Desde el Sindicato de Inquilinas de Gran Canaria convocamos a toda la clase obrera e inquilinaria a secundar la Huelga de Alquileres General e Indefinida que declaramos a partir de este 1 de abril de 2020.
La situación actual no puede ser más alarmante, y no sólo a niveles sanitarios sino también económicos y sociales. Las medidas adoptadas por el ejecutivo en relación al “Estado de Alama” decretado por el Covid-19, son medidas marcadamente anti-obreras (flexibilización de los ERTE) y que tocan la superficie (moratoria limitada de las hipotecas) ignorando lo básico: miles de familias que viven al día, que sobreviven con trabajos sin nómina, que han sido despedidas fraudulentamente y en cuyas casas no entra ningún ingreso debido al confinamiento, se exponen a la imposibilidad de hacer frente al pago del alquiler.
Los sectores más empobrecidos de la población, como arrendatarias, migrantes, personas sin hogar, trabajadoras domésticas, precarias, han sido completamente relegados e ignorados, como siempre.
Por todo esto, invitamos a todos los colectivos, plataformas y sindicatos a secundar esta Huelga de Alquileres, convocada también a nivel internacional (desde Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Suecia, Chile y los que se irán sumando).
Nuestras exigencias básicas son claras:
1º Suspensión inmediata del pago de la renta, especialmente para arrendatarios en situación de vulnerabilidad y para arrendadores que sean multirentistas o personas jurídicas (la minoría que no cumpla estos requisitos que reclame una Renta Básica Universal). Mientras no se adopte esta medida, sin ingresos suficientes y regulares, no pagaremos.
2º Que las viviendas abandonadas en manos de fondos, entidades financieras y bancarias (sobre todo las que han sido rescatadas con dinero público) sean socializadas y puestas a disposición de las miles de personas y familias que hoy carecen de hogar.
Nos sobran los motivos para proclamar a partir de este 1-A: ¡Huelga de Alquileres General e Indefinida!
El día 26 de enero de 2020 se hizo público el Manifiesto REMA (Red de Espacios de Madrid Autogestionados) en una concentración ciudadana, reivindicativa y festiva a la vez, celebrada en el simbólico Solar Maravillas. (El País, 30 de enero de 2020).
Un vacío en el corazón de la ciudad tras el derribo por el Ayuntamiento del edificio que lo ocupaba con la promesa, nunca cumplida, de construir un centro de salud, demandado por los vecinos. Un vacío olvidado durante años y cedido al fin al Patio Maravillas que, durante una década, ha transformado un espacio residual en un centro de actividades culturales, lúdicas, convivenciales, sociales en su más amplio sentido.
Un centro de vida colectiva hoy amenazado de desalojo por el Ayuntamiento cumpliendo la siniestra, casi vengativa y, en todo caso, insensible e inculta orden del alcalde, que así hace efectiva su consigna “tolerancia cero con los okupas”, proclamada tras el desalojo de La Ingobernable. Una orden que demuestra una vez más la ceguera política y la insensibilidad social del gobierno del PP y C’s, con el apoyo de Vox, ya que esta acción supone no reconocer la capacidad de organización ciudadana, incluido el movimiento okupa. Ceguera que impide descubrir y apoyar la potencialidad de la ciudadanía organizada como soporte y legitimación del buen gobierno de la ciudad.
Una vez más la derecha rapta la voz de los ciudadanos y se refugia en el poder de la póliza y la burocracia administrativa, puesta al servicio de intereses ajenos, cuando no contrarios, al sentir, las demandas y los sueños de una mayoría de los madrileños. La mayoría de aquellos que sienten la necesidad de hacer ciudad con los ciudadanos y no con bancos, promotores inmobiliarios o fondos de inversión. Todo ello bajo el mandato de un mercado desregulado inspirado por la ideología dominante del pensamiento único, impuesto por un capitalismo depredador de los bienes comunes. Bienes físicos, culturales, patrimoniales que constituyen el auténtico espíritu de la ciudad.
La consolidación de una amplia red de organizaciones ciudadanas, con un sólido entramado, constituye una última trinchera contra la violencia y la injusticia del poderoso mercado.
Los que hoy suscriben el Manifiesto REMA pertenecen a ese grupo de ciudadanos que no se doblega ante la inmoral sentencia, hecha ley por Margaret Thatcher, de “There Is Not Alternative”. Ciudadanos insumisos pero responsables, antisistema por convicción, llegando si es necesario a “una legítima desobediencia civil como forma de expresión colectiva del derecho a la ciudad”.
Las instituciones, los gobiernos municipales (también el regional y el estatal) responden con violencia y miedo, negando la legitimidad de estas organizaciones ciudadanas. Un miedo visceral a la democracia directa ejercida por los “espacios autogestionados”, como forma imprescindible para un eficaz y equitativo gobierno de la ciudad. Para entender y dar soluciones reales a las auténticas necesidades y aspiraciones de la ciudadanía se necesita la corresponsabilidad y complementariedad entre las administraciones y los ciudadanos organizados. Nuestro Ayuntamiento debe entender que los espacios autogestionados son aliados y no enemigos.
Los espacios autogestionados que han suscrito el Manifiesto REMA tienen en su haber una larga experiencia, en la que han demostrado su capacidad de construir auténticos equipamientos sociales, desde los que ofrecer una amplia panoplia de actividades docentes, lúdicas, culturales y convivenciales, más allá de las ya reglamentadas por las administraciones públicas. Toda una riqueza de otra cultura, heterodoxa si se quiere, pero más vital que la oficial, añadiendo riqueza y diversidad a la vida de la ciudad.
No cabe en la dimensión de un artículo dar cuenta de las muchas virtudes que acompañan a la larga lista de actuaciones llevadas a cabo, contra viento y marea (quiero decir, contra la cerrazón municipal), sin apenas apoyo, cuando no la dura hostilidad de nuestro Ayuntamiento. Cabe solo señalar como conquistas ciudadanas: el rescate de edificios y espacios comunes de las garras de los especuladores, que cuentan con la inacción, cuando no la connivencia, de los poderes públicos; la revitalización de edificios y espacios comunes abandonados, en espera de una revalorización inmobiliaria; la lucha contra el despilfarro inmobiliario, dando vida nueva a edificios vacíos y olvidados, evitando su derribo indiscriminado. En definitiva, descubriendo potencialidades físicas y sociales que la ciudad ofrece cuando se pisa la calle con proximidad e interés en la búsqueda de espacios de vida en común.
En última instancia, el Manifiesto de REMA puede considerarse utópico, ya que en él se condensan un conjunto amplio de utopías necesarias, múltiples, no dogmáticas ni mesiánicas. Utopías posibles que hay que mantener vivas y renovadas en el tiempo, porque con su defensa se afirma la dignidad de los ciudadanos que se niegan al pesimismo, al miedo y a la resignación. Utopías parciales, pero todas ellas guiadas por tres palabras revolucionarias: libertad, igualdad y solidaridad. Solidaridad con nuestros semejantes y con nuestro maltrecho planeta.
La consolidación de una amplia red de organizaciones ciudadanas, con un sólido entramado, constituye una última trinchera contra la violencia y la injusticia del poderoso mercado. Defensa más necesaria cuando nuestros gobiernos, en lugar de defender los derechos y aspiraciones de los ciudadanos, se convierten en aliados de especuladores que pretenden hacer de la ciudad una mercancía, apropiándose de los espacios y bienes comunes.
Como se afirma en las últimas líneas del Manifiesto, “defendamos colectivamente estos espacios y, en consecuencia, el derecho a construir en conjunto una ciudad mejor. Sigamos tejiendo sueños para demostrar que otro mundo es posible”.
Palabras que suscribo y con ello me hago cómplice solidario de REMA.
EPÍLOGO. De 2020 a 1970
Un amplio movimiento social en defensa del derecho a la ciudad ha emergido en los últimos años y está consolidándose en los distintos barrios de Madrid con la presencia múltiple de las asociaciones autogestionadas, que con sus reivindicaciones, propuesta anhelos están dibujando un nuevo mapa físico y social de la ciudad.
Un renacer asociativo que me retrotrae al heroico movimiento vecinal de los años setenta, con los matices que las distintas condiciones políticas, económicas y culturales exigen.
Años aquellos del tardofranquismo represivo e injusto en los que las diversas Asociaciones Vecinales (AAVV), desde Hortaleza a El Pozo, desde Tetuán a Orcasitas, junto con los sindicatos, supieron luchar y conquistar espacios donde habitar con mayor dignidad y libertad, pagando por ello un alto precio en muchos casos.
Por ello recuerdo con emoción aquel bullir de proclamas, gritos y manifestaciones encabezadas por pancartas en las que aparecían indisolublemente unidas las palabras “por una vivienda digna” y “amnistía y libertad”. Un gran movimiento sociopolítico, como lo son y deben ser las asociaciones autogestionadas que han suscrito este magnífico Manifiesto.
La apropiación es el proceso por el que los individuos se arraigan al espacio, lo sienten suyo y se sienten participes de él. Para que esto se origine es necesario que se produzcan procesos de participación y trasformación, entendiendo por participación la gestión de los asuntos comunes. La estructura social y urbana debe permitir la resolución de los propios conflictos incluyendo la producción-trasformación del espacio según los propios referentes simbólicos y funcionales, adaptándolo a las propias necesidades (Pol, 1996). De esta participación surgen las redes comunitarias más afianzadas y capaces.
la aceptación de la mayoría de ciudadanos como meros usuarios del espacio urbano construido conlleva una desmovilización social que es reforzada por la estructura social y en concreto por el papel asistencialista del Estado que ha creado la ilusión social, a todas las escalas, de que son los profesionales de la gestión los que deben resolver las problemáticas que aquejan a la población.
Este modelo social y urbano tiene una repercusión a escala comunitaria que podemos resumir en la falta de responsabilidad con el medio, el quebranto de la identidad colectiva y el deterioro del sentimiento de pertenencia al entorno (Pol, 1996), primeros pasos estos para la desestructuración de los lazos comunitarios, que conlleva graves e importantes consecuencias psico-sociales como sentirse extraño en un espacio, no controlar los posibles apoyos sociales que se tienen en un área, desconfiar del vecindario, sentir impotencia por no poder modificar las variables del entorno, etc.
(Aragonés y Amérigo, 2000)
(Javier Domínguez, Carmen Egea y José Antonio Nieto Espacio Urbano y vulnerabilidad comunitaria. Efectos socio-ambientales de la estructura urbana en las áreas desfavorecidas de Andalucía)
Sabemos que en el barrio se está dando un nuevo proceso de debate, diálogo y puesta en común entre gentes que apuestan por una comunidad vecinal popular y autogestionada, para intentar hacer de ella la herramienta que posibilite al Casco construir su propio futuro. Y para estos momentos de debate y diálogo pensamos que pueden ser de mucha ayuda el recoger aportaciones de otras gentes y lugares donde ideas similares se han debatido y puesto en marcha, para así, además de enriquecernos con otros puntos de vista, aprender de sus aciertos y errores.
Con esos objetivos acercamos hoy un documento-fritura, esto es, un documento que hemos elaborado extrayendo de dos largos textos aquellos capítulos o partes que abordan las cuestiones que se también se están abordando en el barrio, y que por ello nos parecen especialmente válidos para este momento del debate. Son dos textos escritos desde puntos de vista distintos, pero que dialogan entre sí, no sólo porque hacen referencia a una misma zona (barrios de Andalucía con tanta historia de abandono como de lucha), sino porque beben el uno del otro (se escribieron también coincidiendo en el tiempo) y se complementan.
El primero de esos dos extensos textos, elaborado más desde un análisis urbanístico de las potencialidades de la comunidad vecinal, pero con un marcado acento cuestionador (son también quienes han escrito los párrafos que sirven de entradilla a este post), se titula Vulnerabilidad del tejido social de los barrios desfavorecidos de Andalucía. Análisis y potencialidades (Carmen Egea, José Antonio Nieto, Javier Domínguez y René A. González). De él vamos a extraer algunos sustanciosos párrafos de estos apartados:
3.4. El papel de la comunidad en situaciones de vulnerabilidad y conflictividad
a) La comunidad
b) Las redes comunitarias
c) El capital social
3.5 . El uso del espacio urbano por la comunidad
b) Participación-apropiación
d) Inseguridad
3.6 . El barrio como espacio de vida
A ello añadiremos otros análisis, reflexiones y recopilación de experiencias del capítulo Tejido social y vulnerabilidad, así como de las Conclusiones
El segundo texto-maná del que nos alimentamos en esta ocasión quizá se le haga conocido a las “más antiguas del lugar”, pues ya recogimos en su día una reseña sobre él en lagenterula. Se trata de Aprendiendo a decir NO. Conflictos y resistencia en torno a la actual forma de concebir y proyectar la ciudad de Granada(Oscar Salguero Montaño y Juan Rodríguez Medela. Grupo de Estudios Antropológicos “La Corrala”) Sin embargo hoy proponemos bucear más profundamente en algunos de sus muchos sustanciosos apartados. Algunos de los títulos de los apartados o subapartados de los que hemos extraído párrafos son tan nutritivos como su nombre indica:
“Reforma Urbana ‘lenta y progresiva`: los procesos de gentrificación”
Ruptura de las redes sociales: desestructuración comunitaria y segregación social
Desmontando mitos: la Asamblea de vecin@s del Albayzín afectad@s por la violencia urbanística
No obstante, nos ha parecido conveniente detenernos bastante más en su Capítulo IX (¿Hacia una fuerza social? Hart@s de la Dictadura del Cemento) en el que, partiendo de una experiencia vecinal popular concreta, nos ofrece observaciones, análisis y reflexiones sobre formas de organización y algunas cuestiones relacionadas que aborda en los siguientes apartados o subapartados:
La apuesta por unos mínimos organizativos
Forma de organización: la asamblea
Las resistencias autónomas
a) Modalidades de organización
b) Orientación de las luchas: objetivos
c) Mínimos para la organización de un trabajo colectivo
Horizontalidad
Autonomía
Concreción en el trabajo
d) Combinación de acción y reflexión
e) Órganos de funcionamiento de los grupos
Obstáculos en la lucha
Reflexiones finales
El conocimiento como instrumento para las luchas vecinales
Tan tentadores como apetecibles, ¿verdad?
Como decíamos al principio, los dos textos originales (que sin duda recomendamos leer en su totalidad, pues no tienen desperdicio) son bastante amplios (387 páginas uno y 336 el otro), pero en nuestro intento de “capturar” lo más esencial, al menos para este momento del debate sobre la comunidad vecinal que hay en el barrio, lo hemos dejado en un texto de menos de 30 páginas al que hemos titulado como el post La comunidad vecinal: bases para que el vecindario se apropie del barrio transformándolo según sus necesidades (descargar aquí) y cuya lectura deseamos que os sea la menos la mitad de lo estimulante para la reflexión y las iniciativas de organización y acción de lo que nos ha sido para nosotras.
999 eZker a las gentes de Andalucía autoras de estos textos, por sus utilísimas aportaciones.
Hay que considerar a Raoul Vaneigem en sus dos facetas, la de pensador y la de revolucionario. Fue miembro fundamental de la Internacional Situacionista, pero su actividad no se detuvo con su dimisión, al no dar esta más de sí, sino que se ha prolongado hasta el día de hoy, tal como prueba su presencia en los medios contestatarios de diversos lugares, de Portugal a Grecia o Chiapas, sus numerosos artículos de combate, sus entrevistas, sus folletos… Desde los tiempos de “Banalidades de Base” y del “Tratado del Saber Vivir”, que proporcionaron los mejores argumentos a la generación que eclosionó en el 68, hasta su reciente “Llamamiento a la vida contra la tiranía del Estado y la mercancía”, su pensamiento ha evolucionado a lo largo de más de una veintena de libros, siendo el autor que mejor ha conectado la visión subversiva de la realidad presente con la radicalidad crítica formulada en los años sesenta del pasado siglo. La lectura de esta reciente entrevista, aparecida truncada en un medio oficial, me ha incitado a traducirla en su integridad y a difundirla “para uso de las nuevas generaciones” en otros medios más apropiados.
Miguel Amorós, 3 de septiembre de 2019.
NO TENEMOS OTRA ALTERNATIVA QUE INTENTAR LO IMPOSIBLE
Entrevista a
RaoulVaneigem realizada por NicolasTruong y publicada en el diario “Le Monde”,
31 de agosto de 2019
¿Cuál es la
naturaleza de la mutación -o del derrumbe- en marcha? ¿En qué sentido el fin
del mundo no es el fin del mundo, sino el comienzo de uno nuevo? ¿Y cuál es la
civilización que veis asomarse tímidamente sobre los escombros de la anterior?
Aunque
fracasase en implementar el proyecto de la autogestión de la vida cotidiana, el
Movimiento de las Ocupaciones, que fue la tendencia más radical de Mayo del 68,
ha podido sin embargo jactarse de un logro de importancia considerable. Suscitó
una toma de conciencia que marcaría un punto de no-retorno en la historia de la
humanidad. La denuncia masiva del welfarestate –del estado del bienestar
consumista, de la felicidad pagada a plazos- dio un golpe mortal a virtudes y
conductas impuestas desde hacía milenios y que pasaban por inquebrantables
verdades: el poder jerárquico, el respecto de la autoridad, el patriarcado, el
miedo a y el desprecio de la mujer y de la naturaleza, la veneración de los
ejércitos, la obediencia religiosa e ideológica, la competencia, la
depredación, la competición, el sacrificio, la necesidad de trabajar.
Entonces se
abrió camino la idea de que la verdadera vida no podía confundirse con la
supervivencia que reduce al hombre y la mujer a la condición de bestia de carga
y de ave de presa. Ha llegado a creerse que esa radicalidad había desaparecido,
barrida por rivalidades internas, por luchas de poder, o debido al sectarismo
contestatario; la vimos sofocada por el gobierno y el Partido Comunista, la
última victoria de éste. En verdad fue devorada por la formidable oleada de un
consumismo triunfante, el mismo que en la actualidad la depauperación creciente
contrae lentamente pero sin descanso.
Y aún así, a
pesar de la recuperación y de la amplia ocultación de tal movimiento de emancipación
¿qué es lo que estaba a punto de pasar?
Era como si
se olvidara que la incitación desbocada a consumir conllevaba la
desacralización de los valores antiguos. La liberación ficticia, pregonada por
el hedonismo de supermercado, propagaba una abundancia y una diversidad de
opciones que solo tenían un inconveniente, el de tener que pagar a la salida.
De ahí nació un modelo de democracia en el que las ideologías se difuminaban en
provecho de los candidatos, cuya campaña promocional se efectuaba con las técnicas
publicitarias más probadas. El clientelismo y la atracción mórbida del poder
acabaron de arruinar un pensamiento cuyo alarmante deterioro ningún gobierno
teme exhibir.
Cinco
decenios han conseguido que se olvide que, bajo la conciencia proletaria, laminada
por el consumismo, se manifestaba la conciencia humana a la que un largo
letargo no impidió un resurgimiento repentino. La civilización de mercado no es
más que el traqueteo de una máquina que tritura el mundo para exprimirle
beneficios bursátiles. Mientras todo acaba por bloquearse por arriba, por abajo
se materializa en el cuerpo social un sentido de lo humano, una prioridad del
ser. En consecuencia, el ser ya no halla su lugar en la burbuja del tener, en
los engranajes de la mundialización especuladora. Dado que a partir de ese
momento la vida del ser humano y el desarrollo de su conciencia van a ser
prioritarios en la insurrección en marcha, me siento con autoridad para evocar
el nacimiento de una civilización donde, por vez primera, la facultad creadora
inherente a nuestra especie estará libre de la tutela opresiva de los dioses y
los amos.
Desde 1967,
Vd. no para de describir la agonía de la civilización de mercado. No obstante,
esta perdura y se desarrolla más cada día que pasa en la era del capitalismo
financiero y digital. ¿No es Vd. prisionero de una visión progresista (o
teleológica) de la historia compartida con el neoliberalismo por más que lo
combata?
No me
importan las etiquetas, las categorías o cualquier otra cosa que salga de los
almacenes del espectáculo. Un sistema que se atasca tiene el inconveniente de
que su disfuncionamiento puede durar mucho tiempo. Numerosos economistas no
paran de gritar como descosidos anunciando un crac financiero ineluctable.
Catastrofismo o no, la implosión de la burbuja monetaria está a la orden del
día.
El venturoso
efecto de un capitalismo que continúa hinchándose hasta reventar, es que a
semejanza de un gobierno que en nombre de Francia reprime, condena, mutila,
deja tuerto y empobrece al pueblo francés, incita a los de abajo a defender su
existencia diaria por encima de todo. Estimula la solidaridad local, anima a
responder mediante la desobediencia civil y la auto-organización a los que se
resarcen de la miseria, invita a tomar en mano la res publica, la cosa
pública que cada día arruinan más y más los fraudes de los poderes financieros.
Dejemos que los intelectuales debatan los conceptos de moda en las tristes
canchas del egotismo, están en su derecho.
Lo que más
atrae mi interés es la creatividad que, en los pueblos, barrios, ciudades y
regiones, empieza a reinventar la enseñanza echada a perder por el cierre de
escuelas y la educación “concentracionaria”; a restaurar el transporte público;
a descubrir nuevas fuentes de energía gratuita; a propagar la perma-cultura al
re-naturalizar las tierras envenenadas por la industria agroalimentaria; a
promover la horticultura y la alimentación sana; a festejar el apoyo mutuo y la
alegría solidaria. La democracia está en las calles, no en las urnas.
Hablar de
“totalitarismo democrático” o de “codicia “concentracionaria”” con respecto a
nuestro mundo ¿es la manera apropiada de describir la realidad o bien no es más
que demagogia revolucionaria?
Denunciar a
los opresores y manipuladores no me parece ahora necesario, ya que la mentira
se ha vuelto más que evidente. Cualquier recién venido dispone de lo que
podríamos llamar “la escala de Trump” con la que medir el nivel de deficiencia
mental de los falsificadores sin necesidad de recurrir al juicio moral. Pero lo
importante no es eso. Hicieron falta muchos años de embrutecimiento para que un
Goebbels tuviera en cuenta que “cuanto más grande es la mentira, mejor
funciona”. Quien hoy contemple el estado del sector hospitalario o recuerde las
promesas de mejoras ministeriales comprenderá fácilmente que tratar al pueblo
como a un atajo de imbéciles no hace sino subrayar los estragos sicopatológicos
que sufre la gente del poder.
A mí no me
queda otra que apostar por la vida. Me inclino a pensar que bajo el rol de
policía, juez, procurador, periodista, político, manipulador, tribuno o experto
en subversión, existe un ser humano que soporta cada vez peor la ausencia de
autenticidad vivida a la que le ha condenado la alienación de la mentira
lucrativa. Soy ajeno a la idea de situarme más a la izquierda que el
izquierdista más conspicuo. Es como la idea de plusvalía. No soy jefe, ni
gestor de un grupo, ni gurú, ni mentor. Siembro mis ideas sin preocuparme por
la fertilidad del suelo en el que caerán. En el caso presente, tengo motivos
para congratularme por la aparición de un movimiento que no es populista -tal
como lo desearían los instigadores de un caos propicio a los chanchullos-, sino
que se trata de un movimiento popular, que proclama desde el principio el
rechazo de los jefes y representantes autoproclamados. Eso me quita
preocupaciones y me reafirma en la convicción de que mi felicidad personal es
inseparable de la felicidad de todos y todas.
El
movimiento de los “chalecos amarillos” ¿es reaccionario o revolucionario?
El movimiento
de los “chalecos amarillos” solo es el epifenómeno de una conmoción social que
corrobora la ruina de la civilización de mercado, y no ha hecho más que
empezar. Todavía sufre la mirada embobada de los intelectuales, esos desechos
de una cultura anquilosada, quienes tanto tiempo hace que se toman por
conductores del pueblo que no se percatan de que, de la noche a la mañana, han
sido puestos de patitas en la calle. Pues sí, ese pueblo ha decidido no tener
más guía que sí mismo. Tanteará, balbuceará, errará, caerá y se levantará, pero
es poseedor de esa luz del pasado, esa aspiración a una vida verdadera y a un
mundo mejor que los movimientos de emancipación, antaño reprimidos, machacados
o aplastados, en sus impulsos rotos han confiado a nuestro presente a fin de
que se retomen en origen y se culminen.
¿Por qué se
ha instaurado un estéril enfrentamiento entre el “izquierdismo paramilitar” y
las “hordas policiales”, particularmente desde las manifestaciones contra la
ley del trabajo? ¿Cómo salir de él?
Los
tecnócratas se obstinan como animales caídos en la trampa de su impotencia
arrogante con un cinismo que no sirve más que para atormentar al pueblo, hasta
el punto de que resulte asombrosa la moderación mostrada por la cólera popular.
El black bloc es la expresión de una cólera alimentada conscientemente por la
policía. Se trata de una cólera ciega, fácil de apagar por los mecanismos de la
ganancia mundiales. Romper símbolos no es lo mismo que romper el sistema. Es
peor que una estupidez, es un desahogo precipitado, poco satisfactorio,
frustrante, es el desvío de una energía que estaría mejor empleada en la
indispensable construcción de comunas autogestionadas. No me solidarizo con
ningún movimiento paramilitar y deseo que el movimiento de los “chalecos amarillos”
en particular, y el de la subversión popular en general, no se deje arrastrar
por una cólera ciega por la que se deslizaría la generosidad de lo vivo y la
conciencia humana. Yo estoy por la expansión del derecho a la felicidad, por un
“pacifismo insurreccional” que convierta la vida en un arma absoluta, un arma
que no mate.
Vuestra
concepción de la insurrección es a la vez radical (negativa a dialogar con el
Estado, justificación del sabotaje, etc.) y comedida (rechazo de la lucha
armada, de la cólera reducida al estropicio, etc.) ¿Cuál es vuestra ética de la
insurrección?
Tras la
llamarada de Mayo del 68 no he visto más insurrecciones que la aparición del
movimiento zapatista de Chiapas, la emergencia de una sociedad comunalista en
Rojava y, en un contexto muy diferente, el nacimiento y multiplicación de las
ZAD, las zonas a defender donde la resistencia de una región a la implantación
de nocividades ha dado lugar a una solidaridad basada en el vivir juntos. No sé
qué significa una ética de la insurrección. Simplemente nos encontramos ante
experiencias llenas de alegría y furor, de avances y retrocesos. Entre todos
los interrogantes que se plantean, dos me parecen indispensables. ¿Cómo impedir
la avalancha de valentones estatistas devastando los lugares para vivir en los
que la gratuidad se aviene muy mal con la lógica del beneficio? ¿Cómo evitar
que una sociedad que proclama la autonomía individual y colectiva, permita que
en su seno se constituya la vieja oposición entre la gente de poder y una base que
confía demasiado poco en su potencialidad creadora?
Decís que ni
patriarcado, ni matriarcado. ¿Por qué hay que ir más allá del machismo y del
feminismo? ¿Y qué es lo que entendéis por “preeminencia acrática de la mujer”?
La trampa
del dualismo impide la superación de la contradicción. No luché contra el
patriarcado para que le sucediese un matriarcado, que es lo mismo pero al
revés. Hay algo masculino en la mujer y algo femenino en el hombre, lo que
muestra una gama lo bastante amplia para que la libertad del deseo amoroso se
module a gusto. Lo que me apasiona en el hombre y en la mujer es el ser humano.
Nunca admitiré que la emancipación de la mujer consista en acceder a aquello
que volvió despreciable al macho: el poder, la autoridad, la crueldad guerrera
y depredadora. Una mujer ministro, jefe de Estado, policía, gente de negocios,
vale tanto como el macho que un día la consideró menos que nada.
Por contra,
ahora toca percatarse de que existe una relación entre la opresión de la mujer
y la opresión de la naturaleza. Ambas surgen durante el paso de las
civilizaciones pre-agrarias a la civilización agro-mercantil de las
ciudades-Estado. Me ha parecido que la sociedad que se esboza hoy, en razón de
una nueva alianza con la naturaleza, tendría que marcar el final de la antiphysis
(de la anti-naturaleza) y, a partir de ahí, reconocer en la mujer el predominio
“acrático”, es decir, sin poder, que reinaba antes de la instauración del
patriarcado. He tomado el calificativo a la corriente libertaria española de los
ácratas.
¿Por qué
consideras que el intelectual es “un poeta que reniega de sí mismo” y juzgáis
vanas las controversias intelectuales (del post estructuralismo al feminismo,
del supervivencialismo o preparacionismo al animalismo)?
La poesía es
la vida. El intelectual se envanece por el desempeño de una función igual de
alienante que la función manual, ambas salidas del trabajo y de la división del
mismo. Se halla enfrentado con el cuerpo, cuyas pulsiones trata de domeñar en
vez de afinarlas. Es un tipo cuyas ideas, por interesantes que puedan ser,
están separadas de la vida, y cortadas de esa clase de inteligencia sensible
que emana de nuestras pulsiones vitales. Las ideas “trabajadas minuciosamente
por la mente” nutren una inteligencia abstracta que nunca se desprende del
poder que intenta ejercer sobre el propio cuerpo y sobre el cuerpo social.
Vd. escribe:
“la comuna revoca el comunitarismo”. ¿Qué es lo que os autoriza a pensar que
cuando llegue la era de la autogestión de la vida, los problemas sociales
(correlaciones de dominación de toda clase, misoginia, identitarismo, etc.) se
resolverán? ¿De qué manera la emergencia de un nuevo estilo de vida nos
protegería del egoísmo, del poder y de los prejuicios?
Nada se
conserva para siempre, pero la conciencia humana es un poderoso motor de
cambio. Durante una conversación con el “subcomandante insurgente” Moisés, en
la base zapatista de La Realidad, en Chiapas, éste explicaba: “Los mayas
siempre han sido misóginos. La mujer era para ellos un ser inferior. Para
cambiar eso, hemos tenido que insistir en que las mujeres aceptaran un mandato
en la “junta de buen gobierno” donde se debaten las decisiones de las
asambleas. Hoy en día su presencia es muy importante, ellas lo saben y a ningún
hombre se le ocurriría tratarlas con altivez”. Siempre se ha identificado al
progreso con el progreso técnico que, desde los tiempos de Gilgamesh hasta
nuestros días, ha dado pasos de gigante. En cambio, si nos atenemos a las
diferencias entre la población de las primeras ciudades-Estado y los pueblos
actuales sometidos a las leyes del beneficio privado, el progreso de la suerte
reservada a todo lo humano es incontestablemente ínfimo. Quizás ya sea tiempo
de explorar las inmensas potencialidades de la vida y de privilegiar por fin el
progreso del ser, no el del tener.
¿Por qué el
zapatismo es una de las tentativas más logradas de la autogestión de la vida
cotidiana?
Tal como
dicen los zapatistas, “nosotros no somos un modelo, somos una experiencia”. El
movimiento zapatista nació de una colectividad campesina maya. No es
exportable, pero se pueden sacar lecciones de la nueva sociedad de la cual
trata de sentar las bases. La democracia directa postula la oferta de
mandatarios que, apasionados en un dominio particular, quieren poner sus
conocimientos al servicio de la colectividad. Son delegados, durante un tiempo
limitado, en la “junta de buen gobierno”, donde rinden cuentas a las asambleas
del resultado de sus gestiones. La puesta en común de las tierras resolvió los
conflictos, a menudo sangrientos, que ponían a unos propietarios de parcelas
contra otros. La prohibición de las drogas evitó la intrusión de
narcotraficantes, cuyas atrocidades pesan abrumadoramente en gran parte de
México. Las mujeres consiguieron que el alcohol fuera prohibido, pues éste
amenazaba con reavivar las violencias machistas que otrora sufridas durante
mucho tiempo. La Universidad de la Tierra de San Cristóbal imparte la enseñanza
gratuita de una gran variedad de oficios. No se entregan diplomas. Las únicas
condiciones exigidas son el deseo de aprender y las ganas de propagar el saber
aprendido por todas partes. Estamos ante una simplicidad capaz de erradicar la
complejidad burocrática y la retórica abstracta que hacen que nos olvidemos de
nosotros mismos a lo largo de toda nuestra existencia. La conciencia humana es
una experiencia en marcha.
¿Es posible
salir de la espiral de violencia?
Hay que
preguntarle al gobierno y recordarle las palabras de Blanqui: “Sí señores, es
la guerra entre los ricos y los pobres, los ricos lo han querido así y son en
efecto los agresores. Con la particularidad de que estos consideran como
nefasto el hecho de que los pobres opongan resistencia. Al referirse al pueblo
dirán sin ambages: es un animal tan feroz que se defiende cuando lo atacan”. El
proyecto de Blanqui, que propugnaba la lucha armada contra los explotadores,
merece ser examinado bajo la luz de la evolución conjunta del capitalismo y el
movimiento obrero, que luchaba para acabar con él.
La
conciencia proletaria que aspiraba a fundar una sociedad sin clases fue una
forma transitoria en la que se encarnó la conciencia humana, en una época donde
el sector de la producción no había cedido la preeminencia a la colonización
consumista. Esa conciencia humana es la que resurge hoy en la insurrección de
la que los “chalecos amarillos” son la señal anunciadora. Asistimos a la
emergencia de un “pacifismo insurreccional” que, armado solamente con una
irreprimible voluntad de vivir, se opone a la violencia destructora del
gobierno. El Estado no puede ni quiere escuchar las reivindicaciones de aquel
al que se le priva gradualmente de todo lo que constituía el bien público, su res
publica.
Obviamente,
la dignidad humana y la obstinada determinación de los insurrectos son
precisamente dos cosas que están ahorrando a los sinvergüenzas de la república
una oleada de violencias que les alcanzaría de lleno hasta en los guetos de
dinero sucio. El colmo de la estupidez se lo llevan quienes no encuentran nada
mejor que hacer que lanzar dardos contra un movimiento que les está evitando
una justa reacción adversa a sus violencias. Azuzan a sus perros guardianes
mediáticos y multiplican las provocaciones exhibiendo ante la mirada de los más
necesitados los signos exteriores y ridículos de la riqueza. El cuidado que
ponen en recuperar, o incluso alentar con eficacia a los incendiarios de
contenedores y a los devastadores de lunas de escaparate ¿no viene a demostrar
que lo que están buscando no es una verdadera guerra civil sino su espectáculo,
su puesta en escena? Como todo el mundo sabe, el caos es propicio a los
negocios.
Los
dirigentes no tienen más sostén que las ganancias, cuya inhumanidad les corroe.
No poseen más inteligencia que la del dinero que cosechan. Son la barbarie cuya
legitimidad usurpada no cejarán de anular los insurrectos.
Privilegiar
al ser humano, organizarse sin jefes ni delegados autonombrados, asegurar la
preeminencia del individuo consciente sobre el individualismo mugiente del
rebaño populista, para la insurrección en marcha y para la población del globo
son esas las mejores garantías del derrumbe del sistema opresor y de su
violencia destructiva.
El clima se
recalienta, la biodiversidad se erosiona y la Amazonia arde. La lucha contra la
devastación de la naturaleza que moviliza a una parte de la población mundial y
de la juventud ¿podría ser a lo mejor una de las palancas de la “insurrección
pacifista” que propugnáis?
El incendio
de la selva amazónica forma parte de un vasto programa de desertización que la
rapacidad capitalista impone a los Estados del mundo entero. Parece cuando
menos ridículo ofrecer condolencias a esos Estados que no dudan en devastar sus
propios territorios nacionales en nombre de la prioridad acordada a las
ganancias. Por todos lados los gobiernos talan los bosques, ahogan los océanos
bajo el plástico, envenenan deliberadamente los alimentos… Gas de fracking,
prospecciones petrolíferas y auríferas, soterramiento de residuos nucleares,
solo son un detalle frente a la degradación climática que cada día acelera la
producción de nocividad por empresas cercanas a nuestras casas, al alcance de
la mano del pueblo víctima de ellas. Los gobernantes, por su parte, obedecen
las leyes de Monsanto y acusan de ilegalidad a un alcalde que prohíbe los
pesticidas en todo su municipio. Se le achaca el crimen de preservar la salud
de sus vecinos. Ahí es donde se sitúa el combate, en la base de la sociedad,
donde la voluntad de vivir mejor brota de la precariedad de la existencia.
En ese
combate, el pacifismo está fuera de lugar. En este asunto quiero desprenderme
de cualquier ambigüedad. El pacifismo corre el peligro de no ser más que una
pacificación, un humanitarismo abogando por el retorno al nicho de los
resignados. Por otra parte, no hay nada más pacífico que una insurrección,
aunque nada resulte más odioso que las guerras conducidas por el izquierdismo
paramilitar, ese donde los jefes se dan prisa en imponer su poder a un pueblo
del que presumen ser sus liberadores. Pacifismo sacrificial e intervención
armada son los dos polos de una contradicción que hay que superar. La
conciencia humana progresará de manera apreciable cuando los partidarios del
pacifismo ovino hayan comprendido que no hacen más que dar al Estado el derecho
de golpear y mentir cada vez que se prestan al ritual de las elecciones para
escoger, según las libertades de la democracia totalitaria, a unos
representantes que solamente se representan a sí mismos, celebrando plebiscitos
que convertirán los intereses públicos en intereses privados.
En lo
relativo a los partidarios de la cólera vengadora, cabe esperar que, casados de
los juegos de rol escenificados por los medios de comunicación, aprendan y se
dediquen a llevar el fuego y la espada a los lugares donde los ataques golpeen
de verdad al sistema: las ganancias, la rentabilidad, la cartera. Propagar la
gratuidad es la aspiración más natural de la vida y de la conciencia humana, el
mayor privilegio que esta nos ha dado. El apoyo mutuo y la solidaridad festiva
de la que hace gala la insurrección de la vida cotidiana son el arma contra la
que no podrá ninguna arma de matar. No destruir jamás a ningún hombre, destruir
lo que le deshumaniza. Acabar con quien pretenda que paguemos el derecho
imprescriptible a la felicidad. ¿Utopía? Como queráis. No tenemos más alternativa
que o intentar lo imposible, o arrastrarnos como gusanos bajo las bota de
hierro que nos aplasta.