Anarquismo y epístemes

J. Rodríguez, O. Salgueri y A. Sánchez

El anarquismo, más allá de cualquier acepción romántica, no puede entenderse como una ideología del pasado, pese a los continuos intentos de los discursos dominantes por fechar su desaparición en mayo de 1937 tras los “sucesos de la semana trágica” de Barcelona. Mientras que en España sobrevivió en la clandestinidad y en el exilio, en otros países iría cristalizando en algunos de los denominados nuevos movimientos sociales que irían desde el pacifismo y el antimilitarismo hasta los ecologismos y movimientos antidesarrollistas, pasando por los postfeminismos. Negar su extinción, claro está, no implica afirmar que el anarquismo hoy está en todas partes, como postula Nato Thompson, comisario de arte en Creative Time, al observar que el anarquismo se ha convertido en un estilo de vida y ha originado un tipo de personas que denomina anarchists lifestyle, distintos de los punks y los okupas de hace 20 años, y entre las que incluiría también los hipsters, en tanto que nueva generación urbana distinguida estéticamente como grupo con identidad propia, consumidora cultural fuera del mainstream, que monta en bici y participa en jardines comunitarios (Thompson, 2013: 53).

Fruto de la supervivencia marginal y a pesar de la merma intencionada del movimiento por la represión franquista y más tarde por los efectos de una memoria histórica interesada, el anarquismo en el Estado español sigue estando presente en distintos ámbitos de las luchas sociales. En el ámbito laboral, la centenaria Confederación Nacional del Trabajo, o CNT, aunque debilitada en lo que atañe al número de afiliaciones, ha acogido a una nueva generación de anarco-sindicalistas que siguen entendiendo la acción sindical y la autogestión obrera como instrumentos útiles en la emancipación del proletariado, y ahora también del precariado, cognitoriado y cuantos “-ados” permita la neo-lengua postmoderna. Junto a esta, se encuentra la Confederación General del Trabajo, o CGT, sindicato resultado de una escisión de la CNT y con tendencia libertaria. Además de en el pacifismo y el antimilitarismo, el anarquismo también cobró especial relevancia en el movimiento de insumisión; al igual que en el ecologismo, donde muchas de las luchas anti-desarrollistas más significativas de las décadas anteriores, como la del pantano de Itoiz, recuperaron el concepto del “deber de desobediencia civil” de Henry David Thoreau, exponente del anarco-individualismo estadounidense del siglo XIX (Casado da Rocha y Pérez, 1996). Además, a partir del 15-M y de otras luchas sociales posteriores que han surgido de este entorno, como los colectivos contra los desahucios, los grupos antirrepresivos o las cooperativas integrales, es común ver entre sus filas también a militantes libertarios, hombres y mujeres anarquistas sacando adelante proyectos políticos con mayor o menor éxito junto a otras personas afines de la misma o diversa ideología, pero con objetivos y modos de hacer comunes.

Mención aparte merece Internet, pues el número de páginas webs anarquistas es prácticamente incalculable y están alojadas en servidores de todo el planeta y en casi todos los idiomas. Desde archivos universitarios hasta páginas de contra-información, pasando por espacios de colectivos e individualidades de las más diversas escuelas y tradiciones libertarias. Síntoma de la pervivencia de un elemento clásico del anarquismo, la difusión cultural y la autogestión informativa, es que ahora en la red se han multiplicado exponencialmente el número de publicaciones y quizás también de lectores. Este sería un estupendo campo de estudio para la emergente etnografía virtual que también tendría cabida en una propuesta factible de epistemología anarquista contemporánea.

Pero es en el ámbito de la cultura y la razón crítica donde el anarquismo se ha desarrollado con mayor vitalidad: desde los ateneos libertarios hasta publicaciones periódicas dispares como las revistas Ekintza Zuzena, El Viejo Topo o Germinal. Revistas de Estudios Libertarios que se han mantenido durante décadas, pasando por editoriales como la Fundación Anselmo Lorenzo o LaMalatesta, distribuidoras alternativas y antiautoritarias, librerías, etc. Esto queda demostrado a partir del excelente inventario de Joël Delhom (2012) de libros, folletos, tesis y tesinas en castellano, catalán, gallego y francés (y algunas en alemán, inglés e italiano) sobre el anarquismo español entre 1990 y 2011; los resultados hablan por sí mismos: 464 entradas repartidas entre temáticas como guerra civil, resistencia antifranquista, cultura, educación, anarco-feminismo, sexualidad, etc. Este acerbo cultural, sin duda, ha sabido inseminar a parte de una sociedad española que pronto se atrincheraría en la profilaxis del pensamiento único.

La cuestión pendiente es entonces encontrar esos otros nuevos espacios y prácticas que podríamos denominar anarquistas y/o libertarios. Sin ser el interés de este texto, la controvertida distinción entre anarquista y libertario/a puede resultarnos útil en esta búsqueda. Entre los defensores de distinguir entre uno y otro término se encuentra Carlos Taibo, para quien el adjetivo anarquista “tiene una condición ideológico-doctrinal más fuerte que la que corresponde al adjetivo libertario”; por ejemplo, señala, “un anarquista es alguien que ha leído a Bakunin y a Kropotkin, y que se identifica con sus ideas”. Libertario, por su parte, “tiene un sentido más amplio, en la medida en que remite a la condición de muchas gentes que, anarquistas o no, apuestan por la asamblea, por la democracia directa y por la autogestión, y rechazan jerarquías y liderazgos” (Taibo, 2013). Es probablemente en esta segunda acepción donde podrían enmarcarse numerosas y diversas propuestas políticas que han emergido con intensidad en los últimos 20 años desde el pronunciamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en San Cristóbal de las Casas el 1 de enero de 1994. Bajo la amenaza de un capitalismo que se desmiembra por momentos, llevándonos al colapso, gana peso la propuesta libertaria que apuesta por una organización social desde abajo, la autogestión y la des-mercantilización de la vida cotidiana. Una propuesta a la que se han adherido, entre muchos otros, el activismo antiglobalización de las contra cumbres, los colectivos Food Not Bombs, las asambleas barriales y fabriles en la Argentina del cacerolazo de 2001, el 15-M en el Estado español, el Ocuppy movement norteamericano, los colectivos por el decrecimiento o los bancos del tiempo que están inspirados en la Cincinnati Time Store del anarquista norteamericano Josiah Warren.

En este orden de cosas, y siguiendo a Colin Ward, las ideas libertarias que más fuerza han cobrado desde la caída del muro de Berlín, pasando por el movimiento antiglobalización hasta los presentes Occupies e Indignados, son aquellas que hacen hincapié en la estructura de las organizaciones, ya sean movimientos sociales, ya sean colectivos, y formas de llevar a cabo las reivindicaciones, por ejemplo, la acción directa y la desobediencia (Ward, 2013), así como la denuncia del colapso anunciado de los Estados-nación en la mundialización político-económica. Como Manuel Castells señalaba en un artículo de opinión cuatro días después del asesinato de Carlo Giuliani en julio de 2001 en la contra-cumbre de Génova y refiriéndose a la pluralidad de integrante del movimiento antiglobalización: “Otros se declaran abiertamente anti-sistema, anticapitalistas desde luego, pero también anti-Estado, renovando los vínculos ideológicos con la tradición anarquista que, significativamente, entra en el siglo XXI con más fuerza vital que la tradición marxista, marcada por la práctica histórica del marxismo-leninismo en el siglo XX”.

[Tomado de “Una mirada libertaria a la investigación social”, artículo incluido en la compilación Miradas libertarias, texto que en versión completa está disponible en

El pasapuré electoral

EMMANUEL RODRÍGUEZ

@EMMANUELROG, ES MIEMBRO DEL INSTITUTO DM.
PUBLICADO 2019-11-07 13:15

El Salto

abe preguntarse si estas nuevas elecciones, las enésimas, tienen algún interés (positivo o negativo) para las iniciativas de movimiento. Cabe hacerse esta pregunta justo cuando ya no hay ninguna duda de que el tiempo de la nueva política ya es pasado. Si estas elecciones nos ofrecen una conclusión evidente es sencillamente esta: Podemos se ha convertido en el bis de Izquierda Unida que lleva tres años prometiéndonos; por su parte, el chiringuito de Errejón se nos ha mostrado como la Nueva Izquierda, sin espacio electoral y a media hora de su desembarco en el PSOE.

En esta situación, ¿algo que salvar? ¿Algo que pensar en torno al 10N? Dos perspectivas, bastante distintas.

En un sentido, las elecciones son una gigantesca encuesta sobre el estado de ánimo de una sociedad. Antes que elegir un gobierno, muestran a la clase política en su conjunto un delicado mapa de orientaciones y estados de ánimo. A la vez son un campo de pruebas para todo encuestador-gobernante acerca de los posibles sentidos y direcciones del malestar social. La maestría del político (al igual que la del sociólogo encuestador), en una sociedad afásica que dependen para casi todo de los medios de comunicación, consiste en poner palabras a flujos sociales aparentemente mudos, y de este modo orientar el voto, el resultado de la encuesta.

Bajo esta perspectiva, podríamos sugerir dos resultados de la macroencuesta del 10N, dos casillas mayoritarias en la distribución de la población. Por resumir mucho: un anhelo mayoritario de normalidad (la vuelta al bipartidismo), y un malestar social hoy expresado en los términos de la nueva derecha extrema, en forma de nacionalismo y racismo. Solo tenemos que esperar, y ver si se confirma lo que vienen señalando todas las microencuestitas de las pasadas semanas.

Caso de que todo sea como parece, PP-PSOE superarán la barrera de los 215-220 diputados, casi dos terceras partes del hemiciclo, camino de nuevo a los 20 millones de votos. Entonces: ¿recuperación o restauración del régimen? En realidad, el régimen integra hoy a todos los partidos en liza, no hay ni uno solo (incluido la vieja izquierda abertzale, reconvertida en socialdemocracia vasca) que represente una opción antisistémica, y que tenga sus horizontes políticos más allá de la industria de la representación. Y sin embargo, la vuelta a los viejos actores conocidos PP-PSOE, identificados con las políticas de Estado expresa algo a tener en cuenta: la onda expansiva que se inició en mayo de 2011, ya no tiene más recorrido, no parece que se vayan a generar nuevos efectos inesperados, al menos en un sentido emancipador.

PP-PSOE son la normalidad democrática tal y como la conocemos en este país, estabilidad y gobernabilidad, el deseo de una vuelta a lo de siempre por falta de alternativa. Y esto aun cuando tal estabilidad diste todavía de darse por sentada. No extrañe, por tanto, que el gobierno resultante sea el de un PSOE débil con abstención del PP. Esa sería la lectura más obvia para un encuestador-gobernante experimentado.

El otro resultado previsible de la macroencuesta del 10N es que, hoy por hoy, el malestar está del lado de la derecha: pasó el 15M. Da igual que consideremos a Vox como lo que es: una escisión del PP, hecha de oportunistas y profesionales, adosada a los aparatos de Estado y a las formas más parasitarias del capitalismo patrimonial patrio, y que obviamente sería tan sumisa a la Unión Europea como cabría esperar. Lo esencial aquí es lo que Vox significa para la parte crecida de sus votantes: los significantes (pongámonos errejonianos) rebeldía, sinceridad, autenticidad, patriotismo. Lo importante es pues preguntarse por el éxito relativo de esta combinación de neofalangismo, neoliberalismo y trumpismo. Un avance: Vox es un producto exitoso de la eficacia de la guerra cultural como modo de gobierno, y de la incapacidad de la izquierda institucional para ser algo más que una simple posición cultural y discursiva, esto es, una marca en el mercado electoral, una opinión y una posición moral, un vacío de formas de lucha y movimiento, una parte obvia de la industria de la representación.

Bajo la otra perspectiva, las elecciones son propiamente una modalidad de gobierno, una técnica de dominación. Y esto en el sentido de que son el gran momento de validación del gobernante-encuestador, el momento del consentimiento popular al engaño de la democracia —a lo que no es más que una oligarquía— y, por ende, la gran forma de legitimación de la misma. Baste recordar el significado del voto en los amagos de referéndum de Catalunya o las consultas plebiscitarias de Podemos.

No obstante, la situación de campaña permanente genera una distorsión. Estamos en una suerte de excepción prolongada, que se ha convertido en normalidad. En términos psíquicos, esta continuidad se parece mucho al “viento interno” que describen los psiconautas, cuando el viaje (de LSD por ejemplo) se estanca en una paranoia sin fin, cuando el flujo de pensamiento entra en parada y solo se reproduce en un bucle angustiante, lo que indica que las cosas no van bien. La fiesta de la democracia solo es fiesta si se espacia en el tiempo. Caso contrario provoca una mezcla de angustia y aburrimiento. La campaña convertida en rutina anega los cerebros. De nuevo, otra explicación de la vuelta del PP-PSOE.

En clave de movimiento, la cuestión es por qué esta técnica funciona. Dicho de otro modo, por qué todo aquello que se arremolinó alrededor del 15M no ha sabido quebrar esta técnica. No se trata obviamente de plantearse cómo anular la democracia electoral (o sí), cuando al menos mostrar un mínimo de autonomía de proyecto, de práctica e incluso de discurso frente al bucle electoral y partitocrático que llena la política hecha en la representación y en los medios.

Convendría aquí un inciso, lo que hemos llamado nueva política ha sido la forma de nuestro retorno a la democracia, nuestro particular paso por el pasapurés electoral. Ni la promesa de partido movimiento del primer Podemos, ni tampoco la inicial anomalía municipalista han logrado contribuir a la consolidación del archipiélago de contrapoderes que podría convertir la participación electoral en un monstruo con forma de quimera, mitad cabra, mitad león.

El resultado puede resultar paradójico. La crisis de representación se está resolviendo en un doble movimiento que nos devuelve a la impotencia. De una parte, el malestar de esta crisis, sobre todo de las clases medias, deriva en afirmación identitaria y nacionalista (al modo catalán o al español, igual da), en una guerra de trapos que aluden a legitimidades fantasmales en el mismísimo culo de Europa. La política se ha nacionalizado y nos ha desprendido de toda comprensión serena de donde están los poderes y el mando real de estos tinglados llamados Estados nación. En su peor versión, esta guerra se convierte en lucha entre pobres, racismo sin disimulo.

De otra parte, la ola 15M encalla en “lo progre” como horizonte insuperable de la política. Seguramente la mayor herencia de aquel acontecimiento, la formación de una esfera pública nueva, sea hoy un charco en el que unos saltan por encima de otros a fin de hacerse reconocer su mayor eficacia discursiva. Desgraciadamente, a solo medio metro de ese charco solo se escucha una lengua extraña, cuando no el ejercicio hipócrita de lo políticamente correcto. Nada complace más a la nueva izquierda/nueva política que la distinción, que el juego de la indignación y la adscripción al lado de un supuesto bien, que se opone al mal telúrico de los primitivos, los no iluminados y los malvados por naturaleza. La deriva reaccionaria y normalizadora de la mayor parte de la izquierda, de cierto feminismo, al tiempo que la invasión de la viscosidad progre del discurso no dejan muchos elementos para la superación interna.

Apenas queda tiempo para recordar que en política no hay moral, solo poderes anudados a vínculos sociales heterogéneos. La politización del malestar no se puede resolver en el discurso, ni tampoco en la presunción moral, se resuelve en las luchas, en la organización, en la construcción de comunidades concretas y lo hace mediante formas de cooperación y autoorganización que están por inventar. Faltan instituciones populares capaces de afrontar este reto: sindicatos sociales, sindicatos de precarios, movimientos de migrantes, centros sociales, ateneos, etc. Sobran otras muchas cosas, que apenas tienen sentido más allá del narcisismo intrínseco a la forma subjetiva de las redes sociales.

Quizá el tiempo de la crisis de las clases medias, y con ella de la zona 15M, esté pasando rápidamente a la historia. Quizá venga un tiempo de ambivalencia radical, en el que veremos luchas difíciles de interpretar en las claves buenistas y ciudadanistas que nos dejó aquel acontecimiento. Luchas más violentas, más brutales, menos “de izquierdas”. De momento, la clases medias se inclinan otra vez por la normalidad, al tiempo que una parte del malestar reclama para sí la autenticidad nacionalista de otro tipo de corrección política: antiprogre, autoritaria y racista. De nada servirá decirles que ellos son los malos y nosotr*s l*s buen*s.


Grupo Anarquista Apoyo Mutuo: Charla «¿Cómo hacer objeción a las mesas electorales?»

ABSTENCIÓN ACTIVA

El Grupo Anarquista Apoyo Mutuo organiza esta charla el domingo por la mañana en torno a cómo hacer objeción a la participación en mesas electorales

«Cada cierto tiempo el Estado nos impone, bajo coacción, la
participación en su modelo político. Aunque durante estas fechas se acostumbra a promover y difundir la abstención y otras formas de no colaboración en las elecciones, a día de hoy no es suficientemente conocida la objeción a las mesas electorales, una forma de no participación en caso de que seas convocada a formar parte de una mesa electoral.

En esta charla y junto a personas que ya han pasado por la experiencia de la objeción electoral pretendemos dar de forma clara y sencilla las herramientas necesarias para realizar objeción a las mesas electorales de forma segura».

GRUPO ANARQUISTA APOYO MUTUO

Local Anarquista Motín: «Quedada para hacer pancartas antielectorales»

¡QUEDADA PARA HACER PANCARTAS ANTIELECTORALES!!
Lunes 28 de Octubre a las 18:30h
Se acercan las elecciones y con ello nuevamente las calles repletas de propaganda electoral, en los televisores discursos de presidentes y en definitiva reafirmación de la democracia en todas partes…
Mientras tanto uno condena su vida a un trabajo, precario o no, a cambio de una miseria enriqueciendo a otros…. Otros pasan el día estudiando para posteriormente condenar su vida. Otros mueren en fronteras o se pueden en Cíes por el simple hecho de ser extranjeros todo esto y más bajo el beneplácito de la democracia.
Por ello es necesario conocerse, debatir, sacar propaganda y propagar la lucha he ahí el motivo de este tipo de convocatorias
Os esperamos en Motín C/Matilde Hernández 47 <M>Oporto

LOCAL ANARQUISTA MOTÍN

Elecciones: discursos, legitimidad y poder político

Introducción. Con la organización y la movilización, se subvierte al poder político y económico.

El Estado no es capaz de resolver nuestros problemas como trabajadores. Esta afirmación podemos reforzarla a nivel histórico y a nivel actual. Este año se han cumplido 100 años de la histórica huelga de “La Canadiense”, donde, tras una larga lucha, se consiguió el establecimiento de la jornada de ocho horas en España. Nosotros no creemos en la mitificación de ciertos sucesos históricos, pero sí en el uso material que tiene aprender de luchas y experiencias pasadas que han condicionado la realidad actual. Lo ponemos de ejemplo para reforzar nuestra afirmación por la importancia que tiene, dado que se consiguió a través de la movilización y la organización al margen del poder político, no a través de la benevolencia de los poderes económicos y políticos. Sin embargo, a día de hoy es casi un lujo tener una jornada laboral de 8 horas al día y 40 horas semanales. Mirando la actualidad, aun siendo menos ambiciosos y algo posibilistas, ponemos de ejemplo el movimiento 15M, que consiguió despertar conciencias y fue germen de movimientos asamblearios como la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), que ha logrado conquistas en respuesta a la violencia que ejercen los bancos contra los desahuciados, o la lucha feminista en torno a las movilizaciones del 8 de marzo, que ha subvertido el discurso dominante, ha visibilizado el problema real de la desigualdad de la mujer en el mundo laboral y la violencia social que ejerce la sociedad patriarcal, alterando las agendas de los partidos políticos.

Son este tipo de movilizaciones las que han conseguido y consiguen cambiar el panorama social. En el entorno laboral, la huelga es la mejor herramienta con la que contamos los trabajadores para conseguir mejoras o defender las condiciones laborales contra las agresiones de los empresarios, como fue el caso de la huelga de la Canadiense y la conquista de las 8 horas. Las organizaciones y las movilizaciones sociales al margen del poder político son las que han conseguido frenar la sangría de los desahucios, conquistar la dignidad de la mujer o contrarrestar el discurso del poder dominante. Y es importante señalarlo, dado que mientras estas movilizaciones ocurren, ningún partido ha hecho absolutamente nada por los derechos políticos y sociales de los trabajadores. Al contrario, han seguido legislando en contra. No se ha derogado la reforma laboral, no se ha derogado la ley mordaza, el sistema de pensiones se sigue tambaleando, se sigue fomentando la sanidad privada frente a la pública, se ha endurecido la Ley de Enjuiciamiento Civil, la Ley de Enjuiciamiento Criminal y el Código Penal en lo relativo a la ocupación para fomentar los desahucios exprés, y un largo etcétera.

No es nueva la clásica denuncia que hacemos los anarquistas contra el Estado. Pero, con los ejemplos que hemos aportado anteriormente, seguimos afirmando con rotundidad que el Estado solo legisla en beneficio de los intereses del poder económico. Un poder económico liberal que vive a costa del sudor de los trabajadores de todas las partes del mundo, que ha recibido una mejor educación en colegios de élite, que está organizado, que sabe cómo influir en las altas esferas políticas en pos de sus intereses y contra los intereses de los que realmente generamos la riqueza de la que gozan: de nosotros, los trabajadores.

A través de las elecciones y la democracia representativa, se legitima el engranaje de la dominación del poder político y económico, y el monopolio de la violencia. La historia nos demuestra que las conquistas sociales se han hecho y se hacen organizándonos, luchando en la calle, en los puestos de trabajo, en las aulas etc., y que ir de la mano del poder político y económico solo nos lleva a la pérdida de derechos, a la derrota y a la destrucción del planeta.

Discurso y poder. Nada existe fuera del discurso dominante.

Nada existe fuera del poder dominante.Los discursos, ya sean de los anarquistas o de cualquier otro movimiento social o ideología que pretenda superar el capitalismo, se marginan si están fuera del poder dominante.

En la televisión, la radio o la prensa escrita o digital hay un discurso de consenso que se repite continuamente en la totalidad de los medios. En las redes sociales, aunque una vez hubo un hueco donde pudo emerger un contradiscurso que ha tenido calado, este ya ha sido tumbado. Bulos y otras fake news financiadas por el poder económico propagan el racismo y el desconcierto, y desvían cualquier tipo de atención hacia el discurso del poder.

El discurso es mucho más potente y está mucho más desarrollado que hasta hace prácticamente medio siglo. Que el Estado ejerce el monopolio de la violencia no es algo que nos hayamos inventado de pronto los anarquistas, ya lo dicen diversos autores de la sociología clásica del siglo XIX. Pero a la hora de utilizar esta afirmación como argumento para mostrar las injusticias que hay detrás de cargas indiscriminadas y detenciones de manifestantes por derechos que son legítimos e incluso constitucionales, se nos degrada y desprecia prácticamente sin ningún argumento más allá de que están legitimados para ello porque les han votado. Y si intentas aun así justificar tu posición, se reforzarán, te señalarán como parte culpable de los problemas que nos azotan, te llamarán loco, te humillarán y despreciarán. Todo aquello que no forme parte de esta estructura de pensamiento y acción se categorizará de forma peyorativa, con toda la carga de prejuicios posible, y se excluirá. Esto es así porque a través de un conjunto de reglas inconscientes, el discurso determina los límites de nuestro pensamiento y nuestra acción. Así, está determinado desde el primer momento quién puede hablar y quién no.

Aun así, no creemos que la mejor forma de afrontar esta situación sea a través del aislamiento o de eslóganes vacíos. Creemos que se puede subvertir y superar el discurso dominante con ideas firmes y una práctica coherente con nuestra forma de pensar. Las elecciones les dan legitimidad dentro de las reglas del juegode la democracia representativa, pero una puesta en práctica firme y coherente durante el resto del tiempo es la clave para construir alternativas económicas socialistas, y conseguir la igualdad social.

Apoyo, poder y legitimidad: las elecciones.

Dentro de las reglas del juegode la democracia representativa, la legitimidad es crucial para que cierto partido puede ocupar el poder político. Durante el periodo histórico absolutista, y en España hasta no hace mucho tiempo, los monarcas (y Franco en España) encontraban la legitimidad en una divinidad, en Dios. Lo que hace dos o tres décadas llamaban “poder del pueblo”, es esa legitimidad que necesitan los partidos políticos para gobernar en los modernos Estados-nación. Es a través de ese apoyo que le dan los votantes en las elecciones, como pueden formular y ejecutar objetivos políticos. Da igual qué objetivos políticos sean. Los partidos forman programas para convencer al votante. Después del ritual, ya no necesitan justificarse ante sus votantes a la hora de ejercer políticas que atenten contra lo que una vez prometieron.

Para que acudamos a votar, existe una parte importante del discurso que viene determinada por el sentimentalismo. A través del proceso ritual que son las elecciones y la participación en ellas, las personas tejen vínculos emocionales decisivos con el Estado. Muchas personas pueden quejarse día tras día de la represión, las trabas burocráticas, etc., pero se sigue acudiendo a las urnas por ese vínculo emocional con el Estado, con la esperanza de que las cosas cambien, o no. Este vínculo con el Estado, este símbolo que es el hecho de votar, sacraliza la legitimidad del poder político.

Al margen de cualquier vínculo sentimental, el Estado es un conjunto de instituciones que se soportan mediante la legitimidad. A través de su simbología, se perpetúa en el tiempo. El poder económico sigue sosteniéndose a través del poder del Estado, del discurso, y del monopolio de la violencia. Los empresarios, para seguir anclados en el poder, invocan el nacionalismo y usan el racismo para dividir a la clase trabajadora mientras siguen viviendo del trabajo de todos nosotros.

Abstención o no, lo importante es la movilización.

Como anarquistas llamamos a la abstención activa. Esto es, a no participar en el ritual de la democracia representativa y a no olvidarnos de todo durante otros tantos años, hasta las próximas elecciones. Defendemos que las cosas cambian mediante la organización, la movilización y la subversión en todos los ámbitos económicos y sociales de nuestra vida. También somos realistas y conscientes de que las cosas no van a cambiar por no ir a votar un día, pero sí creemos que es necesaria la toma de conciencia de lo que pasa a nuestro alrededor, ya que es cosa de todos el acabar con las injusticias sociales y la desigualdad económica.

La concepción del Estado y la religión son muy similares. Es la cosmovisión de una realidad con la que nos han educado desde jóvenes. Son conceptos que suponen un dogma de fe, más allá de los que no podemos ver, dado que las cosas son así porque así están establecidas. Esto queda reforzado por unos patrones culturales heredado del concepto de Estado-nación nacido en el siglo XIX, que hacen que formemos parte de una ideología y un orden de sociedad establecido por el poder político y económico a lo largo de los siglos.

Nosotros los anarquistas somos contrarios a ese orden social en el que nos han enseñado a creer desde pequeños. Al contrario de lo que afirma el discurso dominante, no somos antisociales ni violentos; al contrario, defendemos el apoyo mutuo entre los seres humanos como el mejor mecanismo de lucha. Además, intentamos subvertir la economía capitalista desde sus cimientos y/o construir estructuras horizontales y federalistas para crear alternativas productivas socialistas. Son el Estado y el capitalismo quienes ejercen el monopolio de la violencia, fomentan conflictos armados, crean estructuras de desigualdad y dominación, y fomentan una concepción de la vida individualista, nihilista y destructiva, para sacar el mayor beneficio posible con el mínimo esfuerzo.

Para acabar con el paro y la precariedad laboral, para luchar contra la privatización de la sanidad y la educación, defender unas pensiones justas que vienen del trabajo realizado durante toda nuestra vida, acabar con las guerras que asolan el mundo, acabar con la deforestación y la destrucción del planeta, y, en definitiva, acabar con las desigualdades económicas y sociales que genera el Estado y el capitalismo, solo nos queda la organización, la movilización y el trabajo en positivo constante al margen de partidos políticos y estructuras del poder dominante.

Por la anarquía

«Está en la naturaleza del Estado el presentarse, tanto con relación a sí mismo como frente a sus súbditos, como el objeto absoluto. Servir a su prosperidad, a su grandeza, a su poder, esa es la virtud suprema del patriotismo. El Estado no reconoce otra, todo lo que le sirve es bueno, todo lo que es contrario a sus intereses es declarado criminal; tal es la moral de los Estados.

Es por eso que la moral política ha sido en todo tiempo, no solo extraña, sino absolutamente contraria a la moral humana. Esa contradicción es una consecuencia inevitable de su principio: el Estado se coloca como el todo; ignora el derecho de todo lo que, no siendo él mismo, se encuentra fuera de él, y cuando puede, sin peligro, lo viola. El Estado es la negación de la humanidad».1

Mijail Bakunin

Grupo Tierra