Nosotros los verdes, nosotros lo anarquistas

Por Murray Bookchin

Ponencia presentada en una conferencia internacional organizada por los Verdes italianos en septiembre de 1987

Hoy en día nuestra relación con el mundo natural está atravesando una fase crítica que no tiene precedente en la historia de la especie humana. Recientes estudios sobre el “Efecto Invernadero” conducidos en los Estados Unidos, demuestran que tenemos que encontrar desde ahora la manera de hacer disminuir el porcentaje de monóxido de carbono presente en la atmósfera en la cual vivimos. En caso contrario, no solamente se presentarán graves mutaciones químicas, sino que la misma sobrevivencia de la especie humana estará en grave peligro.

No se trata nada más de un problema de contaminación por los venenos con los cuales nos alimentamos. La alteración de los grandes ciclos geoquímicos podría poner fin a la vida humana sobre este planeta. Por mi parte estoy consciente de la necesidad de reaccionar inmediatamente para contrarrestar los procesos que están dañando la tierra. Soy totalmente solidario de muchos de los grupos ambientalistas, y en los últimos 30 años he estado involucrado cotidianamente en actividades para la defensa del ambiente: contra las centrales nucleares, contra la construcción de nuevas carreteras, contra la destrucción del suelo y el uso incontrolado de pesticidas y de biocidas, y por la promoción del reciclaje y de un crecimiento cualitativo y no sólo cuantitativo.

Estos problemas ambientales me han preocupado por años y por décadas, tanto como hoy en día me siguen preocupando. Estoy de acuerdo con ustedes sobre la necesidad de bloquear los reactores nucleares y de poner fin a la contaminación de la atmósfera, de las tierras agrícolas, de los cultivos, o sea de liberarnos de los venenos que se están difundiendo sobre todo el planeta y que ponen en peligro a nuestra especie y a toda la vida. Comparto con ustedes todo esto, pero me gustaría que fuéramos un poquito más allá con nuestros planteamientos.

De hecho pienso que es esencial el empujar siempre más allá de nuestro cuestionamiento, porque no podemos seguir poniendo más parches aquí y allá que no resuelvan los verdaderos problemas. Posiblemente logremos un día hacer cerrar una fábrica que inquina la atmósfera. Pero al final, ¿qué logramos?: una nueva central nuclear. Vivimos en un mundo basado en el intercambio de contrapartidas, y nos seguimos comportando de acuerdo a esas leyes. Definitivamente, pasando de un mal mayor a un mal menor y de un mal a otro mal, seguimos empeorando la situación general. No se trata sólo de una cuestión de plantas para la producción de energía, por más importantes que éstas sean; ni tampoco el problema de los gases contaminantes; tampoco el problema está en los daños que causamos a la agricultura, o el congestionamiento y la contaminación de los centros urbanos.

El problema es otro más grave: estamos simplificando el planeta. Estamos disolviendo los ecosistemas que se formaron en millares de años. Estamos destruyendo las cadenas alimenticias. Estamos rompiendo las ligas naturales y llevando al reloj evolutivo a un atraso de millones de años en el tiempo. a las épocas en las que el mundo era mucho más simple y no se encontraba en la posibilidad de sostener la vida humana.

I. Una visión del mundo más coherente

No se trata nada más de tecnología, aún si el control tecnológico es muy importante. Es claro que necesitamos una tecnología nueva. Necesitamos una tecnología basada en la energía solar y en la eólica, y necesitamos nuevas formas de agricultura. Sobre esto, no hay dudas, estamos todos de acuerdo. Pero existen problemas de fondo mucho más graves que aquellos creados por la tecnología y el desarrollo moderno. Tenemos que buscarlos en las raíces mismas del desarrollo. Y primero que nada tenemos que buscarlos en los orígenes de una economía basada sobre el concepto de ‘crecimiento’: la economía de mercado; una economía que promueve la competencia y no la colaboración, que se basa en la explotación y no en el vivir en armonía. Y cuando digo vivir en armonía entiendo no solamente el hacerlo con la naturaleza, sino entre la misma gente.

Tenemos que empujar hacia la construcción de una sociedad ecológica que cambie completamente, que transforme radicalmente nuestras relaciones básicas. Mientras que vivamos en una sociedad que marcha hacia la conquista, al poder, fundada en la jerarquía y en la dominación, no haremos nada más que empeorar el problema ecológico, independientemente de las concesiones y pequeñas victorias que logremos ganar. Por ejemplo, en California, nos han donado algunas hectáreas de árboles, y luego han talado bosques completos. En Europa están haciendo la misma cosa.

Prometen acabar con las lluvias ácidas, y las lluvias ácidas siguen cayendo. Deciden poner en el mercado alimentos naturales, no contaminados por los pesticidas, y efectivamente el porcentaje de veneno disminuye, pero lo poco que queda está constituido por los venenos más peligrosos para el organismo.

Nuestro problema no es solamente de mejorar el ambiente, o de parar las centrales nucleares, de bloquear la construcción de nuevas carreteras, o la construcción, expansión y sobrepoblación en las ciudades, la contaminación del aire, del agua y de los alimentos. La cuestión que tenemos que enfrentar es mucho más profunda.

Tenemos que llegar a una visión del mundo mucho más coherente. No tenemos que ponernos a proteger los pájaros olvidándonos de las centrales nucleares, y tampoco luchar contra las centrales nucleares olvidándonos de los pájaros y de la agricultura. Tenemos que llegar a comprender los mecanismos sociales y hacerlo de una manera coherente.

Tenemos que enfocarlos en una visión coherente, una lógica que prevé a largo plazo una transformación radical de la sociedad y de nuestra misma sensibilidad. Hasta que esta transformación radical no empiece, lograremos cosas pequeñas, de poca importancia. Venceremos algunas batallas pero perderemos la guerra, mejoraremos algo, pero no obtendremos ninguna victoria. Hoy en día vivimos el momento culminante de una crisis ambiental que amenaza nuestra misma sobrevivencia, tenemos que avanzar hacia una transformación radical, basada en una visión coherente que englobe todos los problemas. Las causas de la crisis tienen que aparecer claras y lógicas de manera que todos -nosotros incluidos- las podamos entender. En otras palabras, todos los problemas ecológicos y ambientales son problemas sociales, que tienen que ver fundamentalmente con una mentalidad y un sistema de relaciones sociales basadas en la dominación y en las jerarquías. Estos son los problemas que nos ofrece hoy en día la gran difusión de la cultura tecnológica.

II. Ningún regalo de parte del Estado

¡Qué tienen que hacer entonces los Verdes? Primero que todo tenemos que clarificarnos las ideas. Tenemos que evidenciar las relaciones existentes entre los problemas ecológicos y los problemas sociales.

Tenemos que demostrar que una sociedad basada en la economía de mercado, en la explotación de la naturaleza y en la competencia acabará por destruir al planeta. Tenemos que hacer lo posible para que la gente entienda que si queremos resolver de una vez por todas nuestros problemas con la naturaleza, tenemos que preocuparnos de las relaciones sociales. La gente tiene que entender que todo tiene que unificarse en una visión del mundo coherente, en una visión basada en un análisis, en una crítica, y en soluciones de nivel político, personal e histórico.

Esto significa, dar otra vez la fuerza al pueblo. Tenemos que crear una cultura política con una visión libertaria y no limitarnos a un proyecto que el Estado ejecuta. Tenemos que crear una literatura política, una cultura política que lleve a la gente a participar, liberándose, autónomamente, de este tipo de economía, de sociedad y de sensibilidad.

En el movimiento feminista, se empieza a discutir el tema de la dominación del hombre sobre la mujer empezando por la misma estructura de la familia. En los movimientos comunitarios, se habla de necesidades a ‘escala humana’ y de dar fuerza a los barrios, a las comunidades, a las regiones.

Estos son los argumentos más importantes que se discuten en los Estados Unidos. En relación con la tecnología, no tenemos que preocuparnos solamente con que ésta sea más eficiente y renovable, tenemos que inventar una tecnología creativa, que no sólo lleva consigo un trabajo más creativo, sino que contribuya a mejorar el mundo natural al mismo tiempo que mejora el modo y la calidad de nuestras vidas.

Pero todo esto no nos llegará desde arriba. No puede ser un regalo que el Estado nos haga. No puede traducirse en una ley salpicada por un Parlamento. Tiene que ser el fruto de una cultura popular, de una cultura política y ecológica difundida por el pueblo. Entonces no tendremos mas que elaborar estrategias para cambiar la sociedad, usando las varias organizaciones existentes. Tenemos que elaborar estrategias libertarias que conduzcan al pueblo, a la gente, a participar en el proceso de transformación social, porque si no es la gente la que quiere cambiar la sociedad, entonces no se efectuará en ella ningún cambio real ni radical.

Cuando hablamos de Ecología, hablamos de participación en el mundo natural. Decimos que nosotros, como seres humanos, compartimos la esfera de la vida juntos, con todos los demás seres vivos, y con ello buscamos aplicar un sistema de relaciones que nos haga partícipes del ecosistema.

Pero yo les pregunto, queridos amigos, si queremos ser Verdes, si queremos reverdecer al planeta: ¿Cómo podemos hacerlo sin reverdecer a la sociedad misma? Y si queremos reverdecer a la sociedad: ¡Cómo podemos pensar en una participación del mundo natural que no tome en consideración la participación popular en la vida social? Si nada más queremos conquistar el poder para cambiar a la sociedad, les garantizo que vamos a perder. Y no solamente porque algunos de nosotros, con toda la buena fe del mundo, acabaríamos con ser condicionados por el poder, emotiva y psicológicamente. Esto ya les pasó a algunos de mis mejores amigos entre los Verdes Alemanes, que con buenas intenciones y con buena fé se encontraron en el Parlamento buscando hacer coaliciones, hacer alianzas, y usar el poder desde arriba. De alguna manera ellos también se volvieron líderes espirituales aspirantes al poder. Ahora razonan en términos de ‘males menores’, de un mal ‘siempre menor’ que, al final, los llevará al peor de todos los males. Esto es lo que la historia nos ha enseñado siempre.

III. Verde profundo

Ya es tiempo que nosotros los Verdes propongamos una visión libertaria, una visión anarquista que lleve a la gente hacia un movimiento Verde, que pueda ser un movimiento Verde en el sentido más profundo del término. Un movimiento Verde en el cual no nos limitemos a llevar adelante un proyecto coherente y que unifique todos los problemas en un programa y análisis comunes, sino en un movimiento en el cual la gente sea la primera protagonista de su historia. Tenemos que apoyar la creación de una sociedad libertaria: ecolibertaria. Esto es lo que nos enseñaron las experiencias alemanas y de los Estados Unidos, algunos movimientos han buscado perseguir objetivos Verdes actuando ‘desde arriba’ a través de las leyes, y siempre han tenido que ceder, abandonar una posición detrás de otra.

Con esto no quiero decir que no tenemos que empeñarnos en llevar a cabo cambios que puedan atrasar o bloquear la disgregación de la sociedad actual y del mundo natural. Ya sé que no tenemos mucho tiempo a nuestra disposición. Los problemas son reales e involucran también a las dos generaciones siguientes, y quizás ni siquiera las dos próximas generaciones sean decisivas por lo que respecta a la sobrevivencia de nuestra especie y la conservación de nuestro habitat y de nuestro planeta. De todas formas, si no podemos dar a la gente una imagen unitaria, una visión práctica y ética al mismo tiempo, y que cuestione su sensibilidad, entonces, ¿saben ustedes quién tomará el poder en este caos?: la derecha, los reaccionarios.

Hoy en América, la derecha se califica a sí misma como ‘la mayoría moral’, y dice: “Devolvamos su significado a la vida. Devolvamos su significado a las relaciones humanas”. Y, por mala suerte, lo que queda de la izquierda americana, no hace otra cosa que hablar de ‘progreso’ de ‘centralizar’ y de todas las mismas cosas que el socialismo repite desde hace 150 años.

Primero tenemos que recuperar aquel terreno sobre el que la gente está buscando la verdad, y no tan sólo la sobrevivencia: una manera de vivir que hable de calidad y no sólo de cantidad. Tenemos que difundir un mensaje coherente para todos, un mensaje que sea para la base de la sociedad, que la haga partícipe, que enseñe qué significa el ser ciudadanos y el decidir autónomamente. En otras palabras, tenemos que elaborar una nueva política, una política Verde que reemplace a la vieja política autoritaria y centralista, basada en las estructuras de los partidos y en la burocracia. Esto es lo más importante que tenemos que aprender. Si no lo logramos, los movimientos verdes serán absorbidos poco a poco por los movimientos tradicionales. El objetivo principal se disolverá frente a los pequeños objetivos a corto plazo y vencimiento.

Los compromisos sobre ‘males menores’ nos llevarán siempre a males peores. La gente dirá: ¡Qué es esto? ¿La misma política de siempre? ¿La misma burocracia de siempre? ¿El mismo parlamentarismo que siempre hemos tenido? ¿Por qué tendría yo que votar verde? ¿Por qué tendría que darle fuerza a los verdes? ¿Por qué no tendría que seguir apoyando a la democracia cristiana, o al partido comunista, o a cualquier otro partido que garantiza resultados inmediatos, y satisfacciones inmediatas?… Nuestra responsabilidad de Verdes de Europa –como en América– en Alemania, como en tantas partes del mundo, y sobre todo en Italia, ya que ustedes están apenas empezando ahora, es de aprender de lo que está ocurriendo en los movimientos verdes desde hace 5 a 10 años.

Tenemos que darnos cuenta que hay que sustituir la vieja política tradicional de los partidos, con una política verde. Que hay que poner energía a nivel de base en las comunidades, que hay que elaborar análisis que vayan más allá del puro ambientalismo y de los otros problemas importantes a los cuales nos dedicamos cotidianamente (pesticidas, energía nuclear, Chernobyl).

Tenemos que darnos cuenta que esta sociedad no es solamente dura e insensible, sino que sus mismas leyes prevén su propia destrucción, la destrucción del planeta y la de las bases para la sobrevivencia humana. Tenemos que proponer nuevas alternativas, nuevas instituciones fundadas en una democracia local, en la participación local, que pueda constituir un nuevo poder contra el Estado centralizado, que pueda constituir un nuevo sistema de relaciones sociales, en el cual un número cada vez mayor de personas, tome parte activa en una política realmente libertaria. Esta es nuestra única alternativa para evitar caer en la misma política de partido, corrupta y rebasada, que vuelve a las personas cínicas, indiferentes, siempre más encerradas en sus propias esferas privadas.

IV. Un momento de transición

Déjenme concluir con una última consideración de importancia. No solamente estamos luchando para mejorar nuestras relaciones humanas. Como el sistema de mercado, también el sistema capitalistas sigue simplificando no sólo la obra compleja de millones de años, sino también el espíritu humano. Se está simplificando el espíritu mismo de la humanidad, se le está quitando la complejidad y la plenitud que contribuyen a formar personalidades creativas. Entonces, nuestra nueva política no debe tener como único objetivo el de salvar el planeta y crear una sociedad verde, ecológica, de carácter libertario, y una alternativa política a nivel de base. Hay también que ver aún más allá de todo esto: si no se pone un fin a la ‘simplificación’ del planeta, de la comunidad y de la sociedad, lograrán simplificar al espíritu humano a tal punto (y con basura del tipo de “Dallas”, de “Dinasty” y otros programas televisivos) que se acabará hasta con el mismo espíritu de rebeldía, el único capaz de promover un cambio social y un reverdecimiento real del planeta.

Hoy vivimos en un momento de transición, no sólo de una sociedad a otra, sino de una personalidad a otra nueva. ¡Muchas gracias!

FUENTE: https://ecopolitica.org/

El Concejo Abierto

INTRODUCCIÓN

La cuestión de cómo administrar adecuadamente los recursos naturales utilizados por muchos seres humanos está todavía por solucionarse. Algunas personas confían en que «el Estado» controle estos recursos para impedir su desaparición; otras, sugieren que su privatización resolvería todos los inconvenientes. Sin embargo, lo que se observa en el mundo es que ni el Estado ni el mercado han logrado con éxito que la sociedad mantenga un uso productivo, a largo plazo, de dichos bienes naturales.

Además de éstas, existen otras formas de organización social que no se parecen ni al Estado ni al mercado, sino que han regulado de manera comunitaria, asamblearia y directa los sistemas de recursos con grados razonables de éxito durante largos periodos. Nos estamos refiriendo a los Concejos Abiertos, que trabajaban principalmente sobre los espacios comunes de los pueblos y aldeas. Son los grupos humanos, su articulación ambiental, económica y social, sus pautas culturales, y no meramente la legislación, lo que explica su dinámica.

Se denominan Concejos Abiertos a la realización de asambleas por parte de los vecinos y vecinas, donde se trabaja el autogobierno y se toman las decisiones sobre el patrimonio y sobre las cuestiones que afectan a la comunidad. En otras palabras, los Concejos Abiertos son verdaderos ejemplos de democracia real participativa, son escuelas políticas de base autogestionadas por la vecindad, donde la mujer tenía derecho a voto varios siglos antes de que el Estado Español y otros estados lo permitieran. Las decisiones más importantes sobre sus bienes vitales (montes, agua, caminos…) se tomaban oyendo la voz de toda la vecindad sin excepción.

En la actualidad en más de 1000 pueblos y aldeas del territorio español aún pervive esta forma de estructura social que se inicia con el famoso toque de campana: el toque a Concejo.

¿QUÉ ES EL CONCEJO ABIERTO?

En el subconsciente de las personas de los pueblos siempre se entendía el concejo como una reunión para organizar el trabajo en espacios comunes. «El concejo lo formaban los vecinos del pueblo. En cuanto se formara una casa aparte ya tenía que ir al concejo una persona representante de esa nueva casa», contaban en Terroso el señor Santiago y el Ti Galán.

El Concejo Abierto no trataba solo de satisfacer las necesidades materiales de una determinada localidad, sino también las necesidades humanas psicosociales, de tipo inmaterial, las de apego, identidad, afecto, compañía y cariño, de generosidad y servicio desinteresado, hoy casi por completo desaparecidas. Según Justa, vecina de Puebla de Sanabria de casi 100 años de edad «hoy prevalece el quítate tú para ponerme yo, al no haber amor a nada ni nadie. Cada uno va lo suyo y solo se centran en lo material. Se está perdiendo la hermandad ya que antes los vecinos eran como hermanos y si ocurría algo en una casa todas las personas acudían para ayudar». De estas palabras se puede deducir que el calor colectivo ha sido sustituido por el frío individualismo y falsa libertad.

FUNCIONAMIENTO DEL CONCEJO ABIERTO

Los Concejos Abiertos son una forma de asamblea vecinal y popular cuya existencia hay que buscarla en la alta Edad Media, manteniendo una continuidad histórica de más de diez siglos. Podemos asegurar que era muy amplio el comunal en los siglos pasados, esto es, el conjunto de recursos y patrimonio (cuentos, canciones, recetas gastronómicas, sierras, molinos, hornos, bueyes, acequias de riego o los ‘coutos’, como se conoce a los pastizales preparados por el común del vecindario para proporcionar hierba en invierno a los animales) que desde sus orígenes eran administrados por las y los vecinos de los pueblos por medio del Concejo Abierto, ya que a la vecindad pertenecían. De este modo, nuestras y nuestros antepasados durante siglos han asistido a asambleas gubernativas, han hablado en ellas y han decidido sobre sus vidas. Como decía Antonio, vecino del pueblo de Rio de Onor «se juntaba un vecino por cada casa para cada acción en Concejo Abierto, y al final de la votación se hacía recuento y se veía quien había obtenido más votos».

La administración del monte comunal mediante Concejo Abierto se realizaba con un alto grado de eficiencia ecológica y de sustentabilidad de los ecosistemas lo que le otorgaba un indudable valor social, cultural, ambiental y paisajístico. Se trabajaba a favor de la naturaleza y no en su contra para que proporcionara lo que se necesitaba para mantener la vida, con un menor esfuerzo y sin provocar daños, al replicar sus procesos naturales adaptándolos a las necesidades humanas. Así mismo, la base de su funcionamiento consiste en que lo que resulta beneficioso a nivel grupal y ambiental también lo era a nivel individual y viceversa.

Una de las tareas del Concejo Abierto eran y son trabajos comunitarios de raíz democrática, que se ejecutan mediante las Hacenderas o Facenderas, palabra derivada del latín «facienda» (lo que ha de hacerse) y que se refiere al trabajo al que debe acudir todo el vecindario por ser de utilidad común.

El espíritu comunitario animaba a las facenderas. Cada vecino o vecina debería tomar parte en ellas a no ser que existiera un motivo que le eximiera. Las áreas rurales tenían sistemas de organización basados en el apoyo mutuo, no subyugados por la lógica de la acumulación y del beneficio, auto gestionados, no jerarquizadas y de marcado carácter local.

Había tiempos fijos para algunas facenderas, como era febrero o marzo, para limpiar fuentes, presas, canales, riberas de ríos y arreglar puentes; junio, para el arreglo de caminos y pasos necesarios para sacar la hierba; septiembre, para sacar el abono, recoger la hoja o la leña y los meses de invierno para apalar la nieve, haciéndose cada uno cargo de su varal o trecho. De esto se deduce que cada persona desarrollaba sus capacidades para ejecutar diferentes tareas, otra importante diferencia con el mundo actual especializado. Las facenderas son el pueblo en acción para realizar una labor común, en un terreno común, con un beneficio común.

Los entes Estatales tienen en este campo de las costumbres aún mucho que aprender y dejar hacer, a fin de que se recupere el sentido no solo práctico y efectivo, sino el cívico y comunitario de una institución tan sabia y meritoria como es el Concejo Abierto y su trabajo mediante facenderas. La Real Academia de la Lengua tampoco colabora en su pervivencia. En su última edición ha decidido suprimir del término ‘hacendera’ la última acepción: «Trabajo a que debe acudir todo el vecindario, por ser de utilidad común», y lo coliga a labores para la hacienda propia.

COMPETENCIAS DEL CONCEJO ABIERTO

La finalidad principal de los Concejos Abiertos era el trabajo mediante hacenderas o facenderas, pero había concejos extraordinarios frecuentes para tratar cuestiones generales que afectaban al pueblo. Aunque eran menos usuales, también se daban los Concejo deliberativos. Como explicaban en el pueblo de Santa Colomba «el concejo era para organizar el trabajo, pero también había concejos para hablar. Si había que dar alguna disposición que viniera de improviso, se reunía al pueblo para darla a conocer. Las informaciones y asambleas se daban en los castañeiros grandotes, en concejo abierto…»

Otra competencia del Concejo Abierto era mantener la relación humana entre la vecindad mediante Concejos Extraordinarios, poniendo fin a los enfrentamientos y reconciliando a quienes hubieran tenido desavenencias. Se solucionaban los conflictos simplemente hablando mediante el autogobierno de los iguales, sin dominadores ni dominados. En Terroso, contaba el vecino Santiago «era como un apoyo de unos con otros, aunque se llevasen mal, se llegaba al concejo, hay que hacer esto, y se acababan las rencillas. Incluso había Concejos que se desarrollaban entre dos pueblos»

En el mundo concejil de la aldea se encuentran algunos de los ingredientes clave para el sustento de la cultura popular. El pueblo o aldea, en los siglos de máximo esplendor del Concejo Abierto, era creador de cultura, no consumidor, y el humano medio no solía ser, como ocurre ahora, un sencillo espectador, sino que mostraba sus habilidades al resto para que todas las personas pudieran deleitarse. Un ejemplo de este valor cultural era la fiesta, que también se organizaba mediante Concejo Abierto y no se compraba como ocurre en el presente. Según Emilio de Robledo «trabajabas, pero te lo pasabas bien, se mezclaban los rapaces y las rapazas jóvenes, había vino y se ofrecía comida, hablaban, pero no se solían emborrachar ya que se respetaba mucho. La mayoría de las fiestas se correspondían con el final de trabajos comunales o facenderas».

APRENDER DEL CONCEJO

Partiendo de esta crisis actual -entendiendo crisis como cambio, principalmente moral, base para el resto de transformaciones-, la vuelta al Concejo Abierto basado en las tierras comunales, pretende poner en valor dichas formas ancestrales de entender y afrontar la vida imitando a la naturaleza y la colectividad, donde la economía era un simple subsistema de la ecología local.

Estas personas tenían y tienen presente que al cultivar y recolectar nos hacemos más humanos, ya que se requiere una secuencia lógica, pensar con retrospectiva y perspectiva teniendo en cuenta el funcionamiento de la naturaleza. Entendiendo de esta manera que la tierra no tiene propiedad, es decir, la tierra no es para quién la trabaja, en todo caso sólo sus productos y siempre bajo la base del respeto y la armonía ambiental.

El Concejo Abierto cuidaba del abastecimiento de la población, buscando proveedores fiables de lo que su tierra no producía y, sobre todo, fomentando tales o cuales cultivos y ganados para que lo básico fuera suficiente en el plano local. Así mismo, regulaba la circulación de bienes prohibiendo la saca de lo que no era excedentario y estimulado la importación de unos pocos productos que fuesen escasos, lo que expresa la soberanía del pueblo o aldea en el ámbito económico. Además existía una mayor equidad social y menos desigualdades económicas ya que el dinero y la propiedad privada eran prácticamente inexistentes; de hecho en algunos casos impedía que unas personas contaran con más recursos que otras, por ejemplo, en ocasiones estaba limitado el número de cabezas de oveja que un vecino o vecina podía tener si se consideraba que el couto no iba a poder proporcionar suficiente alimento para las nuevas ovejas. Otro ejemplo era la gestión comunal del agua en base a la demanda y a las hectáreas totales que hubiera que regar dejando un número de horas similar a cada familia.

El Concejo Abierto era un ejemplo de democracia directa popular donde todas las personas que lo componían tenían claro que vivían en un pequeño ciclo cerrado de la ecología donde todo recurso consumido se transforma en una nueva materia prima para alimentar distintos procesos.

La mujer en el Concejo Abierto histórico

El papel de la mujer en el Concejo Abierto histórico, y no en el que tenemos hoy en día en algunos pueblos y aldeas, no ha sido muy investigado pero sí se conocen algunas características relevantes en las que la mujer destacaba por su rol protagonista dentro y fuera del núcleo familiar. Por un lado, se sabe que el trabajo de los cuidados, en su mayor parte realizados por mujeres, estaba muy valorado socialmente, ya que era fundamental para el mantenimiento de la comunidad. Por otro lado, la mujer podía ir como representante de la casa al Concejo Abierto.

A todas luces, se debe seguir indagando en este tema, se deben resolver dudas como si, en la práctica, era o no habitual la participación de las mujeres en los concejos, y por supuesto, nos deberíamos quedar con aquellos aspectos que nos lleven a vivir en igualdad.

CONCLUSIÓN

Si se ha conservado el Concejo Abierto en muchas regiones es porque la gente que vivía de ellos los defendió en la medida en que tuvo fuerzas para hacerlo. No son residuos arcaicos que se han conservado en zonas apartadas y de montaña que no ofrecen ningún interés por haberse quedado al margen del progreso, como uno pudiera tal vez pensar a priori, sino potenciales inspiradores del cambio que, juntos y juntas hemos de construir.

Daniel Boyano Sotillo

Colectivo El Huerto del Pozo

SOBERANÍA ALIMENTARIA

 PARA SABER MÁS

   Daniel Boyano Sotillo, «El comunal en el Noroeste de la Península Ibérica. Caso de Sanabria». Colectivo El Huerto del Pozo 2013. Disponible online

   Documental audiovisual La Herencia del comunal. Daniel Boyano Sotillo. Producida por El Huerto del Pozo. 2014

   Sanabria. Aprovechamiento tradicional de plantas y animales (1850-1950). Editorial Semuret. Juan Manuel Rodriguez Iglesia. 2013

   Naturaleza, ruralidad y civilización. Félix Rodrigo Mora. Editorial Brulot. 2008

   En la montaña de León. Daniel Cuesta y Antonio Zabala. Editorial SENDOA 2007

   Democracia directa municipal, concejos y cabildos abiertos. Enrique Orduña. Editorial Civitas, 1994

   Tierra y sociedad en Castilla: Señores “poderosos” y campesinos en la España del siglo XVI, David E. Vassberg. Editorial Crítica, 1986


Siglo XXI nº 51, octubre 2019

Bajar Siglo XXI nº 51

GRUPO LIBERTARIO PENSAMIENTO CRÍTICO

No hay más remedio que intentar lo imposible: Entrevista a Raoul Vaneigem

Hay que considerar a Raoul Vaneigem en sus dos facetas, la de pensador y la de revolucionario. Fue miembro fundamental de la Internacional Situacionista, pero su actividad no se detuvo con su dimisión, al no dar esta más de sí, sino que se ha prolongado hasta el día de hoy, tal como prueba su presencia en los medios contestatarios de diversos lugares, de Portugal a Grecia o Chiapas, sus numerosos artículos de combate, sus entrevistas, sus folletos… Desde los tiempos de “Banalidades de Base” y del “Tratado del Saber Vivir”, que proporcionaron los mejores argumentos a la generación que eclosionó en el 68, hasta su reciente “Llamamiento a la vida contra la tiranía del Estado y la mercancía”, su pensamiento ha evolucionado a lo largo de más de una veintena de libros, siendo el autor que mejor ha conectado la visión subversiva de la realidad presente con la radicalidad crítica formulada en los años sesenta del pasado siglo. La lectura de esta reciente entrevista, aparecida truncada en un medio oficial, me ha incitado a traducirla en su integridad y a difundirla “para uso de las nuevas generaciones” en otros medios más apropiados.

Miguel Amorós, 3 de septiembre de 2019.

NO TENEMOS OTRA ALTERNATIVA QUE INTENTAR LO IMPOSIBLE

Entrevista a RaoulVaneigem realizada por NicolasTruong y publicada en el diario “Le Monde”, 31 de agosto de 2019

¿Cuál es la naturaleza de la mutación -o del derrumbe- en marcha? ¿En qué sentido el fin del mundo no es el fin del mundo, sino el comienzo de uno nuevo? ¿Y cuál es la civilización que veis asomarse tímidamente sobre los escombros de la anterior?

Aunque fracasase en implementar el proyecto de la autogestión de la vida cotidiana, el Movimiento de las Ocupaciones, que fue la tendencia más radical de Mayo del 68, ha podido sin embargo jactarse de un logro de importancia considerable. Suscitó una toma de conciencia que marcaría un punto de no-retorno en la historia de la humanidad. La denuncia masiva del welfarestate –del estado del bienestar consumista, de la felicidad pagada a plazos- dio un golpe mortal a virtudes y conductas impuestas desde hacía milenios y que pasaban por inquebrantables verdades: el poder jerárquico, el respecto de la autoridad, el patriarcado, el miedo a y el desprecio de la mujer y de la naturaleza, la veneración de los ejércitos, la obediencia religiosa e ideológica, la competencia, la depredación, la competición, el sacrificio, la necesidad de trabajar.

Entonces se abrió camino la idea de que la verdadera vida no podía confundirse con la supervivencia que reduce al hombre y la mujer a la condición de bestia de carga y de ave de presa. Ha llegado a creerse que esa radicalidad había desaparecido, barrida por rivalidades internas, por luchas de poder, o debido al sectarismo contestatario; la vimos sofocada por el gobierno y el Partido Comunista, la última victoria de éste. En verdad fue devorada por la formidable oleada de un consumismo triunfante, el mismo que en la actualidad la depauperación creciente contrae lentamente pero sin descanso.

Y aún así, a pesar de la recuperación y de la amplia ocultación de tal movimiento de emancipación ¿qué es lo que estaba a punto de pasar?

Era como si se olvidara que la incitación desbocada a consumir conllevaba la desacralización de los valores antiguos. La liberación ficticia, pregonada por el hedonismo de supermercado, propagaba una abundancia y una diversidad de opciones que solo tenían un inconveniente, el de tener que pagar a la salida. De ahí nació un modelo de democracia en el que las ideologías se difuminaban en provecho de los candidatos, cuya campaña promocional se efectuaba con las técnicas publicitarias más probadas. El clientelismo y la atracción mórbida del poder acabaron de arruinar un pensamiento cuyo alarmante deterioro ningún gobierno teme exhibir.

Cinco decenios han conseguido que se olvide que, bajo la conciencia proletaria, laminada por el consumismo, se manifestaba la conciencia humana a la que un largo letargo no impidió un resurgimiento repentino. La civilización de mercado no es más que el traqueteo de una máquina que tritura el mundo para exprimirle beneficios bursátiles. Mientras todo acaba por bloquearse por arriba, por abajo se materializa en el cuerpo social un sentido de lo humano, una prioridad del ser. En consecuencia, el ser ya no halla su lugar en la burbuja del tener, en los engranajes de la mundialización especuladora. Dado que a partir de ese momento la vida del ser humano y el desarrollo de su conciencia van a ser prioritarios en la insurrección en marcha, me siento con autoridad para evocar el nacimiento de una civilización donde, por vez primera, la facultad creadora inherente a nuestra especie estará libre de la tutela opresiva de los dioses y los amos.

Desde 1967, Vd. no para de describir la agonía de la civilización de mercado. No obstante, esta perdura y se desarrolla más cada día que pasa en la era del capitalismo financiero y digital. ¿No es Vd. prisionero de una visión progresista (o teleológica) de la historia compartida con el neoliberalismo por más que lo combata?

No me importan las etiquetas, las categorías o cualquier otra cosa que salga de los almacenes del espectáculo. Un sistema que se atasca tiene el inconveniente de que su disfuncionamiento puede durar mucho tiempo. Numerosos economistas no paran de gritar como descosidos anunciando un crac financiero ineluctable. Catastrofismo o no, la implosión de la burbuja monetaria está a la orden del día.

El venturoso efecto de un capitalismo que continúa hinchándose hasta reventar, es que a semejanza de un gobierno que en nombre de Francia reprime, condena, mutila, deja tuerto y empobrece al pueblo francés, incita a los de abajo a defender su existencia diaria por encima de todo. Estimula la solidaridad local, anima a responder mediante la desobediencia civil y la auto-organización a los que se resarcen de la miseria, invita a tomar en mano la res publica, la cosa pública que cada día arruinan más y más los fraudes de los poderes financieros. Dejemos que los intelectuales debatan los conceptos de moda en las tristes canchas del egotismo, están en su derecho.

Lo que más atrae mi interés es la creatividad que, en los pueblos, barrios, ciudades y regiones, empieza a reinventar la enseñanza echada a perder por el cierre de escuelas y la educación “concentracionaria”; a restaurar el transporte público; a descubrir nuevas fuentes de energía gratuita; a propagar la perma-cultura al re-naturalizar las tierras envenenadas por la industria agroalimentaria; a promover la horticultura y la alimentación sana; a festejar el apoyo mutuo y la alegría solidaria. La democracia está en las calles, no en las urnas.

Hablar de “totalitarismo democrático” o de “codicia “concentracionaria”” con respecto a nuestro mundo ¿es la manera apropiada de describir la realidad o bien no es más que demagogia revolucionaria?

Denunciar a los opresores y manipuladores no me parece ahora necesario, ya que la mentira se ha vuelto más que evidente. Cualquier recién venido dispone de lo que podríamos llamar “la escala de Trump” con la que medir el nivel de deficiencia mental de los falsificadores sin necesidad de recurrir al juicio moral. Pero lo importante no es eso. Hicieron falta muchos años de embrutecimiento para que un Goebbels tuviera en cuenta que “cuanto más grande es la mentira, mejor funciona”. Quien hoy contemple el estado del sector hospitalario o recuerde las promesas de mejoras ministeriales comprenderá fácilmente que tratar al pueblo como a un atajo de imbéciles no hace sino subrayar los estragos sicopatológicos que sufre la gente del poder.

A mí no me queda otra que apostar por la vida. Me inclino a pensar que bajo el rol de policía, juez, procurador, periodista, político, manipulador, tribuno o experto en subversión, existe un ser humano que soporta cada vez peor la ausencia de autenticidad vivida a la que le ha condenado la alienación de la mentira lucrativa. Soy ajeno a la idea de situarme más a la izquierda que el izquierdista más conspicuo. Es como la idea de plusvalía. No soy jefe, ni gestor de un grupo, ni gurú, ni mentor. Siembro mis ideas sin preocuparme por la fertilidad del suelo en el que caerán. En el caso presente, tengo motivos para congratularme por la aparición de un movimiento que no es populista -tal como lo desearían los instigadores de un caos propicio a los chanchullos-, sino que se trata de un movimiento popular, que proclama desde el principio el rechazo de los jefes y representantes autoproclamados. Eso me quita preocupaciones y me reafirma en la convicción de que mi felicidad personal es inseparable de la felicidad de todos y todas.

El movimiento de los “chalecos amarillos” ¿es reaccionario o revolucionario?

El movimiento de los “chalecos amarillos” solo es el epifenómeno de una conmoción social que corrobora la ruina de la civilización de mercado, y no ha hecho más que empezar. Todavía sufre la mirada embobada de los intelectuales, esos desechos de una cultura anquilosada, quienes tanto tiempo hace que se toman por conductores del pueblo que no se percatan de que, de la noche a la mañana, han sido puestos de patitas en la calle. Pues sí, ese pueblo ha decidido no tener más guía que sí mismo. Tanteará, balbuceará, errará, caerá y se levantará, pero es poseedor de esa luz del pasado, esa aspiración a una vida verdadera y a un mundo mejor que los movimientos de emancipación, antaño reprimidos, machacados o aplastados, en sus impulsos rotos han confiado a nuestro presente a fin de que se retomen en origen y se culminen.  

¿Por qué se ha instaurado un estéril enfrentamiento entre el “izquierdismo paramilitar” y las “hordas policiales”, particularmente desde las manifestaciones contra la ley del trabajo? ¿Cómo salir de él?

Los tecnócratas se obstinan como animales caídos en la trampa de su impotencia arrogante con un cinismo que no sirve más que para atormentar al pueblo, hasta el punto de que resulte asombrosa la moderación mostrada por la cólera popular. El black bloc es la expresión de una cólera alimentada conscientemente por la policía. Se trata de una cólera ciega, fácil de apagar por los mecanismos de la ganancia mundiales. Romper símbolos no es lo mismo que romper el sistema. Es peor que una estupidez, es un desahogo precipitado, poco satisfactorio, frustrante, es el desvío de una energía que estaría mejor empleada en la indispensable construcción de comunas autogestionadas. No me solidarizo con ningún movimiento paramilitar y deseo que el movimiento de los “chalecos amarillos” en particular, y el de la subversión popular en general, no se deje arrastrar por una cólera ciega por la que se deslizaría la generosidad de lo vivo y la conciencia humana. Yo estoy por la expansión del derecho a la felicidad, por un “pacifismo insurreccional” que convierta la vida en un arma absoluta, un arma que no mate.

Vuestra concepción de la insurrección es a la vez radical (negativa a dialogar con el Estado, justificación del sabotaje, etc.) y comedida (rechazo de la lucha armada, de la cólera reducida al estropicio, etc.) ¿Cuál es vuestra ética de la insurrección?

Tras la llamarada de Mayo del 68 no he visto más insurrecciones que la aparición del movimiento zapatista de Chiapas, la emergencia de una sociedad comunalista en Rojava y, en un contexto muy diferente, el nacimiento y multiplicación de las ZAD, las zonas a defender donde la resistencia de una región a la implantación de nocividades ha dado lugar a una solidaridad basada en el vivir juntos. No sé qué significa una ética de la insurrección. Simplemente nos encontramos ante experiencias llenas de alegría y furor, de avances y retrocesos. Entre todos los interrogantes que se plantean, dos me parecen indispensables. ¿Cómo impedir la avalancha de valentones estatistas devastando los lugares para vivir en los que la gratuidad se aviene muy mal con la lógica del beneficio? ¿Cómo evitar que una sociedad que proclama la autonomía individual y colectiva, permita que en su seno se constituya la vieja oposición entre la gente de poder y una base que confía demasiado poco en su potencialidad creadora?

Decís que ni patriarcado, ni matriarcado. ¿Por qué hay que ir más allá del machismo y del feminismo? ¿Y qué es lo que entendéis por “preeminencia acrática de la mujer”?

La trampa del dualismo impide la superación de la contradicción. No luché contra el patriarcado para que le sucediese un matriarcado, que es lo mismo pero al revés. Hay algo masculino en la mujer y algo femenino en el hombre, lo que muestra una gama lo bastante amplia para que la libertad del deseo amoroso se module a gusto. Lo que me apasiona en el hombre y en la mujer es el ser humano. Nunca admitiré que la emancipación de la mujer consista en acceder a aquello que volvió despreciable al macho: el poder, la autoridad, la crueldad guerrera y depredadora. Una mujer ministro, jefe de Estado, policía, gente de negocios, vale tanto como el macho que un día la consideró menos que nada.

Por contra, ahora toca percatarse de que existe una relación entre la opresión de la mujer y la opresión de la naturaleza. Ambas surgen durante el paso de las civilizaciones pre-agrarias a la civilización agro-mercantil de las ciudades-Estado. Me ha parecido que la sociedad que se esboza hoy, en razón de una nueva alianza con la naturaleza, tendría que marcar el final de la antiphysis (de la anti-naturaleza) y, a partir de ahí, reconocer en la mujer el predominio “acrático”, es decir, sin poder, que reinaba antes de la instauración del patriarcado. He tomado el calificativo a la corriente libertaria española de los ácratas.

¿Por qué consideras que el intelectual es “un poeta que reniega de sí mismo” y juzgáis vanas las controversias intelectuales (del post estructuralismo al feminismo, del supervivencialismo o preparacionismo al animalismo)?

La poesía es la vida. El intelectual se envanece por el desempeño de una función igual de alienante que la función manual, ambas salidas del trabajo y de la división del mismo. Se halla enfrentado con el cuerpo, cuyas pulsiones trata de domeñar en vez de afinarlas. Es un tipo cuyas ideas, por interesantes que puedan ser, están separadas de la vida, y cortadas de esa clase de inteligencia sensible que emana de nuestras pulsiones vitales. Las ideas “trabajadas minuciosamente por la mente” nutren una inteligencia abstracta que nunca se desprende del poder que intenta ejercer sobre el propio cuerpo y sobre el cuerpo social.

Vd. escribe: “la comuna revoca el comunitarismo”. ¿Qué es lo que os autoriza a pensar que cuando llegue la era de la autogestión de la vida, los problemas sociales (correlaciones de dominación de toda clase, misoginia, identitarismo, etc.) se resolverán? ¿De qué manera la emergencia de un nuevo estilo de vida nos protegería del egoísmo, del poder y de los prejuicios?

Nada se conserva para siempre, pero la conciencia humana es un poderoso motor de cambio. Durante una conversación con el “subcomandante insurgente” Moisés, en la base zapatista de La Realidad, en Chiapas, éste explicaba: “Los mayas siempre han sido misóginos. La mujer era para ellos un ser inferior. Para cambiar eso, hemos tenido que insistir en que las mujeres aceptaran un mandato en la “junta de buen gobierno” donde se debaten las decisiones de las asambleas. Hoy en día su presencia es muy importante, ellas lo saben y a ningún hombre se le ocurriría tratarlas con altivez”. Siempre se ha identificado al progreso con el progreso técnico que, desde los tiempos de Gilgamesh hasta nuestros días, ha dado pasos de gigante. En cambio, si nos atenemos a las diferencias entre la población de las primeras ciudades-Estado y los pueblos actuales sometidos a las leyes del beneficio privado, el progreso de la suerte reservada a todo lo humano es incontestablemente ínfimo. Quizás ya sea tiempo de explorar las inmensas potencialidades de la vida y de privilegiar por fin el progreso del ser, no el del tener.

¿Por qué el zapatismo es una de las tentativas más logradas de la autogestión de la vida cotidiana?

Tal como dicen los zapatistas, “nosotros no somos un modelo, somos una experiencia”. El movimiento zapatista nació de una colectividad campesina maya. No es exportable, pero se pueden sacar lecciones de la nueva sociedad de la cual trata de sentar las bases. La democracia directa postula la oferta de mandatarios que, apasionados en un dominio particular, quieren poner sus conocimientos al servicio de la colectividad. Son delegados, durante un tiempo limitado, en la “junta de buen gobierno”, donde rinden cuentas a las asambleas del resultado de sus gestiones. La puesta en común de las tierras resolvió los conflictos, a menudo sangrientos, que ponían a unos propietarios de parcelas contra otros. La prohibición de las drogas evitó la intrusión de narcotraficantes, cuyas atrocidades pesan abrumadoramente en gran parte de México. Las mujeres consiguieron que el alcohol fuera prohibido, pues éste amenazaba con reavivar las violencias machistas que otrora sufridas durante mucho tiempo. La Universidad de la Tierra de San Cristóbal imparte la enseñanza gratuita de una gran variedad de oficios. No se entregan diplomas. Las únicas condiciones exigidas son el deseo de aprender y las ganas de propagar el saber aprendido por todas partes. Estamos ante una simplicidad capaz de erradicar la complejidad burocrática y la retórica abstracta que hacen que nos olvidemos de nosotros mismos a lo largo de toda nuestra existencia. La conciencia humana es una experiencia en marcha.

¿Es posible salir de la espiral de violencia?

Hay que preguntarle al gobierno y recordarle las palabras de Blanqui: “Sí señores, es la guerra entre los ricos y los pobres, los ricos lo han querido así y son en efecto los agresores. Con la particularidad de que estos consideran como nefasto el hecho de que los pobres opongan resistencia. Al referirse al pueblo dirán sin ambages: es un animal tan feroz que se defiende cuando lo atacan”. El proyecto de Blanqui, que propugnaba la lucha armada contra los explotadores, merece ser examinado bajo la luz de la evolución conjunta del capitalismo y el movimiento obrero, que luchaba para acabar con él.

La conciencia proletaria que aspiraba a fundar una sociedad sin clases fue una forma transitoria en la que se encarnó la conciencia humana, en una época donde el sector de la producción no había cedido la preeminencia a la colonización consumista. Esa conciencia humana es la que resurge hoy en la insurrección de la que los “chalecos amarillos” son la señal anunciadora. Asistimos a la emergencia de un “pacifismo insurreccional” que, armado solamente con una irreprimible voluntad de vivir, se opone a la violencia destructora del gobierno. El Estado no puede ni quiere escuchar las reivindicaciones de aquel al que se le priva gradualmente de todo lo que constituía el bien público, su res publica.

Obviamente, la dignidad humana y la obstinada determinación de los insurrectos son precisamente dos cosas que están ahorrando a los sinvergüenzas de la república una oleada de violencias que les alcanzaría de lleno hasta en los guetos de dinero sucio. El colmo de la estupidez se lo llevan quienes no encuentran nada mejor que hacer que lanzar dardos contra un movimiento que les está evitando una justa reacción adversa a sus violencias. Azuzan a sus perros guardianes mediáticos y multiplican las provocaciones exhibiendo ante la mirada de los más necesitados los signos exteriores y ridículos de la riqueza. El cuidado que ponen en recuperar, o incluso alentar con eficacia a los incendiarios de contenedores y a los devastadores de lunas de escaparate ¿no viene a demostrar que lo que están buscando no es una verdadera guerra civil sino su espectáculo, su puesta en escena? Como todo el mundo sabe, el caos es propicio a los negocios.

Los dirigentes no tienen más sostén que las ganancias, cuya inhumanidad les corroe. No poseen más inteligencia que la del dinero que cosechan. Son la barbarie cuya legitimidad usurpada no cejarán de anular los insurrectos.

Privilegiar al ser humano, organizarse sin jefes ni delegados autonombrados, asegurar la preeminencia del individuo consciente sobre el individualismo mugiente del rebaño populista, para la insurrección en marcha y para la población del globo son esas las mejores garantías del derrumbe del sistema opresor y de su violencia destructiva.

El clima se recalienta, la biodiversidad se erosiona y la Amazonia arde. La lucha contra la devastación de la naturaleza que moviliza a una parte de la población mundial y de la juventud ¿podría ser a lo mejor una de las palancas de la “insurrección pacifista” que propugnáis?

El incendio de la selva amazónica forma parte de un vasto programa de desertización que la rapacidad capitalista impone a los Estados del mundo entero. Parece cuando menos ridículo ofrecer condolencias a esos Estados que no dudan en devastar sus propios territorios nacionales en nombre de la prioridad acordada a las ganancias. Por todos lados los gobiernos talan los bosques, ahogan los océanos bajo el plástico, envenenan deliberadamente los alimentos… Gas de fracking, prospecciones petrolíferas y auríferas, soterramiento de residuos nucleares, solo son un detalle frente a la degradación climática que cada día acelera la producción de nocividad por empresas cercanas a nuestras casas, al alcance de la mano del pueblo víctima de ellas. Los gobernantes, por su parte, obedecen las leyes de Monsanto y acusan de ilegalidad a un alcalde que prohíbe los pesticidas en todo su municipio. Se le achaca el crimen de preservar la salud de sus vecinos. Ahí es donde se sitúa el combate, en la base de la sociedad, donde la voluntad de vivir mejor brota de la precariedad de la existencia.

En ese combate, el pacifismo está fuera de lugar. En este asunto quiero desprenderme de cualquier ambigüedad. El pacifismo corre el peligro de no ser más que una pacificación, un humanitarismo abogando por el retorno al nicho de los resignados. Por otra parte, no hay nada más pacífico que una insurrección, aunque nada resulte más odioso que las guerras conducidas por el izquierdismo paramilitar, ese donde los jefes se dan prisa en imponer su poder a un pueblo del que presumen ser sus liberadores. Pacifismo sacrificial e intervención armada son los dos polos de una contradicción que hay que superar. La conciencia humana progresará de manera apreciable cuando los partidarios del pacifismo ovino hayan comprendido que no hacen más que dar al Estado el derecho de golpear y mentir cada vez que se prestan al ritual de las elecciones para escoger, según las libertades de la democracia totalitaria, a unos representantes que solamente se representan a sí mismos, celebrando plebiscitos que convertirán los intereses públicos en intereses privados.

En lo relativo a los partidarios de la cólera vengadora, cabe esperar que, casados de los juegos de rol escenificados por los medios de comunicación, aprendan y se dediquen a llevar el fuego y la espada a los lugares donde los ataques golpeen de verdad al sistema: las ganancias, la rentabilidad, la cartera. Propagar la gratuidad es la aspiración más natural de la vida y de la conciencia humana, el mayor privilegio que esta nos ha dado. El apoyo mutuo y la solidaridad festiva de la que hace gala la insurrección de la vida cotidiana son el arma contra la que no podrá ninguna arma de matar. No destruir jamás a ningún hombre, destruir lo que le deshumaniza. Acabar con quien pretenda que paguemos el derecho imprescriptible a la felicidad. ¿Utopía? Como queráis. No tenemos más alternativa que o intentar lo imposible, o arrastrarnos como gusanos bajo las bota de hierro que nos aplasta.