¿De qué manera la emergencia de un nuevo estilo de vida nos protegería del egoísmo, del poder y de los prejuicios?

Nada se conserva para siempre, pero la conciencia humana es un poderoso motor de cambio. Durante una conversación con el “subcomandante insurgente” Moisés, en la base zapatista de La Realidad, en Chiapas, éste explicaba: “Los mayas siempre han sido misóginos. La mujer era para ellos un ser inferior. Para cambiar eso, hemos tenido que insistir en que las mujeres aceptaran un mandato en la “junta de buen gobierno” donde se debaten las decisiones de las asambleas. Hoy en día su presencia es muy importante, ellas lo saben y a ningún hombre se le ocurriría tratarlas con altivez”. Siempre se ha identificado al progreso con el progreso técnico que, desde los tiempos de Gilgamesh hasta nuestros días, ha dado pasos de gigante. En cambio, si nos atenemos a las diferencias entre la población de las primeras ciudades-Estado y los pueblos actuales sometidos a las leyes del beneficio privado, el progreso de la suerte reservada a todo lo humano es incontestablemente ínfimo. Quizás ya sea tiempo de explorar las inmensas potencialidades de la vida y de privilegiar por fin el progreso del ser, no el del tener.

¿Por qué el zapatismo es una de las tentativas más logradas de la autogestión de la vida cotidiana?

Tal como dicen los zapatistas, “nosotros no somos un modelo, somos una experiencia”. El movimiento zapatista nació de una colectividad campesina maya. No es exportable, pero se pueden sacar lecciones de la nueva sociedad de la cual trata de sentar las bases. La democracia directa postula la oferta de mandatarios que, apasionados en un dominio particular, quieren poner sus conocimientos al servicio de la colectividad. Son delegados, durante un tiempo limitado, en la “junta de buen gobierno”, donde rinden cuentas a las asambleas del resultado de sus gestiones. La puesta en común de las tierras resolvió los conflictos, a menudo sangrientos, que ponían a unos propietarios de parcelas contra otros. La prohibición de las drogas evitó la intrusión de narcotraficantes, cuyas atrocidades pesan abrumadoramente en gran parte de México. Las mujeres consiguieron que el alcohol fuera prohibido, pues éste amenazaba con reavivar las violencias machistas que otrora sufridas durante mucho tiempo. La Universidad de la Tierra de San Cristóbal imparte la enseñanza gratuita de una gran variedad de oficios. No se entregan diplomas. Las únicas condiciones exigidas son el deseo de aprender y las ganas de propagar el saber aprendido por todas partes. Estamos ante una simplicidad capaz de erradicar la complejidad burocrática y la retórica abstracta que hacen que nos olvidemos de nosotros mismos a lo largo de toda nuestra existencia. La conciencia humana es una experiencia en marcha.

¿Es posible salir de la espiral de violencia?

Hay que preguntarle al gobierno y recordarle las palabras de Blanqui: “Sí señores, es la guerra entre los ricos y los pobres, los ricos lo han querido así y son en efecto los agresores. Con la particularidad de que estos consideran como nefasto el hecho de que los pobres opongan resistencia. Al referirse al pueblo dirán sin ambages: es un animal tan feroz que se defiende cuando lo atacan”. El proyecto de Blanqui, que propugnaba la lucha armada contra los explotadores, merece ser examinado bajo la luz de la evolución conjunta del capitalismo y el movimiento obrero, que luchaba para acabar con él.

La conciencia proletaria que aspiraba a fundar una sociedad sin clases fue una forma transitoria en la que se encarnó la conciencia humana, en una época donde el sector de la producción no había cedido la preeminencia a la colonización consumista. Esa conciencia humana es la que resurge hoy en la insurrección de la que los “chalecos amarillos” son la señal anunciadora. Asistimos a la emergencia de un “pacifismo insurreccional” que, armado solamente con una irreprimible voluntad de vivir, se opone a la violencia destructora del gobierno. El Estado no puede ni quiere escuchar las reivindicaciones de aquel al que se le priva gradualmente de todo lo que constituía el bien público, su res publica.

Obviamente, la dignidad humana y la obstinada determinación de los insurrectos son precisamente dos cosas que están ahorrando a los sinvergüenzas de la república una oleada de violencias que les alcanzaría de lleno hasta en los guetos de dinero sucio. El colmo de la estupidez se lo llevan quienes no encuentran nada mejor que hacer que lanzar dardos contra un movimiento que les está evitando una justa reacción adversa a sus violencias. Azuzan a sus perros guardianes mediáticos y multiplican las provocaciones exhibiendo ante la mirada de los más necesitados los signos exteriores y ridículos de la riqueza. El cuidado que ponen en recuperar, o incluso alentar con eficacia a los incendiarios de contenedores y a los devastadores de lunas de escaparate ¿no viene a demostrar que lo que están buscando no es una verdadera guerra civil sino su espectáculo, su puesta en escena? Como todo el mundo sabe, el caos es propicio a los negocios.

Los dirigentes no tienen más sostén que las ganancias, cuya inhumanidad les corroe. No poseen más inteligencia que la del dinero que cosechan. Son la barbarie cuya legitimidad usurpada no cejarán de anular los insurrectos.

Privilegiar al ser humano, organizarse sin jefes ni delegados autonombrados, asegurar la preeminencia del individuo consciente sobre el individualismo mugiente del rebaño populista, para la insurrección en marcha y para la población del globo son esas las mejores garantías del derrumbe del sistema opresor y de su violencia destructiva.

El clima se recalienta, la biodiversidad se erosiona y la Amazonia arde. La lucha contra la devastación de la naturaleza que moviliza a una parte de la población mundial y de la juventud ¿podría ser a lo mejor una de las palancas de la “insurrección pacifista” que propugnáis?

El incendio de la selva amazónica forma parte de un vasto programa de desertización que la rapacidad capitalista impone a los Estados del mundo entero. Parece cuando menos ridículo ofrecer condolencias a esos Estados que no dudan en devastar sus propios territorios nacionales en nombre de la prioridad acordada a las ganancias. Por todos lados los gobiernos talan los bosques, ahogan los océanos bajo el plástico, envenenan deliberadamente los alimentos… Gas de fracking, prospecciones petrolíferas y auríferas, soterramiento de residuos nucleares, solo son un detalle frente a la degradación climática que cada día acelera la producción de nocividad por empresas cercanas a nuestras casas, al alcance de la mano del pueblo víctima de ellas. Los gobernantes, por su parte, obedecen las leyes de Monsanto y acusan de ilegalidad a un alcalde que prohíbe los pesticidas en todo su municipio. Se le achaca el crimen de preservar la salud de sus vecinos. Ahí es donde se sitúa el combate, en la base de la sociedad, donde la voluntad de vivir mejor brota de la precariedad de la existencia.

En ese combate, el pacifismo está fuera de lugar. En este asunto quiero desprenderme de cualquier ambigüedad. El pacifismo corre el peligro de no ser más que una pacificación, un humanitarismo abogando por el retorno al nicho de los resignados. Por otra parte, no hay nada más pacífico que una insurrección, aunque nada resulte más odioso que las guerras conducidas por el izquierdismo paramilitar, ese donde los jefes se dan prisa en imponer su poder a un pueblo del que presumen ser sus liberadores. Pacifismo sacrificial e intervención armada son los dos polos de una contradicción que hay que superar. La conciencia humana progresará de manera apreciable cuando los partidarios del pacifismo ovino hayan comprendido que no hacen más que dar al Estado el derecho de golpear y mentir cada vez que se prestan al ritual de las elecciones para escoger, según las libertades de la democracia totalitaria, a unos representantes que solamente se representan a sí mismos, celebrando plebiscitos que convertirán los intereses públicos en intereses privados.

En lo relativo a los partidarios de la cólera vengadora, cabe esperar que, casados de los juegos de rol escenificados por los medios de comunicación, aprendan y se dediquen a llevar el fuego y la espada a los lugares donde los ataques golpeen de verdad al sistema: las ganancias, la rentabilidad, la cartera. Propagar la gratuidad es la aspiración más natural de la vida y de la conciencia humana, el mayor privilegio que esta nos ha dado. El apoyo mutuo y la solidaridad festiva de la que hace gala la insurrección de la vida cotidiana son el arma contra la que no podrá ninguna arma de matar. No destruir jamás a ningún hombre, destruir lo que le deshumaniza. Acabar con quien pretenda que paguemos el derecho imprescriptible a la felicidad. ¿Utopía? Como queráis. No tenemos más alternativa que o intentar lo imposible, o arrastrarnos como gusanos bajo las bota de hierro que nos aplasta.

FLM: Huelga Mundial por el clima 27 septiembre 2019

FOTOS MANIFESTACIÓN 27 SEPTIEMBRE 2019 BLOQUE ANARQUISTA

Crisis climática, crisis económica, crisis de la democracia representativa

Es difícil para nosotras, la mayoría oprimida del planeta, que seamos capaces de parar el colapso que viene, cuya presentación y desarrollo ni tan siquiera nos atrevemos a aventurar. Sin embargo no cabe la mansedumbre del “nada se puede hacer”. Ser conscientes individualmente del problema supone reducir nuestro consumo en petróleo y todos sus derivados, en carne, en viajes en avión, en ropa, etc., etc.. Afrontarlo individualmente nos encamina hacia el “vivir más y mejor con menos” transformando nuestro modelo de vida vigente hasta ahora. Esta deriva en nuestra cotidianidad individual es, a día de hoy, necesaria pero insuficiente, pues la crisis climática es estructural, radicalmente política. Ser consecuentes con que lo qué está en juego supone, además, enfrentarnos y luchar contra un sistema social, el capitalista y los estados bajo los que vivimos, que hacen a la humanidad en su conjunto ser un cáncer para la vida en la Tierra.
Nuestra labor como anarquistas va dirigida a extender, por un lado, entre la población del planeta la idea de que hay que producir/consumir solo bienes que satisfagan las necesidades básicas de la mayoría, respetando el equilibro con los ecosistemas; en otras palabras impulsar la concienciación sobre la emergencia en la que vamos a vivir a corto plazo. Este respeto a la biodiversidad planetaria, a la casa en la que vivimos, nos hace manifestar, por otro lado, que la vida que merece la pena ser vivida solamente podremos alcanzarla cuando nos enfrentemos al sistema de producción capitalista (¡si hasta quieren comprar Groenlandia para extraer sus minerales!, ¡si están quemando la Amazonia en busca de pastos que alimente la carne que consumimos!, ¡si están viendo negocio inmobiliario en el deshiele del permafrost siberiano!, etc., etc.) , responsable último de un desastre ecológico que parece imparable. Los Estados y los organismos internacionales, ahora mismo, en sus agendas públicas, plantean soluciones parciales y técnicas del llamado capitalismo verde (que no deja de ser una nueva oportunidad de negocio). Estas falsas soluciones emanadas de los parlamentos estatales e internacionales ¡no son más que parches que no inciden en las causas reales del problema!.
Presumiblemente, sin embago, en la agenda oculta de las más altas instituciones capitalistas está el aplicar el ecofascismo como herramienta de equilibrio ecológico de los seres humanos sobrantes (barbarie que ya se manifiesta en los desplazamientos poblacionales hacia el norte rico de hambrientos refugiados medioambientales).
Es necesario prepararnos para el post-colapso medioambiental que viene organizándonos en comunidades basadas en la autosuficiencia desmercantilizada, sin clases sociales ni propiedad privada, autoorganizadas sin tutelas estatales en base a la libertad, al apoyo mutuo y al cuidado desfeminizados y a la solidaridad.

La batalla es ahora, ¡la hora de salir a la calle!. Hacemos un llamamiento a la movilización del 27 de septiembre en Madrid, la HUELGA MUNDIAL POR EL CLIMA.

¡LUCHAR CONTRA EL CALENTAMIENTO GLOBAL ES LUCHAR CONTRA LA BARBARIE CAPITALISTA Y DEL ESTADO!.
RESISTIR EL ECOFASCISMO ES ORGANIZARNOS POR LA LIBERTAD, EL APOYO MUTUO Y LA SOLIDARIDAD.


FEDERACIÓN LIBERTARIA DE MADRID

Octavilla del Manifiesto FLM

Hacienda destapa la gran mentira de la afiliación en los partidos

elplural.com

Viernes, 16 de agosto de 2019

La realidad es que solo 287.975 personas en toda España pagan una cuota por pertenecer a un partido político
Hacienda ha evidenciado que los datos de afiliación a los partidos políticos se inflan a fin de hacer creer a la ciudadanía que el poder orgánico es mayor del que realmente es. Tal y como ha publicado El Mundo, si se atiende a las informaciones de las formaciones habría cerca de 1,3 millones de personas en España afiliadas, pero esta cifra cuadriplica a la que los propios grupos reconocen ante la Agencia Tributaria.
Era un secreto a voces, ya que mientras los censos caían desde los 90 las listas de las formaciones no dejaban de ascender. La realidad es que solo 287.975 personas pagan una cuota por pertenecer a un partido político en España: un 0,75% de los mayores de edad según los datos de la Agencia estatal de Administración Tributaria (AEAT).
Desde 2016 es mucho más sencillo ver realmente cuántas personas militan en nuestro país, ya que todo partido, federación o agrupación de electores se ve obligado a presentar ante Hacienda una declaración informativa. El modelo 182, trámite de obligado cumplimiento, aporta luz y hace más transparente la realidad, ya que ha de adjuntarse el nombre del socio y la cuota que paga o dona.
Aunque esta información todavía no es del todo precisa, sí que permite observar la totalidad de las personas que destina parte de su dinero a financiar a los partidos: un total de 287.975 contribuyentes que aportaron 47.191.921 euros durante 2017 (la media per cápita 164 euros).
Los datos aportados también reflejan un mayor interés por la política tras la irrupción de Podemos y Ciudadanos en 2015. Mientras que en los datos facilitados en 2015 fueron 231.671 los aportadores y 35,1 millones de euros ingresados, la cifra ha ascendido considerablemente en apenas cuatro años y varios procesos electorales.
Preguntados por la evolución desde 2015, solo Cs y Vox ofrecieron los datos demandados. El PP declinó facilitar cifras, Izquierda Unida no diferenció entre militantes y simpatizantes, y el PSOE y Unidas Podemos ignoraron la petición.